Les presento a la mujer de Putifar

SIn duda muchos lectores recordarán a José o Yosef (en hebreo Dios añada) uno de los dos hijos de Jacob (o Israel) y de Raquel, su esposa favorita, cuya interesante…
Esa historia comienza cuando aquel muchacho de 17 años, a quien su padre amaba más que a otros miembros de su prole porque había nacido cuando él ya era viejo, suscitó la envidia y el odio de sus hermanastros, los hijos de Lía, Zilpá y Bilhá.
Llenos de animadversión hacia el jovencito, que solía tener singulares sueños de preeminencia, nueve de los hijos de Jacob se conjuraron para darle muerte. Sin embargo, gracias a la oposición de Rubén, el mayor, decidieron, al cabo, venderlo por veinte monedas de plata a unos mercaderes ismaelitas —descendientes de Ismael— venidos de Galaad para llevar a territorio egipcio camellos cargados con sustancias empleadas en la medicina, el culto y la momificación. (En muchas iglesias de todo el mundo se pueden ver hoy vitrales que representan el episodio de aquella venta).
José fue llevado por los comerciantes a un mercado de esclavos de Egipto, donde lo subastaron para que sirviese a un funcionario del faraón: el chambelán y comandante de su guardia (o, según otras traducciones, el jefe de sus verdugos o el intendente palaciego), llamado Putifar o Potiferá (en egipcio el que Rá dio y en hebreo aquel a quien fue regalado el sol). El personaje que a continuación les presentaré era la esposa de ese cortesano —al cual se le describe como eunuco en algunas versiones de la Escritura—, pero el narrador bíblico silencia su nombre.
Cuando José llegó a la casa de Putifar muy pronto descubrió su dueño que el Señor acompañaba al nuevo esclavo, pues todas las cosas por él emprendidas llegaban a buen término. Por eso lo nombró su mayordomo y lo encargó de administrar cuanto tenía. Ello hizo que Dios, por amor a José, bendijera las propiedades urbanas y rurales del egipcio, con lo cual éste, viendo crecer su patrimonio y aumentar sus rentas, puso su entera confianza en el eficaz servidor.
Pero en breve tiempo supo José que su apostura había despertado una pasión adúltera en la mujer del amo. Cierto día, encontrándose los dos "a solas, sin testigo", como en el verso famoso, ella le dijo:
"—Acuéstate conmigo" (Génesis 39, 7).
José, negándose a aceptar tal proposición, contestó a la infiel:
"—Mira, cuando mi señor de nada me pide cuentas y ha dejado cuanto tiene en mi poder, sin que haya en esta casa nadie superior a mí, y no habiendo puesto fuera de mi alcance sino a ti, que eres su mujer, ¿cómo voy a incurrir en tal vileza, pecando, además, contra mi Dios?" (Génesis 39, 8-9).
Pero la negativa del hijo de Jacob no disuadió a la esposa de Putifar, que cada día lo incitaba a tener trato sexual con ella. Y la resistencia del esclavo comenzó a ofenderla, porque en aquel país pagano era cosa rara la continencia.
Tras varias semanas de asedio, un día en que José entró en la casa para cumplir menesteres propios de su cargo, ella lo cogió por el manto, invitándolo a ir a su cama. Pero él, dejándola con la prenda de vestir en su mano, salió corriendo del lugar.
La provocadora, con la ropa del huido en su poder y llena de despecho y frustración, se puso a gritar, llamando a los demás sirvientes:
"—Miren, nos trajeron a ese hebreo[1] para que hiciera burla de nosotros. Se acercó a mí, pretendiendo acostarse conmigo, mas, como di varias voces gritando, dejó su vestidura junto a mí y escapó fuera de casa" (Génesis 39, 14-15).
La mentirosa guardó el ropaje talar hasta cuando Putifar volvió del palacio del faraón. Entonces relató a su marido:
"—El esclavo hebreo que nos trajiste vino junto a mí para deshonrarme, pero, cuando me oyó gritar con todas mis fuerzas, salió a escape dejando aquí su manto. Así me trató tu siervo" (Génesis 39, 17-19).
Al oír tan grave acusación Putifar montó en cólera contra su mayordomo, creyéndolo desleal. Habría podido dar muerte a José con su propia mano, pues era cosa que le permitía el régimen esclavista, pero se limitó a meterlo en la cárcel donde se encerraba a los presos del rey. Allí el inocente calumniado comenzaría su camino hacia el más alto de los empleos públicos de Egipto, algo muy parecido a la dignidad virreinal.
En su inolvidable librito Lecciones de Historia Sagrada, con el cual fuimos introducidos en el conocimiento de la Biblia muchos de los que éramos niños hace 60 años, escribió el jesuita Ramón Aristizábal en su reflexión sobre José en Egipto: "Dios cuida con especial providencia de los que son perseguidos por ser virtuosos, y se encarga de hacer triunfar a los que ponen en Él la confianza".
La malvada mujer de Putifar, que sometió a un hombre joven a lo que hoy, con toda justicia y propiedad, llamaríamos acoso u hostigamiento sexual en el lugar de trabajo, ha entrado a la historia del arte gracias a Baldi, Biliverti, Blanchard, Boldini, Castillo y Saavedra, Cerrini, De Luca, Doré, Esquivel, Forabosco, los Gentileschi, Guercino, il Cigoli, Martini, Murillo, Páramo, Pynas, Rafael, Rembrandt, Reni, Ribera, Spada, Tintoretto, van Balen y Velázquez.
[1] Los egipcios llamaban a los israelitas hebreos, originalmente hibri = pasar al otro lado en la lengua de los así llamados. Al parecer la palabra designó primero a esclavos que se ocupaban de trabajar en las canteras.
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