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Armonía constructiva

29 de agosto de 2017

Ante un acontecimiento de las dimensiones de la visita de un papa, pues es imposible que los principales miembros del gobierno y de la Iglesia, no se encuentren para…

La ya muy próxima visita del papa Francisco a Colombia ha puesto a prueba la capacidad de trabajar en equipo a muchas personas e instituciones, tanto del ámbito público como privado y del alcance nacional y local. Hasta ahora la prueba ha resultado exitosa. Pese a que unos pocos se imaginan un país colombiano donde se desconozca el acervo religioso de la inmensa mayoría de la población, la verdad es que es imposible no darse cuenta cómo la vida nacional pasa, en todas sus instancias, también por el aspecto espiritual y religioso. Y ante un acontecimiento de las dimensiones de la visita de un papa, pues es imposible que los principales miembros del gobierno y de la Iglesia, no se encuentren para darle a esta visita la mejor de las presentaciones. Y así está ocurriendo dentro del espíritu más serio, ponderado y, sobre todo, dentro del espíritu más alegre pues el suceso es de primer orden.

Para la Iglesia ha sido muy satisfactorio ver cómo el Gobierno Nacional y las alcaldías de Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, han prestado toda su colaboración para que la nación colombiana tenga una presentación de lujo, no solo ante el Romano Pontífice, sino ante el mundo con ocasión de la presencia del peregrino romano. Y es que se habla de que más de 3000 periodistas han pedido acreditaciones para hacerle seguimiento a esta visita apostólica. Difícil que Colombia tenga otra oportunidad de estas dimensiones para mostrarse ante la aldea global. Un acontecimiento como el que se dará la próxima semana resulta ser, no solo un hecho de carácter religioso, sino también cívico y es oportunidad de realizar obras civiles, de remozar las ciudades, de mejorar los aeropuertos, de mover la economía en áreas como la hotelera, el transporte, el consumo de alimentos, etc. Y desde ya desde la Iglesia hay que reconocer y agradecer el dinamismo gubernamental para que todo esté a punto desde el 6 de septiembre.

En Bogotá, el trabajo armónico entre la arquidiócesis de Bogotá y la Alcaldía Mayor, ha sido realmente muy gratificante. Podría decirse que ha sido un sumar esfuerzos, cada uno desde su misión específica. La verdad es que, en el plano logístico masivo, solo un ente gubernamental tiene la sabiduría y los medios necesarios para afrontar un reto que puede llevar a que se movilicen uno o dos millones de personas en un mismo día, con todo lo que esto implica. Y la Alcaldía de Bogotá, con la voluntad del burgomaestre y su gerente para este evento, no han ahorrado ningún esfuerzo para que Bogotá responda óptimamente a la visita del santo padre y se muestre como lo que en realidad es: la capital del país, la sede del gobierno nacional, una de las economías más grandes de América Latina. Preparar una visita pontificia a un país inmensamente católico es una verdadera proeza y todo indica que las cosas van a salir muy bien.

Y desde la Iglesia, partiendo de la Conferencia Episcopal y pasando por las arquidiócesis de Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena, la capacidad de trabajar en equipo hacia dentro y en la relación con las autoridades civiles, ha sido una experiencia muy constructiva y quizás necesaria. Tal vez la misma Iglesia católica en Colombia estaba necesitada de un reto como el de ahora, no solo en el orden logístico, sino sobre todo espiritual, para sacar a relucir toda su capacidad de convocatoria, de realizar la misión evangelizadora, de suscitar el espíritu de oración y de reanimar la fe de sus miembros en todo el país. Y a todo esto se ha sumado el buen espíritu y la profusa divulgación que han dado todos los medios de comunicación a la visita del papa Francisco. Todo lo anterior deja la buena sensación de que en Colombia sí se pueden hacer acciones importantes, colaborando diversas instancias, tanto públicas como privadas, civiles y religiosas, para el bien de todos. De alguna manera el creciente buen espíritu que ya llena el ambiente nacional por la llegada del santo padre se está convirtiendo como en un grito de liberación de una nación que a ratos se siente capturada por discursos extremistas, que dividen a las personas y que tienden a sembrar odios y distancias de enemistad. Pero como gritaban los viejos revolucionarios: el pueblo unido, jamás será vencido … y menos cuando lo mueve su inmensa fe religiosa.

 

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