¿Y si esto se alarga?
La Iglesia tiene una misión que no puede dejar de hacer. La crisis plantea la pregunta de cómo hacerla si el mundo se sitúa en un escenario tan diferente al que veníamos…
La cuarentena por la pandemia del Covid 19 ha ido adquiriendo unas connotaciones cada vez más complejas. De ser un problema de salud se ha ido tornando en un problema social, de hambre, de mayor pobreza y de solicitudes infinitas al gobierno nacional y a los mandatarios locales. La Iglesia no es ajena a esta situación. Por una parte, ha reforzado sus múltiples acciones solidarias con los más pobres. Por otra, comienza a sentir a nivel interno las tensiones económicas derivadas de no estar recibiendo los ingresos ordinarios con que financia su funcionamiento habitual. Curias, parroquias, instituciones de caridad, fundaciones ya experimentan la estrechez económica y comienzan a surgir preguntas sobre la manera para poder retener a los empleados, para pagar las obligaciones fiscales y parafiscales, las cuentas de pensión, salud, seguridad en el trabajo, etc. También los servicios públicos que suelen ser abultados en las grandes edificaciones en las que se da la vida de curias, parroquias y otras instituciones. Situación compleja.
A lo que ya ha se ha presentado, la parálisis del funcionamiento, se le añade ahora la posibilidad de que instituciones que aglomeran personas, como las parroquias, su funcionamiento sea autorizado, no prontamente, sino dentro de un tiempo largo. Esto tendría todo tipo de consecuencias. La primera, cómo se dará el sostenimiento de los obispos y sacerdotes. También los salarios de los empleados de la Iglesia, que, mirando el tema en detalle, es un grupo muy grande de personas que pueden llegar a quedar cesantes. Y generalmente son personas con unos sueldos no muy altos y las cuales agotarían sus ahorros en un par de meses. Y de no menor calado puede ser la viabilidad de las parroquias: sin ingresos por meses, simplemente pueden quebrarse, con todas las consecuencias que esto puede tener, a nivel económico, material y pastoral. Y, tal vez sea necesario decirlo con claridad: para el sentido de vida de los sacerdotes. Todo queda a prueba en semejante crisis.
Pero como la Iglesia tiene una misión que no puede dejar de hacer, la crisis plantea la pregunta de cómo hacerla si el mundo se sitúa en un escenario tan diferente al que veníamos acostumbrados. Hasta ahora la presencia de la Iglesia en los medios digitales, en la televisión, en la radio y la prensa, ha sido más quijotada de algunos cuantos, pero no hay todavía una gran acción eclesial que reúna esfuerzos, los perfeccione, los financie debidamente para tener nuevos púlpitos para predicar la buena nueva de la salvación. De igual manera, en el distanciamiento social se debe pensar cómo se puede llevar a cabo la tarea de los obispos y los sacerdotes, lo mismo que de todos los agentes pastorales pues el contacto personal es imprescindible a la hora de actuar en nombre de Dios y del evangelio de Jesucristo. El papa Francisco, que casi siempre va más adelante que todos en la Iglesia, ya constituyó varios equipos de reflexión para pensar este mundo enfermo y el que pueda estar llegando.
Y tal vez por ese camino es que se debe conducir la Iglesia universal y local en este preciso instante. Momento de reflexión y de acción conjunta. Si cada obispo, si cada sacerdote, si cada evangelizador se sienta a realizar su propio diseño de supervivencia, quizás se hunda el barco entero. La Iglesia siempre ha demostrado que actuando unida es una fuerza con mucha potencia y mucha lucidez. No es esta su primera ni su última crisis por la situación de la humanidad. Ha pasado por todas, en todas ha estado y ha realizado una presencia espiritual y material muy efectiva. Es hora, entonces, de reunir fuerzas, pensamientos, ideas, propuestas y actuar mancomunadamente para ser luz de esperanza en cada comunidad y para sostener, dar apoyo, orientar pastoralmente y animar a todos los obispos y sacerdotes, lo mismo que religiosos y religiosas, que han entregado su vida al servicio de Dios y del evangelio. “El Señor no nos va a abandonar” ha repetido el cardenal arzobispo de Bogotá con insistencia en días recientes. Sobre esa convicción emprendamos la gesta de cruzar este nuevo mar Rojo que la historia nos ha puesto enfrente.
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