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Historias de vida

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“He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (2 Tim 4, 7) 

30 de octubre de 2025
Pbro. Hernán Cimadevilla y Madrigal (1940-2025).

Por: Padre Santiago Hanner, Diócesis de Engativá


Cuando el padre Hernán Cimadevilla y Madrigal llegó a la parroquia San Juan de Ávila yo era apenas un adolescente que estaba descubriendo la vocación sacerdotal. Después de hacerle saber al padre Julio Sánchez, rector del Emilio Valenzuela y al padre Marco Fidel Murillo, capellán del mismo, me acerqué a la parroquia y hablé con él, manifestándole mi intención de entrar al Seminario Mayor de Bogotá, al terminar mi bachillerato. A partir de ese instante se desarrolló un proceso de acompañamiento y amistad, que fortalecieron mi idea y después mi decisión de entrar al Seminario. Siempre respetuoso y cercano, como buen psicólogo y sacerdote, iba generando confianza, cercanía y admiración, actitudes que permanecieron hasta los últimos días de su existencia.

Para ese entonces no imaginaba el camino recorrido por él en su vida ministerial. Después de recibir la ordenación presbiteral el 29 de noviembre de 1969, de manos del entonces arzobispo Aníbal, cardenal, Muñoz Duque, fue enviado como vicario parroquial en la parroquia San Bernardino de Soacha. Posteriormente, fue nombrado en la parroquia El Buen Pastor donde permaneció desde 1971 hasta 1985, pastoreando las comunidades de los barrios Meissen, Jerusalén, Candelaria, San Francisco, Lucero, Domingo Laín, Vista Hermosa, Tesoro, Minuto de María y las veredas de Mochuelo Alto y Bajo, Quiba y Pasquilla, haciendo equipo con las Hermanas Dominicas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, Vianney Link O.P., Regina Häufele O.P. y Silvia Büchel O.P. Con ellas decide crear la Fundación Integración Social y Desarrollo Comunitario - FISDECO - el 14 de abril de 1975.

La parroquia El Buen Pastor se convirtió en lugar privilegiado donde varios sacerdotes fueron enviados a trabajar con el padre Hernán en dichos sectores necesitados de verdaderos pastores entregados y dedicados. Tuvo el acierto de crear varias parroquias que hoy siguen siendo signo de su dedicada labor pastoral.

Para el año 1985 fue nombrado primer párroco de San José de Calasanz, iniciando el proceso de configuración de esta comunidad. Y sin dejar de ser párroco allí, fue nombrado también párroco de San Juan de Ávila, sucediendo al padre Carlos Franco Garavito, donde continuó la labor de acompañar esta comunidad motivando una pastoral que respondiera a las necesidades y retos de la situación de las familias y las personas de ese entonces, la mayoría de hogares conformados por jóvenes, que habían iniciado a habitar el Norte de Bogotá.

Acogió con generosidad a muchos sacerdotes nombrados como vicarios parroquiales, algunos de los cuales venían de diferentes partes del país para perfeccionar su formación académica. De igual manera, recibió con un cariño muy especial al padre Cándido López, como vicario parroquial. Era común ver que a la parroquia acudían bastantes seminaristas para recibir su apoyo, tanto espiritual como material. También acudían algunos sacerdotes jóvenes que, iniciado su vida ministerial, recurrían al padre Hernán para consultarle y recibir sus consejos para una adecuada vivencia del ministerio. Siempre insistía que el sacerdote debe ser santo y docto, pero más docto que santo. No fueron pocos los jóvenes que recibieron su apoyo para lograr culminar sus estudios profesionales, algunos de los cuales habían pasado por el Seminario, pero no habían continuado su formación hacia el ministerio presbiteral.

Al descubrir en poco tiempo que el templo parroquial original de San Juan de Ávila presentaba fallas estructurales graves y se hacía cada vez más estrecho para la cantidad de fieles que asistían a las celebraciones de entre semana y los domingos, inició las obras de construcción del actual templo parroquial, apoyado por el consejo económico y el profesionalismo del arquitecto Fernando Ruiz, quien diseñó la nueva iglesia parroquial contando con salas de velación para el servicio funerario de la comunidad, iniciando así una pastoral del acompañamiento en el dolor por la pérdida de un ser querido.

Alguna vez me comentó que su intención, además del aspecto pastoral, era también generar un ingreso constante de recursos económicos para el sostenimiento de la pastoral y para la ayuda de parroquias nuevas erigidas en sectores menos favorecidos de la Arquidiócesis. Con verdadera visión adquirió dos casas con la intención de que en el futuro se construyera la casa cural con los servicios y espacios que requería la actividad pastoral, sueño que llevaría a cabo su sucesor, monseñor Daniel Ferreira Sampedro, con verdadero gusto y acierto.

Durante muchos años celebró la misa para niños, llegando a colmar el templo con bastantes familias jóvenes que encontraban allí un espacio adecuado donde sus hijos pequeños tuvieran un verdadero encuentro con Dios, curiosamente era la celebración que más adultos y adultos mayores congregaba el domingo.

