No habrá paz sin Estado presente
Como si estuviéramos retrocediendo en la historia, otra vez Colombia se ve envuelta en una situación de guerra intestina entre grupos delincuenciales que, como siempre, termina afectando gravemente a la población civil. Es lo que está sucediendo en Norte de Santander, en la región del Catatumbo.
Es un hecho sorprendente que a estas alturas de la vida colombiana pueda suceder un acontecimiento de semejante magnitud, sin que el Estado, porque ese es su deber, haya podido o querido intervenir. El mismo Presidente de la República, ha manifestado su extrañeza ante esta circulación de ejércitos irregulares, sin que nada ni nadie lo hubiera notado (o tal vez sí) ni se hubiera interpuesto en su camino. Hace recordar la imagen del elefante en la casa que un antiguo obispo expuso ante un mandatario que juraba no haberlo visto.
Siempre se podrán exponer mil opiniones sobre los modos de lograr la paz. Pero está claro, en Colombia y en el resto del mundo con mayor claridad, que sin la presencia decidida y ejecutiva del Estado todo son buenas e imposibles intenciones. Se puede proponer y realizar mesas de diálogo, treguas, mediaciones, súplicas, todo lo que se quiera, pero si el Estado no impone la ley y el orden, nada diferente va a ocurrir. Y esta queja, sobre la debilidad o ausencia del Estado en esta región del Catatumbo, es de muy vieja data. Promesas sí ha recibido, y muchas. Pero la vida concreta en esta región colombiana sigue muy condicionada por los grupos delincuenciales, a los cuales no hay que darles otros nombres diferentes, pues de este modo se desalienta la presencia del Estado.
En medio de tantas necesidades a lo largo y ancho de Colombia, tendría mucho sentido que el Estado y sus instituciones, incluyendo las Fuerzas Armadas, se dediquen con espacial empeño a atender a las regiones más pobres y alejadas de los grandes centros urbanos que, en general, tienen más medios y estabilidad para funcionar tranquilamente. No así las llamadas zonas más apartadas del país. Y a ese Estado y al gobierno de turno deberían apoyar todos: la ciudadanía, las instituciones públicas y privadas, la Iglesia católica y otras iglesias, los gobiernos aliados. No siempre es claro este apoyo. Al contrario, hay un escepticismo muy difundido que desalienta al Estado, a sus Fuerzas Armadas, incluso a gobiernos aliados a hacer presencia donde más se necesita. Y al final del día, los delincuentes avanzan sin pausa y la población civil es atropellada sin compasión.
Un Estado realmente presente es el único que puede ofrecer las condiciones mínimas indispensables para transformar una región y es, también, el único que puede someter a la ley a los delincuentes. Lo demás son ilusiones. La historia de Colombia, desde su independencia plagada de mil guerras, ha demostrado que solo los gobiernos nacionales han recuperado la paz cuando esta ha sido perturbada. Sin embargo, la famosa paz justa y duradera, requiere creación de condiciones para que la población de cada región pueda vivir dignamente, con trabajo decente, con actividades justamente remuneradas, con un sistema educativo que realmente transforme a las personas y les abra oportunidades, con vías de comunicación de la mejor calidad, etc. Por eso, insistimos, el gran aliado de las regiones más apartados, debe ser el Estado y cada gobierno en ejercicio. Nadie puede ni debe sustituirlo.
Bienvenidas en este complejo escenario todas las propuestas de paz, de diálogo, de reconciliación, pero con los pies en la tierra. Primera acción necesaria e insustituible para que algo funcione a la larga: que gobierno y Estado colombiano se hagan presentes de verdad y para siempre en el Catatumbo y en todas las regiones donde los violentos han establecido su imperio.
PD: Muy preocupante el incidente entre los presidentes de Colombia y los Estados Unidos. No cabe la menor duda de quién y los ciudadanos de qué país perderían si pasa a mayores.
Fuente Disminuir
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