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Bailar sobre el dolor ajeno

9 de enero de 2017

Colombia, país repleto de olvidos, no puede no recordar qué es lo que han hecho los maleantes por tantos años con la población inerme...

Con justa causa muchas personas han manifestado su indignación al ver cómo los delegados de la ONU y también algún personal de la Policía Nacional terminaron unidos en baile de final de año emparejados con guerrilleras y otras personas de este grupo alzado en armas. Para algunos observadores este hecho no tiene mayor importancia y creen que la indignación es una exageración. Pero la verdad es que, sobre todo para las víctimas, estas y otras escenas del proceso de paz, se han ido convirtiendo en un mensaje que casi suena a burla e irrespeto. Dentro del espíritu folclórico que nos caracteriza y que por lo visto contagia rápidamente a ciertos delegados extranjeros, se ha ido dando a la guerrillerada un trato de igual a igual con las gentes de bien, que no se puede aceptar así porque sí. Hay en el ambiente una sensación de que se ha perdido seriedad en lo que se estaba haciendo por implementar los acuerdos de paz.

Colombia, país repleto de olvidos, no puede no recordar qué es lo que han hecho los maleantes por tantos años con la población inerme. No puede el país ver cómo guerrilleros, narcotraficantes, despojadores de tierras, surtidores de drogas alucinógenas, atracadores y ladrones, por mencionar solo algunos del vasto elenco delincuencial del país, ahora bailan y se divierten sobre el dolor de sus víctimas que los contemplan atónitos por su cinismo y desfachatez. ¡Cómo no va a ser indignante ver al que secuestró y mató a un pariente, o quemó un pueblo, o fusiló a un niño o masacró una familia, ahora emparejado con quien representa la autoridad nacional o internacional, en francachela y comilona! Estamos de acuerdo en que hay que hacer todo lo necesario, pero sobre todo lo justo, por la paz, pero tiene que haber parámetros claros y definidos.

El Evangelio, Jesús mismo, han enseñado a estar primero y sobre todo, de parte de los débiles. Y débiles son las familias que perdieron miembros por asesinatos de la guerrilla, o que fueron arruinadas por secuestros. Débiles son las familias que tienen padres o hijos consumidos por la droga que venden los grandes y pequeños traficantes y que son favorecidos por leyes que hablan de la dosis mínima. Débiles son quienes fueron despojados de sus tierras y ahora sobreviven en la periferia de cualquier ciudad en condiciones ni siquiera fáciles de describir. Y a todo este universo de personas debilitadas por los criminales les ha de causar verdaderas nauseas el espectáculo de sus verdugos amangualados con la autoridad como si hubiera algo realmente por celebrar. ¡Con qué facilidad se pierde en Colombia el sentido de las proporciones y cómo así se pisa la ya maltrecha dignidad de los débiles!

Nadie que tenga uso de razón se opone a la construcción de la paz. Pero no de cualquier manera y mucho menos convirtiendo en un circo algo tan serio y delicado. Quienes han cometido delitos atroces, serán recibidos en la sociedad en una apuesta muy arriesgada de la gente de bien, pero se les pide ingresar con la discreción de quien lleva sobre sus espaldas crímenes muy graves e historias de sangre que, en últimas, solo Dios puede perdonar. Aquí no hay motivos para bailar ni para hacer juergas. Y quienes están al frente de construir la paz no deben perder de vista la altura de la misión recibida y que van en nombre de una Constitución, de unos ciudadanos, de un Gobierno, de unas organizaciones internacionales. Quien no sea capaz de altura y seriedad que dé un paso al costado para no ofender más a quienes la guerra ya hirió profundamente.

 

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