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CONFIANZA

3 de octubre de 2016

Hay momentos de la vida en que nos sentimos desconcertados, impotentes, caminando en penumbras. Entonces, pueden surgir preguntas sobre el sentido de la vida, sobre lo…

Las respuestas a estos y a muchos otros interrogantes no vienen en fórmulas ya hechas. Cada ser humano va poniendo su confianza en personas, cosas, proyectos y sueños… Unas veces porque no sabemos y otras porque no podemos, nos sentimos con frecuencia prisioneros de las personas y de las situaciones que nos toca vivir.



Aunque hay tantos motivos de temor y desconfianza, no se puede vivir sin confianza. La necesitamos para tomar un taxi, para aceptar lo que dice el médico, para comprar un producto… La confianza resulta indispensable en el hogar, en el mundo laboral, en la realidad cotidiana de la sociedad.  Creer no es un simple sentimiento, es un acto que integra la razón y la libertad en la decisión de apoyarnos en alguien o en algo.

Así vamos por la vida confiando en las cosas, en las personas, en nosotros mismos, en poderes ocultos. Pero, en último término, sólo Dios es el único digno de toda confianza.

La confianza en Dios no viene por sí misma; necesita una decisión personal, pero también abrirnos a un don. Como dice San Pablo: “Dios habita en una luz inaccesible; ningún hombre lo ha visto ni puede verlo” (1 Tim 6,16). Tener fe en Dios no significa poder explicarlo todo o tener una vida más fácil, sino encontrar estabilidad y llegar a un punto de partida. La confianza en Dios no depende al final de nosotros mismos, sino de Otro que nos ama. Ninguno puede vivir sin apoyo.

Jesús de Nazaret nos invita, a partir de su propia vida, a confiar en Dios como él lo ha hecho y a llamarlo “Padre nuestro”.

Esta oración permanente y en silencio nutre la reflexión y la comprensión de la vida. Más aún, nos pone delante del misterio de Dios. Todavía más, le permite a Dios habitar en nuestra realidad cotidiana. En todo ser humano existe una vida interior. En ella se mezclan luz y sombras, alegrías y miedos, confianza y dudas. Cuando sabemos que somos amados o cuando nosotros amamos, cuando la belleza de la creación o de la creatividad humana nos toca, aparece evidente que la vida es maravillosa. Esos momentos nos sorprenden, vienen aun en tiempos de sufrimiento, como una luz que llega de otra parte.

Con sencillez podemos encontrar la presencia del Espíritu de Dios en nuestra vida.

En medio de las rupturas y los cambios tan frecuentes, esta presencia nos puede dar continuidad y sentido. La fe no disuelve todas nuestras contradicciones interiores, pero nos dispone a una vida construida en la alegría y el amor. La certeza de la fe no nos encierra en nosotros mismos. La confianza en Dios nos abre a la confianza en el futuro y a la confianza en los demás. Ella nos incita a afrontar con intrepidez  los problemas de nuestra existencia y de nuestro tiempo.

Nos muestra que incluso una perspectiva de gran purificación puede ser necesaria para que podamos ir más lejos.

La fe es como un ancla que nos asegura ya en el futuro de Dios, contemplando a Cristo resucitado en quien se ha inaugurado el porvenir definitivo de la humanidad. La fe nos lleva a no tener miedo ni del futuro ni de los demás. La confianza que nos da la fe no es ingenua; no nos permite especulaciones o evasiones. Es consciente del mal presente en el mundo, más aún en nuestro propio corazón; pero nos pone delante un proyecto de salvación que comenzó en Cristo, que está actuando hoy en nuestra vida y que es capaz de llenarnos cada día de fortaleza, de responsabilidad, de creatividad y de esperanza.

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