Fe, servicio y acogida: así vivió Bogotá la Jornada Mundial de los Pobres 2025

A las seis de la mañana, cuando la ciudad aún se preparaba para su cotidiano transcurrir, entre la suave lluvia y el frío característico del amanecer capitalino, la Arquidiócesis de Bogotá ya estaba en camino.

Las localidades San Cristóbal y Usme, territorios marcados por la pobreza material y las heridas silenciosas de la exclusión, fueron el escenario donde, el 16 de septiembre, la Iglesia católica local celebró la Octava Jornada Mundial de los Pobres. Un día intenso, profundamente humano y pastoral, vivido en el espíritu de Santa Isabel de Hungría, patrona de la Arquidiócesis, mujer valiente, ejemplo de entrega, caridad cristiana y servicio.
“Felices los pobres si son capaces de dar testimonio de amistad y de confianza en Dios”
Precisó el cardenal Luis José Rueda Aparicio al inicio de esta conmemoración en la parroquia San Mario, ante más de 300 familias provenientes de distintas comunidades del arciprestazgo 1.2 (grupo de parroquias cercanas) de la Vicaría Episcopal Territorial San José, congregadas para hacer parte de esta misión de fe, cercanía y misericordia.

Jesús — manifestó el cardenal— fue pobre, y en Él está la verdadera riqueza de la vida. Por eso, más que el esplendor de los templos, a Jesús le importa la persona.
Los pobres, explicó el arzobispo de Bogotá, son bienaventurados porque: dan testimonio de vida cristiana, incluso en medio de la adversidad; poseen la sabiduría del Espíritu Santo, profunda y serena, incluso sin estudios universitarios; y perseveran, porque cada día se levantan con esperanza para seguir luchando por sus familias.
Por ello, “los pobres no pueden ser tristes”, insistió agregando que “hay un tesoro que es Dios, que se da como pan de vida y palabra, y ese tesoro nadie se los quita”.
“Mirar al pobre como signo de esperanza”
Monseñor Ricardo Pulido, vicario episcopal de la Diaconía para el Desarrollo Humano Integral, estructura pastoral que de la mano de la VET San José y con el apoyo de los sacerdotes que acompañan el territorio prepararon la conmemoración de esta jornada, explicó el enfoque renovado que este año se le dio:
“Siguiendo el mensaje del papa León XIV, hemos querido volver a mirar a nuestros hermanos pobres —pero al pobre que quiere crecer, que está llamado a realizar su vida y cuya existencia misma encarna esperanza—. Por eso orientamos esta jornada mirando al pobre como signo de la esperanza de Dios”, afirmó.

Retomando las palabras del Santo Padre, el sacerdote recordó que “la mayor pobreza que hay es alejarse de Dios”, por ello, enfatizó: “lo primero en la vida es estar junto a Él (…) Y, la Iglesia siempre piensa y ora por ustedes”. También lo hace por una Iglesia que camine con quienes viven el agobio de la pobreza; por las familias que luchan por el pan diario y por su dignidad; por las periferias territoriales y existenciales de Bogotá; y por una comunidad que quiera ser “una Iglesia pobre para los pobres”.
Es así como en esta jornada no solo se habló de pobreza material, se quiso poner nombre a otras pobrezas más silenciosas: la del alma, la del corazón herido, la causada por la injusticia, las violencias, los vicios o la soledad que golpea la dignidad humana.
Esta mirada amplia motivó una salida misionera con múltiples paradas, todas orientadas a reconocer, escuchar y acompañar las diferentes expresiones de vulnerabilidad presentes en la ciudad.
Una jornada que siembra dignidad
Las voces de los abuelos, la sonrisa de los niños, la fortaleza de las madres y el paso firme de los jóvenes rehabilitándose marcaron esta celebración.
No fue solo una acción social; fue un testimonio de una Iglesia que sale, que camina en medio las realidades que se viven en esta ciudad-región, para recordarle a cada persona que su vida tiene un valor infinito, y que el amor misericordioso del Padre siempre está presente, los fortalece y guía.
Una Iglesia que madruga a la esperanza
Finalizada la eucaristía, 350 familias, en situación de vulnerabilidad, fueron acogidas con un signo de solidaridad y fraternidad: compartieron un tradicional desayuno capitalino y recibieron un mercado con víveres y elementos de aseo, donados por el Banco de Alimentos de Bogotá. A pesar de la lluvia, el ambiente estaba cargado de gratitud. “La pobreza no nos define —decía una madre de familia—. Lo que nos define es la fuerza con que seguimos adelante (…) Estamos profundamente agradecidos por este encuentro”.

