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Cinco años con el papa Francisco

19 de marzo de 2018

El Papa no lo puede hacer todo. Pero da alegría el ver la forma como Francisco ha querido revitalizar a la Iglesia y cómo ha utilizado todos los medios a su alcance para…

La Iglesia existe para evangelizar y cualquier evaluación que se haga de las personas que en ella están y laboran debería tratar de medir qué tanto ha favorecido o no la tarea. El papa Francisco parece haber descubierto de lleno la Iglesia en estos años de pontificado, pero por su experiencia anterior como sacerdote jesuita y como obispo, también llevaba apuntes en su corazón. A primera vista, este hombre nacido en Argentina ha querido que la Iglesia vuelva a tener espíritu misionero, que sea una Iglesia en salida que llega a las periferias existenciales. La quiere ver en las calles, “primereando”, según sus propias palabras y no simplemente observando el devenir del mundo. Los efectos de esta primera insistencia ya se sienten en diversas iglesias particulares, en las cuales se ha empezado a trabajar creativamente para que el Evangelio circule en las calles y no solo en templos y recintos cerrados.

Ha querido también el papa Francisco que la Iglesia sea la voz de los más débiles y en este sentido él se ha convertido en el vocero, por ejemplo, de los millones de emigrantes que hoy recorren mar y tierra en busca de alimento y condiciones de vida dignas de un ser humano. De alguna manera el Papa es como una voz que clama en el desierto, pues hay una gran tendencia mundial, especialmente entre las naciones ricas, a cerrarse en su confort y amurallarse para no ver la necesidad que está padeciendo buena parte de la humanidad. Pero la lista de los grupos de personas débiles que el mundo contemporáneo tiende a ignorar es larga y pasa por los enfermos, los presos, los pobres, los ancianos, etc. Esta vocería asumida por el Santo Padre está en perfecta armonía con la misión de Jesús a quien tantos sin voz acudieron para ser escuchados y acogidos.

En otro aspecto donde el papa Francisco ha innovado notablemente ha sido en lo que pudiéramos llamar los campos para evangelizar. Por ejemplo, su innegable interés por el tema ambiental lo ha llevado a ser gran autoridad en el mundo y ha permitido que la voz de la Iglesia resuene con potencia donde antes quizás era poco conocida. Este pastor universal ha sabido sintonizar muy bien con las grandes preocupaciones del mundo contemporáneo, con aquellas que tocan el alma del hombre y la mujer de nuestro tiempo. Y allí ha encontrado un eco muy grande. Muchos años lleva la Iglesia preguntándose cómo evangelizar al hombre de hoy. Francisco ha descubierto que hay campos inéditos para los misioneros, más allá de los que habitualmente visitan los heraldos de la buena nueva. Se diría que el Papa ha sido audaz para llegar con la palabra de Dios y la voz de la Iglesia a personas y dimensiones de la vida planetaria que no hacían parte importante de la agenda eclesial hasta ahora.

Y tratando de purificar la Iglesia donde ella se ha visto contaminada por el pecado y el desorden, el Papa argentino también ha querido lavar la cara de la comunidad eclesial. La Iglesia comunica también en su carácter de signo sacramental de Dios para la humanidad. Pero sus pecados han opacado la obra de Dios, al menos en ciertos sectores. Sin juicios sumarios que niegan la justicia, este Papa ha emprendido una labor reformadora serena, pero radical y profunda. Como era de esperarse, ha encontrado oposiciones, pero también mucho apoyo en la misma Iglesia y fuera de ella. Labor ingrata pero necesaria, siempre. Esta tarea busca que la comunidad eclesial, pastores y fieles, refleje con claridad el verdadero rostro de Cristo. Ha sido valiente el papa Bergoglio al afrontar este aspecto reformador y del mismo han surgido directrices cada vez más claras acerca del ser y quehacer de la Iglesia universal.

El Papa no lo puede hacer todo. Pero da alegría el ver la forma como Francisco ha querido revitalizar a la Iglesia y cómo ha utilizado todos los medios a su alcance para que el Evangelio sea anunciado y creído. Y que, por tanto, Cristo sea conocido, amado y adorado. Esto último es lo más importante o quizás lo único importante.

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