Historias de vida
“Señor soy tuyo y me ha ido muy bien contigo, esa es la alegría de la vida”
Gratitud hacia Dios y hacia cada persona con la que ha caminado en esta opción de vida es el sentimiento que embarga a monseñor Fabio Suescún Mutis, obispo emérito castrense de Colombia, quien fue obispo auxiliar de Bogotá, obispo de Pereira, y, por 20 años, obispo castrense.
“Hay un enfrentamiento de sentimientos, uno se siente feliz porque su vida no fue vacía, se le encontró sentido, todo lo digo en la óptica de Dios; me sentí muy bien, siempre hubo optimismo en el corazón y trabajo (…) Pero, en este momento hay un sentimiento duro, el de quedarse uno un poco al margen (…) Le hace a uno falta esa vida de Iglesia, ese comunicar ideas, ese recibir enseñanzas, ese poder aportar algo, poder decirles: miren, por favor, yo, después de 80 años, les quiero decir, con todo el cariño, que salgamos de nuestra comodidad, tenemos un mensaje muy lindo que dar, tenemos un tesoro que la gente lo necesita”, afirma en medio de la tranquilidad de un ministerio vivido a conciencia, con compromiso y entrega.
Consciente de los grandes desafíos que enfrenta la evangelización en el mundo actual, monseñor Suescún mantiene en su mente y corazón la convicción frente a la necesidad de fortalecer la acción misionera de la Iglesia, su opción preferencial por los más necesitados, además, de adelantar las reformas necesarias en coherencia con la vivencia del Evangelio. “Tener una experiencia profunda de Jesús y de su llamado”, “romperse el alma siendo sacerdote”.
“Uno es uno de tantos, pero con una responsabilidad: ser los hombres de Dios, de Cristo, los discípulos, apóstoles misioneros. La misión es muy importante”, insiste.
“No basta con decir la Iglesia evangelizadora, la Iglesia misionera, la Iglesia en salida, tiene que de verdad ser eso, ser Iglesia de pequeñas comunidades, Iglesia en camino; ahí hay que hacer mucho, yo creo que el reto es ser verdaderamente sal de la tierra, luz del mundo, y trabajar para que Cristo sea conocido, amado e imitado ¡Hay que volver a Jesús!
“Hay que hacer una Iglesia distinta, ya no la de las mayorías, no la Iglesia meramente institucional, de conservación, hay que ser una Iglesia más alegre, más sencilla, menos complicada, más acogedora, que no mueva el miedo, que muestre al Cristo de esperanza, al Cristo sonriente, que nos abraza. Acordémonos esas palabras del Evangelio: <<Te agradezco Padre, porque esto lo has revelado no a los sabios y poderosos sino a los sencillos>>”.
“La Iglesia es para los sencillos, para vivir en comunidad … Otro espíritu distinto: más cerca al corazón de Cristo, y más lejos de una institucionalidad rígida”.
Con esta óptica buscó ejercer su ministerio sacerdotal: 56 años de sacerdocio, 36 años como obispo.
Una respuesta generosa al Señor, que nace en el corazón de un niño
Oriundo de Bucaramanga (Santander), su vocación se gestó en medio de una familia tradicional, de clase media, trabajadora, que siempre apoyó su opción de vida, en medio de la libertad ante cada paso dado.
“La verdad es que en mi familia no había religiosos, yo no conocía religiosas o sacerdotes allegados a nosotros, entonces el proceso fue ajeno a haber recibido alguna inclinación vocacional en mi familia”, recuerda.
“El primer encuentro con Dios, yo diría que fue un encontrón. Era un niño como de 12 años ingresé al colegio una tarde, vi que en la sala había una cantidad de flores, me acerqué de curioso y encontré un ataúd, un hermano había muerto, no era del colegio, pero lo estaban velando ahí. Y dijéramos que fue mi primera experiencia de la muerte… nunca la había tenido, y ahí se me vinieron a la cabeza, cabeza de niño, una cantidad de preocupaciones: ¿qué va a ser de mí? ¿qué va a ser de este hermano? ¿se va a condenar o se va a salvar? Porque en eso nos insistían mucho, en la salvación, que no fuéramos a morir en pecado, que el infierno era terrible y que por lo tanto no podíamos malgastar la vida para terminar en el infierno”.
