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Arquidiócesis en gran movimiento

25 de julio de 2017

La reciente creación de dos nuevas vicarías episcopales territoriales, lo mismo que de numerosas parroquias, son un buen signo de cómo el movimiento misionero va…

Para quienes participan activamente en la vida de la arquidiócesis de Bogotá es verdaderamente satisfactorio ver la forma como se trabaja actualmente en todos los niveles de esta iglesia local. Hay una labor incesante y llena de proyectos y realizaciones. El arzobispo, los obispos auxiliares, el clero, los religiosos y religiosas, multitud de laicos, las instituciones, la Curia, las vicarías, los seminarios, todos están en un plan muy interesante de movimiento evangelizador. Se podría decir que la arquidiócesis de Bogotá vive un momento muy especial de gracia que la tiene llena de alegría, de esperanza y de actividad misionera.

La reciente creación de dos nuevas vicarías episcopales territoriales, lo mismo que de numerosas parroquias, son un buen signo de cómo el movimiento misionero va reclamando nuevas estructuras que apoyen la labor apostólica. Se han multiplicado iniciativas en el campo de la educación, en la pastoral familiar, en la realización de ejercicios espirituales, en la convocación unida del clero secular, en las tareas diaconales, en la labor de los ministros extraordinarios de la comunión, en el nuevo vigor del Tribunal Eclesiástico, en el acompañamiento y servicio de los más desposeído de la sociedad, especialmente de los habitantes de la calle, pero también en las cárceles y centros de salud. Y a todo esto se suma por supuesto la labor celular que realiza cada parroquia en cada sector local de la Arquidiócesis y esto día a día sin parar un instante.

¿Hay alguna causa especial para esta vitalidad enorme de la arquidiócesis de Bogotá? Una no, sino varias. El Arzobispo ha consolidado un discurso que ya ha llenado su iglesia particular de espíritu apostólico y misionero, y esto lo ha logrado en buena parte recogiendo unitariamente al clero, el cual a veces estuvo un poco disperso por la gran actividad autónoma de las vicarías territoriales. En segundo lugar, el clero ha ido, poco a poco, asumiendo su misión como reto y como necesitado de movimiento de salida, según el más genuino pensamiento del papa Francisco. En tercer lugar, que quizás debería ser el primero, el laicado ha asumido como pocas veces antes, una labor protagónica en la arquidiócesis de Bogotá. Son innumerables sus iniciativas y su enorme compromiso con la vida de su Iglesia. Y en cuarto lugar podrían mencionarse las mil y una preguntas que una ciudad como Bogotá plantea, no solo a la Iglesia, sino a todos sus habitantes y a sus instituciones. Y la Iglesia ha empezado a salir al encuentro de esas preguntas, no en plan apologético, sino propositivo, capaz de compartir con otros sus propuestas, abierta al diálogo, lista para la tarea.

La Iglesia existe para evangelizar, repiten sin cesar los pontífices y los documentos eclesiales. La de Bogotá está haciendo la tarea y aunque siempre quedará mucho por hacer, es satisfactorio ver tantas manos en el arado, sembrando, cuidando, recogiendo frutos. La tradición evangelizadora de Bogotá es una historia que se aproxima a los cinco siglos de existencia y por lo mismo se conoce el camino y se conocen los destinatarios. Bogotá está próxima a su aniversario de fundación, el 6 de agosto, y puede contar en su haber el tener una comunidad católica muy activa, interesada como la que más en la suerte de sus ciudadanos, unida a los proyectos de mayor impacto humano y social, llena de buen espíritu y con presencia en toda la ciudad. Y no hay duda de que una Iglesia viva es lo mejor que se le podrá ofrecer próximamente el papa Francisco en su visita a nuestro país.

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