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¿A quién buscas?

24 de octubre de 2014

En días pasados al realizar una visita a una parroquia con el fin de saludar al párroco, siendo un día cualquiera de la semana, encontré el templo abierto. Entré un…

Esta pequeña y simple experiencia, además de enriquecedora para mí, me ha hecho reflexionar dos cosas. Me pregunto por una parte,  qué tanto, fuera de los momentos ordinarios de culto y celebraciones, están las puertas de  nuestros templos abiertas. Qué tanto están abiertas para quienes lo necesitan. Generalmente, para no tener nuestros templos abiertos aducimos, y es verdad, problemas básicamente de seguridad. Es cierto que la inseguridad ronda por todas partes y se ha convertido en nuestra ciudad en uno de los más grandes y graves flagelos. Pero es posible también que como problema grave nos haya ido arrinconando. A pesar de todo hay que reconocer, en honor a la verdad, que muchos sacerdotes le han hecho frente a este problema abriendo los templos, sino todo el día, si en algunas horas fuera de las celebraciones ordinarias. Claro está, sacerdotes que hacen uso  de medios de seguridad: cámaras, celadores, turno de fieles…

 

Por otra parte, ante la posibilidad de las ya extendidas Capillas del Santísimo, no hay que echar en saco roto, allí donde aún no existen, la ilusión de poder establecer un lugar digno y recogido para el bien de todos, fieles y sacerdotes donde esté permanentemente Jesús en la eucaristía.  Una capilla del Santísimo es un pararrayos en los distintos lugares y sectores en donde existe. Cuántos pararrayos necesita y anhela hoy más que nunca nuestra ciudad de Bogotá. Además, la experiencia lo dice, se vuelven lugares frecuentados por muchos fieles que continua y permanentemente peregrinan por allí.

 

Es muy posible que en una ciudad tan grande como Bogotá, con tantos miles de habitantes, muchos de ellos, estén buscando, como la señora de la historia inicial, al Señor. Es posible que en medio de sus tragedias y tristezas, aun de sus éxitos y triunfos, sea a Él a quien andan buscando.

 

El 3 de septiembre de 1965 fue publicada la encíclica Misterium fidei del Beato Pablo VI sobre la doctrina y culto de la Sagrada Eucaristía y allí señala muy bellamente lo siguiente: “Os rogamos, pues, venerables hermanos, que custodies pura e íntegra en el pueblo confiado a vuestro cuidado y vigilancia, esta fe que nada desea más ardientemente que guardar una perfecta fidelidad  a la palabra de Cristo y de los Apóstoles, rechazando plenamente todas las opiniones falsa y perniciosas, y promováis, sin economizar palabras ni fatigas, el culto eucarístico, al cual deben conducir y converger finalmente todas las otras formas de piedad… Diariamente, como es de desear, los fieles en gran número participen activamente en el Sacrificio de la Misa, se alimenten con corazón puro y santo de la sagrada Comunión, y den gracias a Cristo Nuestro Señor por tan gran don. Recuerden estas palabras: “El deseo de Jesús y de la Iglesia de que todos los fieles se acerquen diariamente al sagrado banquete, consiste sobre todo en esto: que los fieles, unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza para dominar la sensualidad, para purificarse de las leves culpas cotidianas y para evitar los pecados graves, a los que está sujeta la humana fragilidad. Además, durante el día, los fieles no omitan el hacer al Santísimo sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo con el máximo honor en las iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Señor allí presente.

 

Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una incomparable dignidad.  Ya que no solo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después, mientras la Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir “Dios con nosotros”. Pues día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón y a buscar no las cosas propias sino las de Dios. Cualquiera, pues, que se dirige al augusto Sacramento Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios, y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo: no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad.

 

Os es bien conocido además, Venerables Hermanos,  que la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial, más aún de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo Cabeza invisible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, “por quien son todas las cosas y nosotros por Él”.

 

De aquí se sigue que el culto de la divina Eucaristía mueve fuertemente el ánimo a cultivar el amor “social”, con el cual anteponemos al bien privado el bien común; hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia,  de la Iglesia universal y extendemos la caridad, a todo el mundo porque sabemos que en todas partes existen miembros de Cristo.”  (Pablo VI, MF 64-69)

 

La Encíclica Misterium Fidei del beato Pablo VI es una magnífica obra que nos ayuda a recoger la   doctrina del pasado, del presente y del futuro respecto de la Eucaristía y de su culto. Jesús en la multiplicación de los panes invita a los Apóstoles a recoger en cestos el pan que ha sobrado, recogieron, nos cuenta el evangelio, doce cestos, después de que comieron todos y se saciaron (Mt 14,20). Ojalá que fieles laicos y sacerdotes tomando conciencia del valor  y significado  de la presencia de Jesús en la Eucaristía, se empeñen los unos  en favorecer y enseñar acerca de la devoción a la Eucaristía, de manera singular en los sagrarios y los otros  en frecuentar y animar a otros para que busquen permanentemente al Señor tanto en la celebración como en la adoración. Ojalá que como la señora de la historia inicial podamos afirmar: “yo al que busco es a Él, tengo que decirle muchas cosas”.

 

 

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