Abrir los templos
Las grandes metrópolis necesitan lugares de silencio, recogimiento y oración. La mayoría de las personas vive agobiada por el ritmo imparable de las urbes, por el ruido…
Una queja recurrente entre los fieles católicos es que sus iglesias viven cerradas la mayor parte del tiempo y eso es cierto. Como también es válida la respuesta de la mayoría de sacerdotes en el sentido de que la inseguridad y los altos costos del personal y los sistemas de vigilancia son en gran medida las razones de este enclaustramiento. Se hace necesario encontrar una solución intermedia para que estos espacios arquitectónicos inmensos cumplan una mejor función donde quiera estén situados. En ciudades como Bogotá no deja de ser un poco extraño que semejantes edificios vivan generalmente cerrados al uso de los feligreses, con cuyos aportes se han construido casi todos. Y es que un templo abierto puede ser una respuesta práctica muy diciente de la Iglesia a las necesidades espirituales y humanas del común de las personas.
Las grandes metrópolis necesitan lugares de silencio, recogimiento y oración. La mayoría de las personas vive agobiada por el ritmo imparable de las urbes, por el ruido y la contaminación, por la intranquilidad que genera la calle. Como lugares de la presencia de Dios, los templos tienen mucho que ofrecer al ciudadano de a pie. El edificio religioso tiene la ventaja de estar situado en medio de los lugares donde transcurre la vida común de las personas, donde reside, donde trabaja y estudia. Es un bien espiritual que está a la mano. Pero debe ser posible utilizarlo. Resulta supremamente fácil para el sacerdote ofrecer este bien a sus fieles y transeúntes: simplemente hay que abrir las puertas y ofrecer ese lugar, dispuesto de la mejor manera posible para las personas de la ciudad.
Además del silencio, en los templos se puede ofrecer la práctica de la oración en horarios diferentes a los de las eucaristías. Más de lo que se cree, las personas aman la oración, pero en ocasiones se hace necesario enseñarla, guiarla, fomentarla. Los apóstoles le pedían a Jesús que les enseñara a orar. Es una oportunidad de oro para los sacerdotes, lo mismo que para obispos y diáconos, pero también para laicos debidamente preparados, el poder ser maestros de oración. En los últimos años se ha visto en la iglesia de Bogotá un auge de retiros espirituales, lo cual quiere decir que el orar, decididamente es una de las grandes aspiraciones de los bautizados.
Y muy en la línea de la insistencia del papa Francisco, respecto a la iglesia en salida, la iglesia hospital de campaña, los templos abiertos transmiten mucho de esto. Una iglesia cerrada es una imagen despedidora. Un templo abierto invita a estar en presencia de Dios, a descansar en Él, a orar, a parar por un momento el ritmo de la vida y así oxigenarlo espiritualmente. Bien vale la pena que todos los responsables de los templos en Bogotá y en todas partes, recapaciten sobre el uso de los mismos, los hagan ser de mayor provecho para los fieles, los utilicen con más entusiasmo. Y, de igual manera, como tenerlos abiertos implica unos gastos de vigilancia y mantenimiento un poco mayores a los habituales, pues bien vale la pena revisar el orden de prioridades en gastos para que este sea uno de los primeros.
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