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No absoluto a la pena de muerte

13 de agosto de 2018

Se podría decir que, con esta enseñanza, la Iglesia consolida su doctrina sobre la sacralidad de la vida, su carácter inviolable y el deber que tiene la humanidad de…

El papa Francisco ha dado un enorme paso a nivel de la enseñanza de la Iglesia al establecer como parte del Catecismo que “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”. Al sostener esta afirmación el pontífice hace que una enseñanza que ya venía siendo insinuada con fuerza por los dos papas anteriores a él, llegue a una presentación elocuente y definitiva. Y va muy en consonancia con la lucha que en las últimas décadas ha dado la Iglesia católica, casi en solitario, por defender la vida humana, entendiéndola como don de Dios, de quien debe depender totalmente en su inicio y terminación natural. Se podría decir que, con esta enseñanza, la Iglesia consolida su doctrina sobre la sacralidad de la vida, su carácter inviolable y el deber que tiene la humanidad por conservarla por todos los medios posibles pues nunca deja de ser obra de Dios.

Además de reiterar la soberanía de Dios frente a la vida, el papa Francisco abre otro horizonte no menos importante y es el de no perder la esperanza de redención de ningún ser humano. En la forma de pensar de la vida moderna y sobre todo de sentir, hay una peligrosa inclinación a aniquilar o linchar al que comete un delito o una falta grave. No obstante la abundancia de discursos sobre la tolerancia, el perdón y la reconciliación, en la humanidad actual han encontrado pensamientos radicales e irracionales que tienden de hecho a la eliminación de las personas por los motivos más diversos. Desde el delito, hasta las causas convertidas en falsos derechos, apuntan a la posibilidad de eliminar vidas humanas. Pues la Iglesia a través del magisterio del Papa reitera su convicción de que todo ser humano debe tener oportunidad de redimirse y lógicamente esto no será posible si se termina la vida. Esto no quiere decir que se deba desproteger a la sociedad, de manera que los sistemas de confinamiento en cárceles cuando es necesario conserva toda su validez y necesidad.

En el nuevo pronunciamiento del Papa y por tanto de la Iglesia, esta se compromete a luchar para que la pena de muerte sea abolida en todo el mundo. Aún hay Estados que la tienen dentro de su legislación. Está de sobra documentado que la pena de muerte nunca tuvo un efecto mayor que la eliminación de una persona, pero ni hizo bajar los índices de delitos ni tampoco gozó nunca del favor de la ciudadanía. No será fácil convencer a quienes aún creen que la pena capital tiene alguna utilidad, pero hay que dar la pelea para que ojalá lo más pronto posible sea esta una historia del pasado. La humanidad ha podido progresar en la medida en que ha ido reconociendo el valor supremo de la vida humana, sus derechos, su inviolabilidad, su irrepetibilidad. Hacer que desaparezca del panorama la pena de muerte será sin duda otro avance histórico para que la raza humana sea cada vez más consciente de la grandeza que Dios ha puesto en ella y de sus ilimitadas posibilidades cuando se protege y conserva toda vida humana.

Creemos que otra consecuencia que se puede derivar de esta enseñanza de la Iglesia sobre la abolición definitiva de la pena de muerte, puede ser el hacer crecer la conciencia de la validez permanente y actual del mandamiento que ordena no matar. Hay demasiados pretextos dentro de la humanidad para violar este mandato divino. Son excesivamente abundantes las acciones directas e indirectas que hoy en día atentan contra la vida humana. Y hay una alarmante corriente de pensamiento que justifica todo esto. Pues la Iglesia se sitúa de nuevo en su misión profética y reitera que la vida humana es inviolable, lo mismo que su dignidad y que solo Dios debe disponer de la vida según las leyes de la naturaleza. Quiera Él que no solo la Iglesia, sino también todos los Estados, las instituciones internacionales, las corrientes intelectuales y todas las religiones aúnen esfuerzos para que un día el planeta tierra esté libre de una pena tan inútil y agresiva como la que implica eliminar una vida humana.

Imagen: Amnistía Internacional, Uruguay

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