Buen momento de los laicos
La Iglesia nunca termina de darse cuenta cuánta fuerza evangelizadora hay en su laicado. Estos, simplemente, piden que se les abran las puertas para contribuir a la…
El Espíritu Santo siempre se sale con la suya. Los años recientes han sido una época de cierta crisis en el clero católico por distintos motivos y esto siempre conlleva el riesgo de que la Iglesia pierda su ardor misionero. Sin embargo, mientras se curan las heridas del estamento sacerdotal, el Espíritu de Dios se ha encargado de mover en forma extraordinaria al laicado católico en los más variados ambientes y actividades. Hoy, por doquier, se percibe la acción de los bautizados que quieren comprometerse cada vez más con su vida cristiana y con su Iglesia. Campos tan diversos como el espiritual, el evangelizador, el de la caridad, ven hoy entre sus obreros más activos a infinidad de católicos que poco a poco han ido entendiendo que la barca de Pedro, la Iglesia, puede navegar mejor si cada uno toma un remo y aporta su fuerza e iniciativa en donde crea que lo puede hacer.
La Iglesia nunca termina de darse cuenta cuánta fuerza evangelizadora hay en su laicado. Estos, simplemente, piden que se les abran las puertas para contribuir a la instauración del reino de Dios entre los hombres. Las posibilidades de acción que encuentra la Iglesia al dar la palabra a los bautizados, al entregarles misiones concretas, al responsabilizarlos de obras de bien e incluso al pedirles que acompañen más de cerca al clero en sus diversas tareas, son enormes. Y el amor con que se entregan a las labores por el reino de Dios es de admirar. Pareciera que cuando un bautizado se da cuenta de lo que Dios le pide y de todo lo que puede hacer por la evangelización, es como si descubriera un mundo completamente nuevo y estuviera presto a explorarlo en profundidad. De los laicos comprometidos son resultado hoy en día muchas obras de misericordia realizadas en concreto, muchos momentos y encuentros de oración, la reanimación de no pocas comunidades parroquiales, la predicación en lugares de difícil acceso, etc. El Espíritu de Dios sopla donde quiere y no hay duda de que lo está haciendo, a través de los bautizados, en lo más recóndito de nuestra sociedad.
El siguiente paso en este avivamiento de la acción laical debería ser su presencia en las mesas directivas de la Iglesia. La voz de estos hombres y mujeres, personas mayores, jóvenes y niños, matrimonios, personas en situaciones de pareja aún no canónicas, bautizados en el servicio público y empresarial, en la educación y tantos otros campos de la vida social, tendría un valor enorme en la visión que la Iglesia debe tener de la realidad y en las propuestas que hacia ella se lanzan. Porque precisamente una de las grandes ganancias actuales del despertar laical en la Iglesia, es que esta ha podido captar con mayor realismo cómo es la vida diaria de la gente, sus alegrías y sus verdaderos problemas, sus angustias y esperanzas. Y, de igual forma, los laicos han sabido proponer respuestas muy claras a lo que la gente que ama a Dios espera de su Iglesia y de los que la sirven. Una especie de buen polo a tierra son los laicos comprometidos en la Iglesia y en buena medida para el clero, a veces, embolatado en discusiones y reuniones eternas sin asidero en la verdadera realidad.
La visita del papa Francisco, el nuevo plan evangelizador de la arquidiócesis de Bogotá, la renovación de muchas parroquias, las grandes preocupaciones sociales de hoy en día, incluyendo el tema ecológico, todo resulta ser de gran ayuda para sostener el actual buen momento del compromiso laical en la Iglesia. Es de suma importancia que nadie quiera apagarlo por la razón que sea. Y, además, un laicado comprometido tiene otra ganancia para la Iglesia y es que el clero puede dedicar más sus energías a lo que le es propio como la predicación, la administración cuidadosa de los sacramentos, la oración, la atención de los pobres y los enfermos, etc. Tal vez el momento actual nos esté revelando que dentro de la Iglesia hay que distribuir mejor las cargas para que cada uno, según el don recibido, sirva a Dios y a los hermanos, de la mejor manera posible. Como siempre y con humildad hay que reconocer que dejando al Espíritu de Dios soplar donde quiera, la vida de la Iglesia se llena de vida y esperanza. Es, ahora sí, la hora de los laicos y eso nos alegra.
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