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XII domingo del tiempo ordinario: El descubrimiento del misterio de Jesús

20 de junio de 2021
Jesús

Una vez concluida la enseñanza en parábolas, que leímos hace ocho días, el relato del evangelista Marcos continúa con una serie de milagros de Jesús que de alguna forma vienen a corroborar aquella enseñanza oral sobre el Reino que ya se ha sembrado en nuestra historia. En el evangelio de la misa de este domingo leemos la narración del primero de estos milagros: la tempestad calmada. Éste episodio, por una parte manifiesta el poder salvador de Jesús y, por otra, evidencia la dificultad de los discípulos para llegar a creer en el Salvador. Estamos delante de una catequesis sobre el acto de creer.

Hace ocho días leímos del relato de Marcos la conclusión de la enseñanza en parábolas sobre el Reino, ahora podemos entender que estando en la barca, desde donde habló, Jesús propone a los discípulos pasar a la otra orilla del lago y ellos «se lo llevaron en la barca, como estaba». Los sucesos de esta travesía se narran a través de parejas de opuestos: los discípulos en peligro / Jesús dormido; ellos ven cercana la muerte / Él duerme; la algarabía de ellos / la tranquilidad de Él. Este desarrollo alcanza su cumbre en la doble recriminación, la de los discípulos, «¿Maestro, no te importa que perezcamos?», frente a la recriminación de Jesús, «¿Aún no tienen fe?».

Por ello reconocemos en este episodio el inicio de una larga catequesis sobre la fe en Jesús que iremos leyendo en el relato de Marcos los siguientes domingos. En la medida en que los diferentes episodios del evangelio nos ayudan a comprender el itinerario de la fe va asomándose igualmente la dificultad que tienen los discípulos para creer; así se va poniendo en evidencia el esfuerzo necesario para llegar al fondo del misterio de la persona de Jesús.

Fijémonos en la recriminación de los discípulos, «¿Maestro, no te importa que perezcamos?», aquí el título ‘Maestro’ es vacío, ellos no han asimilado, no han profundizado. En la experiencia recogida no han captado que ellos cuentan para el Maestro, pareciera que no se han dejado formar por Él. Ante la situación amenazadora que enfrentan hoy sienten que la vida tiene fin, pero no han aprendido del Maestro que la muerte puede ser –tiene que ser– superada.

La actuación de Jesús evoca, en primer término, la resurrección –«Se puso en pie»– para manifestar a continuación el dominio sobre los poderes amenazantes: el viento y el mar. Este dominio lo expresa el texto mediante dos verbos en imperativo: «¡Silencio, enmudece!».

Como suele suceder en los relatos de milagros, éstos terminan describiendo la reacción de asombro de quienes han sido testigos; en el presente episodio, los discípulos sienten un gran temor y lanzan una aclamación. Siente temor al encontrarse delante de la presencia y el actuar salvífico de Dios a través de Jesús y desde su asombro nos lanza a los lectores del evangelio una pregunta: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!».

Hagamos la tarea de traer hasta nuestro tiempo esta catequesis sobre el itinerario de la fe. Los estudiosos de las religiones suelen explicar que en situaciones arcaicas los hombres llegaron a relacionarse con la divinidad a partir del temor ante las fuerzas de la naturaleza que ellos no controlaban, en tal circunstancia de limitaciones demonizaron la realidad circundante y mediante ritos intentaban poner a su favor aquellos poderes. Los avances de la ciencia han venido reduciendo el desconocimiento de estas fuerzas y la creencia arcaica va quedando sin seguidores.

La autonomía de la ciencia que reconoce el vaticano II nos invita a proponer la relación con Dios desde la situación misma de la persona que está invitada a ser creyente. Una persona puede llegar a ser creyente en la medida en que experimenta en su propia historia la salvación como amor de Dios en Jesucristo que evidencia que sí somos importantes para Él. La experiencia de sentirnos viviendo no está exenta de vernos zarandeados por poderes sobrehumanos o limitaciones propias de nuestra condición histórica, como el estar sujetos al deterioro por el paso del tiempo.

El itinerario de la fe cristiana arranca en el descubrimiento de las posibilidades que Dios ha sembrado en cada persona y precisamente estas posibilidades llegan a ser conscientes o bien ante la experiencia de la gratuidad o en situaciones existenciales de profunda amenaza que no dejan ver posibilidades de nada.

En el episodio del evangelio de este domingo podemos reconocer las situaciones amenazantes o de limitación propia de la existencia humana contrastadas con Jesús, en la misma barca, pero durmiendo. Frente a quienes demonizan las fuerzas amenazadoras o las situaciones límites de la existencia humana, Jesús se levanta y pronuncia una palabra que libera. Esta escena del evangelio nos está convocando para hablar de Dios a partir del hombre mismo.

Fuente:
Padre Tadeo Albarracín
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