Domingo XXXII del tiempo ordinario (Lucas 20, 27-38)
Hermanos: Se los digo de una vez y sin vacilación: nuestro Dios vive, y no rodeado de muertos; y nosotros viviremos con Él porque en la persona de Cristo nos ha destinado a ser sus hijos. Dios vive y nosotros en Él por toda la eternidad.
A los aristócratas saduceos les iba bien en esta vida y por eso no les preocupaba la vida más allá de la muerte. Tratan de confundir a Jesús con historias extrañas fruto de su fantasía, y con ellas creen poder ridiculizar la fe en la resurrección. Pero Jesús les responde: la promesa hecha a los Patriarcas se cumple, por eso el mismo Moisés llama a Dios ‘Señor de la vida’.
La pregunta no es si estuvo o no casado. La vida de los resucitados no es una prolongación de la vida que vivimos en la tierra. Esa vida es absolutamente nueva. Nadie en la tierra ha imaginado, ni visto, ni oído, lo que Dios ha preparado para los que lo aman en la tierra.
La vida en Dios es una novedad absoluta que está más allá de cualquier experiencia terrena; despierta y aviva el deseo, la expectación y la esperanza confiada en la promesa cierta, fruto del amor de Dios.
Nuestro Dios es autor y fuente inagotable de vida; crea, ama, defiende la vida, se compadece de quienes somos sus hijos y nos rescata del pecado y de la misma muerte. Es el mejor amigo de la vida y la lleva a su plenitud. Por eso Él quiere que mientras vivimos en la tierra no dejemos de pensar en ‘la otra vida’ y la esperemos con la certeza de que viviremos en Dios por toda la eternidad. Fuimos creados para vivir; por eso, el vivir en Dios en el cielo, es una espera, es un deseo, es un pensamiento espiritualmente muy saludable.
Cómo contrasta esta visión de Dios, de la vida en Él por toda la eternidad, con el grado de deshumanización a que hemos llegado en nuestro país. La vida humana es lesionada, ultrajada, destruida con los más atroces procederes y sin ningún reato de conciencia. Una ausencia de humanidad que nos llena de dolor y de vergüenza como hijos de Dios; un No al Evangelio, un no a la Ley de Dios, un No al Dios de vivos y muertos; es lo que estamos viviendo todos los días.
Hermanos: Vivamos el Evangelio, la Buena Noticia: Nuestro Dios es el autor de la vida, y en su Hijo Jesús somos sus hijos. Amemos la vida, cuidemos la vida, defendamos la vida, respetemos la vida y mantengamos la promesa cierta de vivir más allá de la muerte.
Padre Carlos Marín G.
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