XVIII domingo del tiempo ordinario: La invitación de Jesús a abrirnos al porvenir

El domingo pasado iniciamos la lectura del capítulo seis del evangelio según san Juan, en esa ocasión dijimos que este capítulo presenta la obra salvífica de Jesucristo valiéndose de la metáfora del alimento. El capítulo se abre sugestivamente con el ‘signo’ del pan repartido en abundancia para luego profundizar en dos temas principales: el don de Dios en Jesucristo, presentado como ‘el pan que baja el cielo’, y la exigencia de apropiarse de este don, esto es, la necesidad de ‘comer la carne del Hijo del hombre’ para tener vida. La exposición de estos temas avanza a través de una controversia entre Jesús y los galileos que han comido pan hasta que quedaron satisfechos.
En el evangelio de la misa de hoy (Juan 6, 24-35) tenemos la introducción al primer asunto: el don de Dios en Jesucristo. El domingo pasado dejamos el relato con la huida de Jesús al percatarse que la multitud lo iba a proclamar rey, hoy comienza el evangelio con el recuentro de la multitud con Jesús. Dos asuntos centrales presenta esta introducción: la reorientación del deseo de la multitud y la fe en el Enviado.
Veamos como Jesús reorienta el deseo de la multitud. Los galileos abordan a Jesús manifestando una grata sorpresa: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?»; pero Jesús, no se deja seducir por el triunfalismo de la masa y no permite que el tema siga por esos rumbos. El Maestro lleva la conversación a un nivel superior planteándole a sus interlocutores dejar lo inmediato para ver más allá: «Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna». Ellos comprenden y aceptan de Jesús ‘ver más allá’.
En este primer diálogo es importante el verbo obrar o trabajar, que retoman los galileos y que sirve al texto para pasar de las obras de los hombres a la obra de Dios.
Los galileos aceptan poner la mira más alta: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Poner la mira más arriba implica pasar de las obras de los hombres a la obra de Dios: «La obra de Dios es esta: que crean en el que Él ha enviado».
El contexto del capítulo nos lleva a entender ‘el trabajo que Dios quiere’, no como una imposición, una tarea o deber que se manda cumplir, sino como gracia que lleva al hombre a ser discípulo de Jesús. La obra –o el trabajo– de Dios consiste en hacer de nosotros, y de todos los hombres, discípulos de Jesús; en este sentido el trabajo de Dios es gracia que libera al hombre para acoger y seguir el camino que el evangelio de Jesús despliega ante nosotros. Esta afirmación la reconocemos en tres lugares de este capítulo: «Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede» (véase Juan 6, 37.45 y 65).
Aquí pasamos al segundo asunto el evangelio de hoy: la fe en el Enviado. Los galileos han aceptado la invitación de Jesús en el sentido de reorientar su búsqueda, pero les cuesta abrirse a la novedad y cierran las puertas para acoger la revelación porvenir. Veamos cómo avanza el tema.
Los galileos desconfían de la obra de Dios consistente en llevarlos hasta Jesús y creer en Él para tener vida; para ellos lo que se les propone ahora es una especie de aventura que contrasta con la seguridad que brinda lo ya conocido.
Los galileos rechazan la invitación a creer en el Enviado para tener vida y manifiestan que la vida ya la tienen asegurada por el alimento del desierto que les proveyó Moisés. En este contexto, más que a la materialidad del maná, los galileos se refieren al alimento –el soporte– de la vida, que para un judío es la Ley.
Jesús invita ahora a los galileos a abrirse al porvenir y al universalismo. En la mención del don del desierto, ellos se refieren al pasado –«nuestros padres comieron»–, Jesús los invita a acoger el don de Dios en el presente –«es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo»– y este don
da la vida al mundo –«el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo»–. Jesús invita a pasar del esfuerzo personal para cumplir la Ley a acoger en gratuidad el don de la gracia.
Los galileos admiten que Jesús es capaz de asegurarles de día en día ese don de Dios que da vida y pasan a pedirle: «Señor, danos siempre de ese pan». Pero ellos no esperaban que ‘ese pan’, fuera precisamente Jesús. Con la revelación de Jesús como el pan que da vida termina hoy nuestra lectura del capítulo seis del evangelio según san Juan.
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