La indolencia de los políticos
A las corporaciones públicas y a la presidencia de la República, la suerte del pueblo colombiano les es indiferente. Ni la pobreza creciente, ni el desempleo invencible, ni el altísimo costo de los bienes básicos de la canasta familiar, ni el hambre que toca hoy a tantas personas, nada de eso aparece como preocupación de quienes, se supone, serán los representantes legítimos de los ciudadanos en los cargos del Estado.
Se percibe, más bien, unas ansias ilimitadas de llegar al poder para lucrarse con el mismo, para favorecer a sus propias familias, para hacerse con el presupuesto nacional y local, quién sabe con qué propósitos oscuros.
Por esta razón es que no debe extrañar a nadie que a estas alturas de la gesta electoral que se avecina las propuestas populistas crezcan como espuma. Aunque sean insostenibles, porque básicamente se trata de gastar hasta el infinito sin preocuparse por la fuente de los recursos, en todo caso para el común de las personas –empobrecidas, imposibilitas de pagar la costosísima educación superior, sin vías de acceso al trabajo bien remunerado- suena bastante atractivo elegir a alguien que mágicamente solucionaría sus problemas más graves.
Esta gran masa de la población colombiana no piensa en la inflación, en la deuda nacional, en los costos laborales, en el origen de los recursos públicos. Se pregunta, con justicia, cómo va a hacer para vivir cada día nuevo que amanece. Y si alguien dice tener la solución a la mano, pues bienvenido sea.
Ojalá los colombianos nos decidiéramos por ser unos ciudadanos mucho más activos en la buena política. Dicen los obispos católicos de Colombia, en reciente comunicación, que los ciudadanos deben plantarse frente a todos los candidatos para hacerles saber sus verdaderas necesidades. Estos mismos ciudadanos deben calificar con su voto a quienes tienen mejores propuestas; y no deberían prestarse nunca a ser sobornados con ningún tipo de dádivas para favorecer a quienes han hecho de la política en Colombia una empresa casi que criminal en muchos lugares del país. Mientras los ciudadanos sean apáticos, los políticos seguirán haciendo una feria con los recursos públicos.
Pero también hay que llamar con voz fuerte la atención a los políticos. Los obispos les piden pensar sobre todo en el bien común, en los más pobres, en el desarrollo humano de todos, a dejar de lado de una vez para siempre la corrupción. Y, desde luego, los invitan con franqueza a dejar de lado toda política de odio y polarización.
La verdad sea dicha: si los políticos de siempre, tanto en el nivel local como en el nacional, no cambian radicalmente su forma de gobernar, solo bastará sentarse a esperar que algún caudillo asuma todos los poderes y comience en Colombia el tipo de gobierno que nunca se ha deseado, pero que parece se siembra día tras día, entre la indolencia y la corrupción que no tiene ya límites.
Pese a todos los males de Colombia, aun se respira algo de libertad política, de fuerza institucional y de posibilidades sociales y económicas para muchas personas. Quiera Dios que los mismos ciudadanos sean los primeros en defenderlas con decisiones electorales sensatas, que se conviertan en esperanza de un mañana mejor para todos. Pero si se desaprovechan, vendrán días aún más oscuros.
Fuente Disminuir
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