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La sinodalidad como tiempo de gracia y de encuentro

16 de septiembre de 2022
Imagen:
mejorconsalud.as.com
¿Será que estamos sufriendo más que antes? ¿el tiempo en verdad pasa más rápido? ¿será real la frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’?

La ansiedad absorbe la humanidad fruto de un miedo que amenaza la existencia. Es así, como surgen comportamientos determinados por la inmediatez para dar sentido a la existencia. El ser humano puede ser empujado a basar su vida en poseer, consumir y divertirse; esto en el afán que implica creer que todo se debe hacer lo antes posible, sin darse tiempo para reflexionar en lo que hay de cierto, lo necesario y vital.

Por temor al presente y al futuro surge la desconfianza. Realidades van tensionando y trastornando el presente, a tal punto que conducen al fracaso familiar, personal y comunitario. Se produce un desencanto de todo y de todos, quedando en evidencia las enfermedades que pueden acongojar el alma, fruto de la incertidumbre, no solo a nivel financiera sino del sentido de la vida.

Pagamos un alto precio por proyectos que, siendo bellos y necesarios, causan la pérdida de lo esencial y necesario de la vida. Así las cosas, se hace evidente la búsqueda constante de espacios que brinden escape o salida de emergencia, sin importar las renuncias de la fe y la tradición; se prueba todo cuanto extraño y novedoso sea posible, convirtiéndose el ser humano en un devorador de información y gran consumidor.

Desde una medicina integral, dar respuesta a esta situación no es tarea fácil y empezamos a detectar cómo el cuerpo, la mente, lo espiritual, se encuentran ahogados y con la necesidad de ventilar el alma y el corazón para poder salir de la asfixia presente. Ya ni las técnicas de relajación, ni la acupuntura, estabilizan al ser humano, pues hasta se acude a fármacos, psicoactivos e infusiones, para alcanzar un buen estado de ánimo… Ya la valeriana no es suficiente, nada parece llenar el corazón humano.

 

A medida que transcurre la existencia, urge la necesidad de generar espacios de interacción y encuentro. En medio del caos, la invitación es a vivir en clave de sinodalidad “(…) en la cual se buscará una unidad sinfónica con la ayuda del Espíritu Santo” (Kast, 2022, párr. 1).

 

Tal vez se pueda pensar que esto está mandado a recoger y que es más de lo mismo; sin embargo, es clara la necesidad de apostarle a una Iglesia que se siente cada vez más atraída por abrir espacios, escenarios y momentos de formación, celebración, salida, oración, creatividad, unidad, acciones solidarias y fraternas, pero sobre todo una generosidad que permita relaciones interpersonales verdaderas.

Tal vez sea necesaria la generación de grupos de apoyo mutuo, en los que abiertamente se pueda hablar acerca de lo que se vive, ya que estamos frente a un tiempo de gracia. Si bien, existen los voluntariados, es evidente que la pandemia tiene a muchos todavía temerosos de integrarse y hacer parte de nuestras comunidades, de allí que sea necesaria una propuesta eclesial que permita una nueva convocatoria para que los escenarios sean tabla de salvación y esperanza para la humanidad.

Cuando no se gestiona una emoción, no se elabora un duelo o no se atiende un temor, el ser humano puede llegar a experimentar una especie de bloqueo mental, porque el sufrimiento y la ansiedad que muchos pueden estar viviendo no se reconocen.

¿Hasta qué punto puede llegar una persona a experimentar comportamientos psicóticos cuando alguien le cierra el paso, cuando alguien se pasa la fila, cuando se pierde el autobús, cuando se cierran las vías, cuando se queda sin empleo, cuando el hogar se divide, cuando los amigos le dan la espalda, cuando ya no tiene más series de televisión para ver, en atención a la baja tolerancia frente a la frustración o el desconocimiento del conflicto como parte de la vida?

Lo que se desea evidenciar, entonces, es que todo lo que ocurre alrededor de las realidades del ser humano se puede detener e intervenir desde la salida de la zona de confort, que parece un lugar seguro, pero que, sin darse cuenta, transforma al hombre en lo que no es.

El ser humano es un ser social, pero la gruta en la que está inmerso no está permitiendo la felicidad verdadera, sino momentos felices, que impiden el desarrollo de sus capacidades y potencialidades; de allí el valor de la cercanía, la empatía y el encuentro con el otro. Una vez más, sentirnos hermanos de camino; que el encuentro sea la categoría que permita celebrar la vida.

Fuente:
Padre Wilsson Javier Ávila Espejo, coordinador de la evangelización del mundo de la salud en la Arquidiócesis de Bogotá.
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