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Por fin, con Francisco ha llegado el postconcilio

25 de agosto de 2015

Después de cincuenta años hemos llegado al postconcilio. El papa Francisco muestra gestos que a todos nos gustan. Le queda mucho por hacer, pero comienzan a llegar las…

Siempre habrá dos cosas claras: que el dogma no se puede cambiar y que tampoco se puede vivir con la argolla al cuello como todavía se hacía en la primera década del siglo XXI, a causa de la involución en gran parte del mundo católico. El Derecho Canónico será revisado para lograr sea más concorde con el Evangelio y más distante del Derecho Romano y de todos los Derechos Civiles. Muchos serán los cambios. Un gran mérito del Papa Francisco.

Concilio Vaticano II

Ya no somos muchos quienes vivimos el Concilio de una manera consciente. Yo tenía entonces 29 años. Contemplé con admiración un desfile interminable de obispos en mi televisor parroquial en blanco y negro: jamás hubiera podido imaginar tanto prelado en la Iglesia. Entonces comenzaba yo a madurar algo como persona. La formación recibida en el Seminario nos sacó de aquellos benditos muros como adolescentes que se afeitaban: sin ninguna madurez; repetidores de todas las enseñanzas recibidas y sin apenas capacidad crítica.

 

Jamás entonces hubiera leído por mi cuenta y riesgo un libro prohibido por la Iglesia. Pero en aquellos años del Vaticano II, ya se había suprimido el “índice” inquisidor y leí una novela muy apreciada y que estuvo hasta entonces en la lista negra, “Los miserables” de Víctor Hugo. Esta obra me ayudó a desprenderme de las muletas con que salí del Seminario. Siempre me preguntaba, ¿cómo es posible que estuviera prohibida bajo pecado la lectura de esta bellísima narración que critica a una sociedad corrupta e hipócrita?

 

Con el alma esponjada y llena de esperanza para nosotros, los curas jóvenes, transcurrieron los primeros meses de aquella magna asamblea. Martín Descalzo fue uno de los grandes cronistas del evento eclesial más importante del siglo XX. Día a día devorábamos sus artículos, siempre con gozo, casi con gula intelectual. Me sorprendí en una ocasión que un padre había utilizado, en el aula conciliar, un artículo mío de la revista “Incunable”, sobre la dirección espiritual del clero. Cada día que pasaba tomaba más importancia el Concilio Ecuménico para nosotros.

 

Nuestras mentes fueron acomodándose poco a poco a la nueva mentalidad que la Iglesia dibujaba ante el mundo. Durante aquel trienio el cambio en la clerecía fue sustancioso y sustancial. Dejamos de una vez para siempre la adolescencia y el dirigismo de nuestros “superiores”. Ni siquiera desde entonces nos gustaba denominarles con este apelativo; habíamos cambiado mucho en poco tiempo y ya comenzaron a dirigir el Seminario los “formadores”, no los superiores; pero en las diócesis, los de siempre. Los obispos se quedaron como mudos; no sabían qué hacer y menos qué decir. Porque por todas partes aparecieron teólogos recicladores. Se ponía en tela de juicio la moral tradicional, sobre todo la casuística. Incluso el dogma aparecía con interpretaciones muy atrevidas.

Mientras tanto existía una parte del clero atrincherado en su conservadurismo ultramontano. Eran el polo opuesto. Algunos hasta tuvieron la osadía de combatir el Vaticano II, por eso de que en él no se habían dado cánones dogmáticos con el “anatema sit”. Algunos prelados se aferraron también al conservadurismo a ultranza y han sobrevivido de tal manera que cuando escribo estas líneas todavía quedan.

 

Ni Paulo VI ni Juan Pablo II consiguieron poner las cosas en su sitio. Es que los papas no son dioses, por mucho que se quiera. Benedicto dio un paso importante con ciertos atisbos de apertura y sobre todo cuando renunció al pontificado. Ha sido el Papa Francisco el gran renovador, aun cuando todavía es poco lo renovado, pero está poniendo bases muy sólidas: apertura muy en serio al mundo de hoy, autocrítica eclesial, evangelizar a la curia, extirpar lo corrupto, abrir los brazos, sentar bases para extirpar mitos y corruptelas. Él no va a llegar a todo, pero está sentando precedentes. Con urgencia su sucesor tendrá que reducir y reformar del todo el Derecho Canónico, acercar en serio al pueblo al episcopado… A todo se va a llegar. Hemos de tener un poco paciencia y agradecer a la Providencia que nos haya llegado el Papa Francisco.

 

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