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La fe en los tiempos del coronavirus

16 de marzo de 2020

Tratándose de un asunto de salud pública, la Iglesia católica está siguiendo las orientaciones dadas por el Gobierno nacional, por el Ministerio de Salud y por los…

La presencia del coronavirus en Colombia, como en todo el mundo, ha hecho que prácticamente todas las rutinas de la vida entren a revisión. Dentro de ellas cabe incluir el culto religioso debido a su alta capacidad de congregar personas con regularidad. Por esta razón, la Iglesia católica ha tomado atenta nota de su responsabilidad para orientar a la comunidad creyente en este momento que requiere la colaboración de toda la población colombiana. Y quizás este sea el primer elemento a tener en cuenta: todos, sin excepción, estamos conminados a hacer parte de la solución de una situación anómala que amenaza a la humanidad entera. No cabe, pues, posiciones subjetivas en las que alguien quiera sentirse o creerse ajeno al problema.

Tratándose de un asunto de salud pública, la Iglesia católica está siguiendo las orientaciones dadas por el Gobierno nacional, por el Ministerio de Salud y por los gobernantes locales. Es lo pertinente y la forma más adecuada de colaborar con la sociedad. En general las orientaciones recibidas por la Iglesia y que se han empezado a implementar tienen que ver con lo siguiente: evitar al máximo las grandes congregaciones de personas, específicamente las que reúnan más de 500 individuos. Incrementar el aseo continuo de los templos y demás lugares de reunión. Distribuir la sagrada comunión preferiblemente en la mano, en vez de la boca y omitir el saludo de la paz con la mano, cambiándolo por una venia o una palabra, o simplemente omitiéndolo en la celebración de la eucaristía. También se deben tomar las precauciones pertinentes en las visitas a los enfermos, sin abandonarlos nunca en sus requerimientos espirituales y sacramentales.

Hasta el momento, marzo 16 de 2020, la situación parece poder enfrentarse de esta manera. Sin embargo, la Iglesia sigue pendiente de las orientaciones que continúe emitiendo el Gobierno Nacional para hacer parte de la solución de la pandemia. Todavía no se han tomado decisiones respecto a las celebraciones de la Semana Santa, aunque es fácil predecir que algunas limitaciones se presentarán y que deben ser cuidadosamente atendidas. En este sentido, hay que hacer un llamado a todos los fieles de la Iglesia católica para asumir con serenidad y mucha comprensión las variaciones que quizás se deban realizar en los días santos. A veces asoman personas que pase lo que pase, quieren que todo siga igual y olvidan que el primer precepto es la caridad que, en este caso, llama a cuidar la propia vida y la de los demás. Y la Iglesia, su liturgia, sus celebraciones, sus ministros y fieles, deben y pueden colaborar enormemente para que el virus que nos ataca no se extienda desmedidamente.

Por lo demás, y como ha sido usual en la Iglesia, estas situaciones anormales se pueden convertir en oportunidades de oro para nuevas acciones pastorales. Desde ya hay que estar reflexionando cómo llegar con la Palabra de Dios a todos los fieles por medios distintos a la liturgia; o cómo, a través de la televisión y las redes sociales, se pueden ofrecer las celebraciones litúrgicas dominicales y las de la Semana Mayor. Incluso se puede pensar en la elaboración de unos subsidios para que, en caso de que no sea posible celebrar la Semana Santa en las calles y los templos, las familias puedan reunirse para leer la Palabra, reflexionar sobre la misma, elevar oraciones y súplicas, compartir en nombre de Cristo, realizar juntos obras de caridad. La Iglesia siempre ha encontrado la manera de hacer presente a Jesús y su Palabra aun en las situaciones más complejas de la humanidad. Esta es una de ellas y Dios llama a que le continuemos abriendo campo en medio de los hombres y mujeres en las situaciones concretas de cada día. La fe en los tiempos del coronavirus también tiene cabida y una misión por cumplir.

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