Más tarde, el equipo arquidiocesano se desplazó a la parroquia Santa María Micaela, donde 200 adultos mayores viven un proceso sostenido de dignificación. Allí el cardenal, primado de Colombia, les recordó que el Señor “siempre nos da su calor, su abrazo y su ternura (…) Nos da la gracia de saber que somos necesitados, que no somos capaces de tenerlo todo por nuestra cuenta, que necesitamos abrir el corazón y mirar a Dios desde la gratitud, reconociendo todo lo que ha hecho en la vida de cada uno de nosotros”.

Es un gozo estar aquí, les expresó mientras compartía un detalle con cada uno de estos ancianos, maestros de fe y raíz llamada a sostener las nuevas generaciones.
Este momento para los abuelos no fue un simple encuentro, fue un espacio en el que se les animó a recuperar la alegría, las relaciones y la certeza de que no están solos.
Un proyecto que representa esperanza, dignidad y futuro
El recorrido continuó en la Escuela Deportiva Parroquial Santa María Micaela, donde niños, niñas y adolescentes que viven en contextos complejos encuentran en el deporte un camino de fraternidad y superación. Allí, se hizo entrega de implementos deportivos y se compartió un momento fraterno.

“El deporte nos ayuda a vivir en paz y necesitamos vivir en paz (…) Ustedes son misioneros y misioneras de la paz a través del deporte”, les dijo el cardenal, animándolos a perseverar en el cultivo de valores humano-cristianos y de acciones que sostengan su vida, apoyen su proyección personal y el mejoramiento de las realidades comunitarias.
“A través del trabajo en equipo y la disciplina pueden salir adelante”, agregó monseñor Ricardo Pulido.

Durante la presentación oficial a nivel arquidiocesano de la escuela, se destacó que en el contexto de la Jornada Mundial de los Pobres esta iniciativa se convierte en un signo vivo del Evangelio; un lugar en el que el deporte es herramienta educativa, donde se forjan valores, se fortalece la convivencia; y donde cada niño, niña y joven puede descubrir que su vida vale y tiene un horizonte de esperanza.
La siguiente parada de esta salida misionera fue el instituto para jóvenes en proceso de recuperación por consumo de sustancias, acompañado por la comunidad salesiana desde la parroquia El Niño Jesús - 20 de Julio, en el que el cardenal Luis José; el vicario de la VET San José, monseñor Nelson Humberto Torres Gonzáles; monseñor Ricardo Pulido y parte del equipo de la Diaconía para el Desarrollo Humano Integral, se encontraron con jóvenes y adolescentes, quienes compartieron la historia de consumo, violencia y ruptura familiar que los llevó a situaciones de extrema vulnerabilidad, pero también su realidad actual llena de esperanza y anhelo por reconstruirse, recuperar sus sueños y dar un nuevo rumbo a su vida.

Tras un compartir de testimonios y de expresiones ánimo, servicio y acogida hacia estos jóvenes en su proceso, se hizo entrega de una donación simbólica para intervenciones locativas en el instituto.
Esta misión, que tocó cientos de vidas en el sur de la ciudad, concluyó con la visita a un hogar en el que se hizo entrega de una silla de ruedas y de un mercado, manifestando la cercanía de una Iglesia que, con gestos concretos, quiere acompañar en el dolor y desafíos cotidianos.

Una luz que continúa encendida
Lo vivido el 16 de noviembre fue un signo más del compromiso permanente de la Arquidiócesis: construir una ciudad donde nadie quede atrás, donde la fe se traduzca en cercanía, acompañamiento y esperanza.
Como enseñó Santa Isabel de Hungría, cuya fiesta acompañó la jornada:
La caridad es un camino que se recorre cada día. Y Bogotá, con sus periferias heridas pero resilientes, sigue siendo un lugar donde esa caridad puede hacerse carne, abrazo y oportunidad.
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