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Pascua:  Tiempo para celebrar la fe y releer nuestra historia

30 de marzo de 2015

Nos acercamos a la gran fiesta de la Pascua del Señor Jesucristo, acontecimiento central de nuestra fe, que nos invita a vivir intensamente la dimensión celebrativa de…

Al mirar nuestra sociedad en clave pascual, en primer lugar reconocemos la presencia en ella de muchos signos de muerte: en la violencia generalizada, en la corrupción en los asuntos públicos y en la administración de la justicia, en la anticultura del robo y manipulación para el provecho personal, en el daño sistemático que se le está causando a la creación en favor de intereses personales o empresariales, al margen del bien común. Signos que son exaltados por los medios masivos de comunicación, sin un criterio ético claro, y convertidos en opinión pública, en imaginario social generalizador y negativo, que cierra las puertas a la esperanza, a lo bueno que también surge del corazón humano y que de otra manera, también está construyendo nuestra sociedad.

Pero la mirada pascual nos lleva también a reconocer que el mal no tiene la última palabra en nuestra sociedad, aunque haga más ruido que el bien. Pues junto a los signos de muerte también hay muchos signos de vida, presentes en la historia de tantas personas y grupos que mantienen la esperanza en medio de las dificultades, y salen al paso de los efectos del mal, proponiendo y asumiendo nuevos caminos alternativos de solidaridad, de ayuda mutua, de acompañamiento en medio de las dificultades, de resiliencia personal y social. Signos que nos hablan de los valores humanos que también están en juego en la construcción de nuestra realidad social, y simultáneamente nos hablan de la presencia discreta pero real del Dios de Jesucristo, del Dios de la misericordia, que sigue reinando en el corazón de hombres y mujeres que no se resignan ante el poder del mal y de la fragilidad humana, sino que por el contrario se sobreponen a lo adverso con la fuerza del bien que busca siempre la vida para todos. Son muchas las iniciativas de servicio social, de proyectos de desarrollo comunitario, de ayuda entre vecinos, de discapacitados que salen adelante, de gente que se gana honestamente la vida y apoya a otros, que son parte de nuestra historia, pero que desafortunadamente no son noticia, no interesan a los encargados de los medios de comunicación, no se convierten en imaginarios sociales positivos que jalonan la historia de nuestra sociedad. Pero sin embargo están allí y estamos llamados a reconocer esa corriente buena de la historia que también está fluyendo.

Muchos pensaron que con la muerte en cruz de Jesús acababa todo. Pero también había allí junto a la cruz otros que esperaban contra toda esperanza en que el poder de la vida, del amor, de la entrega generosa por los demás, triunfaría por encima del aparente poder de quienes tramaron la muerte de Jesús. Al final la resurrección tuvo la última palabra, la vida que triunfa sobre el mal y sobre la muerte pudo más, aunque hizo menos ruido que la crucifixión.

Que importante que en esta Semana Santa, que en estos días de Pascua, podamos no sólo hacer memoria de lo grave que nos está pasando en nuestra sociedad, de las víctimas con quienes Jesús Resucitado se hace profundamente solidario, sino que también podamos hacer memoria de todo lo bueno que está pasando y creciendo en nuestra sociedad, aunque no nos lo muestren los noticieros, quienes no tienen la última palabra, pero que también está allí y con lo cual Jesús Resucitado también se hace profundamente solidario.

Tengamos presentes las sabias palabras del Papa Francisco, que en medio de un contexto tan negativo, como en el que nos encontramos, nos ayudan a ver con otros ojos cómo la historia que estamos viviendo, Dios la está haciendo también una historia de salvación: «La fe es también creerle a Él (Jesucristo), creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia “en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles” (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (cf. Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa (cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (cf. Mt 13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!» (S.S. Francisco, Evangelii Gaudium 278).

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