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¿Vencidos por las drogas?

3 de julio de 2018

Toda la cadena de producción y consumo de drogas genera destrucción y muerte en todas las dimensiones de la vida: en el medio ambiente, en las personas, en las familias,…

Más de 220.000 hectáreas sembradas de coca hay en Colombia. Entre niños y jóvenes el consumo de alucinógenos es creciente. No menor es la presencia de este fenómeno entre la población adulta. Y de los habitantes de la calle prácticamente ninguno está libre de este azote implacable. Con todo, se siguen escuchando muchas voces, incluso la del vicepresidente de la República, que creen que en alguna medida las drogas ilícitas tienen algún aspecto bondadoso. Los legisladores también han favorecido el consumo de una dosis mínima y hemos de suponer que creen que es porque no causa daño. Tal vez ningún mal había logrado seducir en forma tan contundente a buena parte de la humanidad y en especial a sus dirigentes y como la batalla parece perdida, el mismo mal ha logrado que se afirme públicamente que las drogas alucinógenas son simplemente un asunto de decisión personal y cada cuál es libre o no de introducirlas en su vida.

Detrás de estos discursos lo único que se va acumulando es una infinidad de vidas destrozadas. Toda la cadena de producción y consumo de drogas genera destrucción y muerte en todas las dimensiones de la vida: en el medio ambiente, en las personas, en las familias, en la convivencia ciudadana, en los ambientes escolares y universitarios, en el ámbito laboral, etc. Por no hablar del crimen que fomenta y con él una violencia prácticamente indescriptible. Para la lucha contra las drogas ha sido fatal, no solo sus diabólicos productores y mercaderes, sino también el discurso tibio y ambivalente de quienes en la sociedad tienen el deber de proteger la vida humana, o de educarla, o de preservarla de todo mal. Y, hoy, viendo las dimensiones que el fenómeno del consumo de drogas ha tomado, no deja de suscitarse la pregunta si todos los que favorecen su consumo bajo etiquetas como legalidad o decisión personal, no deberían subir al estrado de los acusados por verdaderos crímenes contra la humanidad, contra el hombre y la mujer concretos que son devorados por esta basura que todo lo acaba.

Muchas deben ser las causas por las cuales infinidad de hombres y mujeres hoy han optado por las drogas. El estado de ansiedad permanente de la vida moderna, la destrucción de las familias, los miedos que tienen copado el ambiente, la soledad, el abandono de la vida espiritual, la incertidumbre sobre el futuro, la violencia que acecha, etc. Y contra todo esto es menester que se levanten toda clase de barreras y por lo visto será, y ya lo es, una lucha larga y sin cuartel. Pero ambos aspectos hay que atenderlos con todas las fuerzas. Seguir indagando sobre las causas de la adicción para responder cada vez mejor a esta realidad. Y, también, seguir oponiéndose con total firmeza a un discurso que sostiene con obstinación que las drogas alucinógenas son inocuas y que, si se escogen libremente, eso es asunto solo personal.

La arquidiócesis de Bogotá, en todo su sistema educativo, ha emprendido una fuerte campaña para que sus estudiantes y docentes se comprometan en una vida sin uso de drogas. Y hay más colegios que también están extendiendo estas campañas. Pero es tan grande el fenómeno que bien valdría la pena que, así como se implementan planes de evacuación para emergencias, en todas las instituciones, empresas, organizaciones, debería ser obligatorio el plan de prevención contra la drogadicción. Y el Estado debe aliarse fuertemente con todo el sistema educativo, con las iglesias, las fundaciones, los medios de comunicación –en parte muy responsables del crecimiento del consumo por sus posiciones laxas ante este fenómeno-, para que las drogas no lleguen a manos de los posibles consumidores. Y, así como el fin del conflicto ha reclamado un espacio para las víctimas, es hora de que las víctimas de las drogas tengan cómo y dónde levantar su voz, para decirle a la nación que allí no hay sino ruina, destrucción, tristeza y muerte. Lo demás son discursos para beneficiar a los que los pronuncian y a los mercaderes de la muerte.

Imagen: Línea y salud

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