León XIV es el nuevo pastor universal
Hasta hace pocos días, cardenal Robert Francis Prevost. Esto ha causado una inmensa y serena alegría en toda la Iglesia, y tal vez en el mundo entero.
En la Iglesia, porque en ella se tiene la firme convicción de que al obispo de Roma lo elige un cuerpo responsable y orante de cardenales, inspirados y movidos por el Espíritu Santo, y así ha sido en esta ocasión memorable. Todas las teorías sobre quién iba a ser el elegido quedaron en nada, porque nadie es superior al Espíritu de Dios y nadie le dice a Dios lo que debe hacer o a quién debe elegir para guiar a su Iglesia. En el mundo, porque ya es inocultable la sed universal de Dios, de hombres verdaderamente espirituales, de pastores que ayuden a la humanidad a encontrar nuevos escenarios de concordia, de paz, de confianza en Dios y también en el ser humano. Gran regalo ha hecho Dios a todos con el nuevo pastor universal.
Es prematuro decir qué hará específicamente el nuevo papa León. Pero su misión está enunciada en los evangelios y no es otra que apacentar al pueblo santo de Dios, según la enseñanza y modelo de Jesucristo, el verdadero Buen Pastor. Su misión comprende ser el constructor y guardián de la unidad y la comunión en la Iglesia. Está llamado para hablar, con tono profético, de las maravillas de Dios, para ser la voz de los pobres, para sembrar siempre esperanza en la humanidad y promover una caridad sin límites. Tiene la delicada misión de conducir la Iglesia y hacerlo según la voluntad de su Divino Fundador, para que ella sea casa de todos, hogar de misericordia, pregonera de la Palabra de Dios en todo tiempo y lugar, y que sea cercana a todos, incluso a quienes no pertenecen a ella por el bautismo, pues la humanidad está necesitada de acogida, de abrazo, de calor espiritual, de voz con tono pastoral salvador.
Mientras el papa León da sus primeros pasos pontificios, podemos alegrarnos inmensamente de todo lo que precedió su elección, así como de la luz que pareció irradiar sobre la humanidad entera al ser anunciada su designación. No pasa inadvertida la atención mundial que se vio cuando la Iglesia reunió a sus purpurados para elegir al sucesor del apóstol Pedro. Es un signo que bien vale la pena analizar más adelante con mucho detenimiento. En una sociedad y culturas tan aparentemente alejadas del Evangelio de Jesucristo, impresionó ver la atención universal, generalmente respetuosa, por este acontecimiento. Es como si la humanidad hubiera entrado en un breve periodo de ejercicio espiritual y trascendental para buscar algo que le hace falta, como clamando a Dios por respuestas a tantos vacíos y sinsentidos que la agobian particularmente en este tiempo de la historia. Fue asombroso ver que, al lado de la elección de un nuevo papa para la Iglesia y el mundo, todo lo demás tiene un significado muy pequeño, al menos momentáneamente.
Y el otro aspecto que llama la atención poderosamente es el interés del mundo por lo que pasa en la Iglesia. Esto debe llamar a la reflexión a todos los que hacen parte viva de ella. La Iglesia tiene una misión única e insustituible y cada vez hay que hacerla con más cuidado, más pasión, más santidad.
El mundo, la humanidad, los medios, son duros cuando se trata de ver a la Iglesia, de la cual esperan el mejor testimonio de su amor a Dios y a las personas. Está bien que así sea, porque esto motiva a todo bautizado y a toda comunidad cristiana a empeñarse aún más a fondo para ser testimonio vivo y creíble de la obra de Dios por cada hombre y cada mujer de todos los momentos de la historia. Acaso esta atención incesante sobre lo que pasa en la Iglesia, ahora con la elección del nuevo pontífice, pero en general sobre su ser y misión, sean como un grito para que desde ella se irradie cada vez con mayor potencia la luz divina, la gracia salvadora, la voz de un Buen Pastor bien encarnado y representado.
Dios ha regalado a su Iglesia el servicio del papa León XIV. Sin duda, el que convenía. Ahora se impone escucharlo, caminar junto a él y dar gracias a Dios una y otra vez, porque nunca se olvida de su pueblo y la acompaña por días sin término.
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