Preocupado por el crecimiento de la ciudad hacia el Norte y viendo que entre la parroquia San Juan de Ávila y San Juan Bosco no existían más parroquias, se dedicó a buscar terrenos para construir capillas que se convertirían con el tiempo en nuevas parroquias, como San José Cafasso, Santa María Mazzarello, Santa María del Cedro, San Juan María Vianney, entre otras.

En agosto de 1998 Su Eminencia Pedro, cardenal, Rubiano Sáenz, arzobispo de Bogotá, decidió trasladar al padre Hernán a la parroquia Cristo Rey, donde continuó la labor pastoral en medio de una comunidad fundada años atrás por el padre Raúl Méndez y posteriormente pastoreada durante bastantes años por monseñor Bernado Orega Lafourie y monseñor Guillermo Agudelo Giraldo.

Junto con el padre Cándido López y el padre Felipe Montes c.s.v., continuaron el proceso de acompañamiento pastoral de la comunidad que residía en el sector de Chicó Norte. Con el tiempo se vio la necesidad de construir un nuevo templo al descubrir que la estructura arquitectónica no resistiría mucho más en pie.

Gracias a la capacidad de gestión y visión del padre Hernán y al acompañamiento profesional del arquitecto Álvaro Luna Gómez, un gran equipo de profesionales y el nexo con Coopserfun - Los Olivos - iniciaron el ambicioso proyecto de construir una iglesia que pudiera albergar bastantes fieles; unas salas de velación hechas con gusto y elegancia; un generoso sector de cenizarios; y un edificio con salones de pastoral, despacho y apartamento cural donde pudieran vivir varios sacerdotes para atender pastoralmente a los fieles. De la misma manera que en San Juan de Ávila, la intención del padre Hernán fue la de atender espiritualmente las personas que pasaban por el dolor de la muerte de un familiar o de un amigo.

También se preocupó por generar una pastoral de conjunto, desde las intuiciones del Sínodo Arquidiocesano y el Plan Global de Pastoral. Siempre preocupado por una pastoral familiar, constituyó un equipo de matrimonios que acompañaban a las parejas que tenían la intención de contraer nupcias, a través de unos encuentros prematrimoniales. Además, instituyó la misa para niños, acogiendo bastantes familias que cada ocho días celebraban la fe en medio de un ambiente festivo y gozoso.

Seguía atendiendo a muchos sacerdotes que acudían a él y mantuvo su preocupación por los seminaristas de escasos recursos, apoyándolos espiritual y materialmente. Sabía muy bien que Cristo Rey, con sus generosos ingresos, sería una lugar que podría ayudar a otras parroquias en dificultad económica o que estuvieran iniciando su vida pastoral.

Así como fue un sacerdote ejemplar en su acción pastoral y su sensibilidad social, también fue un hombre de visión en lo administrativo. Siempre dado a ayudar a los menos favorecidos, comenzando por los seminaristas cuyas familias no podían costear sus estudios en el Seminario; hoy, muchos de los cuales son felices ministros del altar.

Pero el padre Hernán no solo se hizo conocer por sus grandes obras y su acción pastoral, también se hizo famoso por su temperamento fuerte y duro, ya que se salía de casillas con facilidad. Pero también reconocía con humildad su error y sabia pedir perdón cuando se había tranquilizado. Con los años fue ganando en tranquilidad y sosiego. Por algunas situaciones tristemente vividas por él me enseñó que es importante también aprender a perdonar y disculpar el error y las ofensas de los demás, para no cargar con rencores y odios.

Al salir de Cristo Rey en el 2008, como sacerdote emérito, hasta el pasado 3 de octubre se dedicó a disfrutar su casa campestre en Cota, vivía tranquilo y muy feliz, en medio de una aparente soledad que disfrutaba, pero siempre acompañado, primero por sus hermanos menores, Margarita y Jaime, quienes se le adelantaron en partir de este mundo, y después cuidado por sus sobrinos Antonio Vega, su esposa Alejandra y sus hijas, y María Margarita Vega y su esposo, y los hijos de Jaime. Compartía con sus vecinas de conjunto todos los días en la celebración eucarística. Siempre tuvo muy cerca a su amigo y compañero de ordenación, monseñor Octavio Ruiz Arenas, a quien sentía como su hermano y admiraba profundamente. Amigo de muchos sacerdotes y obispos, terminó

sus días sorprendido por la muerte que no se imaginaba le llegaba en ese momento. Se fue en la paz de Cristo después de darle la absolución y administrarle la unción de los enfermos.

Para el día de su ordenación el padre Hernán escogió la frase que San Pablo le dirigía a Timoteo: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (2 Tim 4, 7), esta expresión le gustaba mucho y la repetía con frecuencia. Hoy, a casi un mes de su partida, adquiere mucho más sentido. Ahora solo le queda recibir la corona de salvación que el Señor, juez justo, le dará en aquel día (cf. 2 Tim 4, 8). Descansa en paz querido Hernán.

 

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