Año de gracia
La Arquidiócesis se siente cada vez más claramente un miembro vivo de esta comunidad bogotana y, sin pretensiones de poderlo todo o abarcarlo todo, sabe que puede…
Se acerca ya el fin de las grandes labores pastorales que realiza la arquidiócesis de Bogotá por el año de 2017. Y sin duda ha sido un año de gracia. Se ha vivido con una intensidad pocas veces vista, animado sobre todo por la visita del papa Francisco a la ciudad y a otros lugares de Colombia. Aunque la visita tuvo un solo día de actividad propiamente dicha en Bogotá, esto fue más que suficiente, para que toda esta iglesia se moviera de una manera extraordinaria en los meses previos, durante el día de la presencia del Pontífice y ahora desarrollando las tareas por él propuestas. Y a este magno acontecimiento se suma el avance del nuevo plan de evangelización de la Arquidiócesis que, poco a poco, ha ido permeando todo el organismo eclesial y que ha recuperado con nitidez absoluta la razón de ser de toda la Iglesia y de la de Bogotá también: evangelizar.
Este año de gracia dejó huellas imborrables. La primera, muy potente, la de un pueblo de Dios que se volcó literalmente por millones a las calles a manifestar su fe, su amor a Dios y su aprecio por el Santo Padre, cuya persona y palabra son apreciados de un modo inconfundible y amoroso. La segunda, una iglesia local, la arquidiócesis de Bogotá y también las otras tres diócesis urbanas –Soacha, Fontibón y Engativá- rejuvenecidas en su capacidad de convocatoria, de mover a los fieles por razones de fe, más allá de todo escepticismo e indiferencia. La tercera huella es la que va dejando el nuevo plan de evangelización en el cual empieza a vislumbrarse con claridad un clero en plan de nuevas cosas, de nuevos lenguajes, pero sobre todo un creciente número de laicos adhiriéndose con fuerza a la misión de la iglesia arquidiocesana. Y una cuarta gran huella es el creciente compromiso de la Arquidiócesis con los más pobres a través de la fundación de nuevas parroquias, de la promoción de nuevas obras para atender a los más necesitados y de la destinación de la mayoría de sus recursos para poder estar en los sectores más desposeídos de la ciudad de Bogotá.
La arquidiócesis de Bogotá ha recuperado en buena parte su acción viva en la ciudad. En sínodo anterior se había notado que con frecuencia la acción de la Iglesia en esta gran metrópoli era un poco paralela a la misma ciudad y que faltaban puntos de encuentro. Las cosas han comenzado a cambiar. La Arquidiócesis se siente cada vez más claramente un miembro vivo de esta comunidad bogotana y, sin pretensiones de poderlo todo o abarcarlo todo, sabe que puede aportar mucho desde su misión propia, en lo pastoral, los social, lo educativo y otros campos también importantes. La visita del Santo Padre fue una ocasión importante para que la iglesia local revitalizara vínculos importantes con las autoridades nacionales y distritales, con los medios de comunicación, con el mundo de la cultura, con las fuerzas armadas, todo ello con el fin de contribuir mancomunadamente al bien de los habitantes de la capital del país. Sin duda es sabio juntar fuerzas para que entre todas estas grandes instituciones se trabaje sin cesar por el bienestar de los bogotanos y en eso la Iglesia tiene mucho para dar pues los conoce desde su misma fundación.
Ahora, sigue el tiempo de la perseverancia y de la claridad en las metas por alcanzar. Una ciudad como Bogotá puede desanimar al más optimista de sus actores por la cantidad de personas que allí habitan, por la infinidad de cuestiones por solucionar, por la gran cantidad de personas que aún viven muy precariamente y por situaciones tan agobiantes del diario vivir como el caótico tráfico vehicular o el indignante transporte masivo. Pero no hay que desesperar. La Arquidiócesis en su convicción de que instaurar el Reino de Dios es su gran aporte y que la persona humana debe ser el centro de todo su accionar, podrá contribuir a que progresivamente se llegue a un nuevo estado de cosas. Las parroquias, cada parroquia en concreto, tienen la misión dentro de este mundo macro, de ser la pequeña y acogedora célula eclesial que lleve a sus feligreses los dones que Cristo ha dejado en su Iglesia, los mismos que la Arquidiócesis quiere difundir con prontitud en toda la ciudad. De este año de verdadera gracia, queda, pues, la responsabilidad de que la Iglesia sea generosa con toda la población pues ha recibido infinitas bendiciones, “vida en abundancia” y ahora debe dispensarla a manos llenas al pueblo santo de Dios.
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