“Esto me llevo a comenzar un proceso de conocimiento: ¿qué hago para salvarme? Estoy hablando en categorías de niños, no en categorías teológicas, y entré a un grupo vocacional, porque decidí que lo mejor era entregarme a Dios, si me quería salvar. Que desde ahora lo mejor era ir por esos caminos y busqué el camino del sacerdocio”.
Sumado a la anterior experiencia, mientras adelantaba sus estudios en el liceo de La Salle, un colegio de Los Hermanos de las Escuelas Cristianos, el joven Fabio vivió otro momento decisivo en su despertar vocacional:
“Nos dieron una serie de películas muy bonitas, pero también en la misma línea: ¿qué va a pasar con nosotros? Recuerdo una película que se llamaba “Con las manos vacías”, esa fue muy determinante, porque era la historia de una actriz famosísima, no era Marilyn Monroe, pero era una especie de ella. Se narraba su vida como actriz famosa, estrella de los años 50, tenía todo: novio, carro, prestigio, todo… y un día yendo por una autopista se estrelló y se mató. Y, en la película aparece el momento en que ella se enfrenta a Dios. Entonces aparece arrodillada ante Dios y con las manos vacías (…) Es decir, lo que presenta de su vida a Dios son unas manos vacías. Eso me impactó y me hizo pensar – en lenguaje de niño - : Yo no puedo llegar a donde Dios con las manos vacías. Tengo que hacer algo por Dios, por los demás, todo eso fue llevando a que yo tomara la decisión de entrar al Seminario”.
Sobre su formación sacerdotal y servicio pastoral
Cursó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor de la Arquidiócesis de Bogotá.
Fue ordenado sacerdote en Bogotá, el 19 de noviembre de 1966, para esta Arquidiócesis. Promovido al episcopado, como obispo titular de Giomnio y obispo auxiliar de Bogotá, el 3 de mayo de 1986.
“Yo me ordené con la conciencia de ser un sacerdote para servir a Dios en el culto y para ayudar a acercarse a Dios a mis hermanos, pero esa idea cambió fundamentalmente. Yo en este momento, y hace muchos años, creo que todo mi episcopado, ha estado por eso: tengo que ser un sacerdote en misión”.
Su primer encargo pastoral fue como vicario en la parroquia Santa Bibiana; luego, fue nombrado párroco en La Epifanía, “esta fue mi primera parroquia, la recuerdo con gran amor, fue una experiencia muy linda. Esos feligreses eran los que Dios me había dado para acercarlos a Él”, precisa.
Luego, fue enviado por el arzobispo Aníbal Muñoz Duque a estudiar teología moral en la Pontificia Universidad Gregoriana, en Roma. A su regreso sirvió en la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, del barrio Olaya.
Fue rector del colegio de la Universidad del Rosario, capellán del colegio Emilio Valenzuela, profesor en el Seminario Menor y en el Seminario Mayor de la Arquidiócesis.
Monseñor Mario Revollo lo nombró vicario episcopal territorial en el sur, VET Espíritu Santo.
Fue nombrado obispo de Pereira el 20 de noviembre de 1993 y trasladado al Ordinariato Militar para Colombia el 19 de enero de 2001 (obispado castrense).
“Ser obispo castrense es una gracia, como todo lo que mi Dios me ha dado”, afirma.
“Bogotá es mi Arquidiócesis, en Bogotá aprendí todo, de Bogotá recibí todo. Yo quiero profundamente a Pereira, a su clero, ahí comenzamos el Plan de Nueva Evangelización, que ahora siguen 42 diócesis del país (…) Y el obispado castrense es, ante todo, un ministerio pastoral de relaciones humanas con los militares y los policías que nos sirven (…) nuestro papel es hacer que cada día estén más cerca de Jesús para que le den un sentido espiritual, evangélico, a su servicio a los demás”.
Otros servicios
Secretario ejecutivo de la visita del Papa Juan Pablo II a Colombia y director ejecutivo de la visita del papa Francisco al país en el 2017; fue vicario general de la Arquidiócesis de Bogotá; asistente eclesiástico, a nivel nacional, del Movimiento Familiar Cristiano; su último cargo, como presbítero, fue la vice-rectoría de la Universidad del Rosario.
El 7 de diciembre de 2020 el papa Francisco acepta su renuncia al cargo pastoral.
A continuación, entrevista a monseñor Fabio Suescún Mutis sobre su servicio pastoral y evangelizador en la Iglesia católica colombiana. Grandes frutos y aportes a la Nueva Evangelización y a la consolidación de la Diócesis Castrense en el país.
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