¿Qué pueden tener en común la pobreza extrema, la guerra, la explotación de los migrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, las violencias contra las mujeres, el aborto, la eutanasia, la maternidad subrogada, el suicidio asistido, ciertas teorías de género, el cambio de sexo, la violencia digital? Entre otras cosas, que son ataques a la dignidad humana. Y lo son, aunque culturalmente se haya creado la sensación de que algunos de estos hechos son parte del progreso de la humanidad, de la conquista de derechos. Atacan la dignidad humana porque, si se quisiera, muchas de estas prácticas podrían ser evitadas o al menos minimizadas en buena medida.
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha publicado, con fecha 2 de abril de 2024, una declaración titulada “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”, en la que se aborda el tema de la dignidad humana, para revisarlo en detalle, aclarar conceptos y señalar situaciones concretas que la están afectando, con especial fuerza negativa.
En el número 1 de la Declaración se dice lo siguiente: “Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de las circunstancias y en cualquier estado o situación en que se encuentre”. Y, a partir de esta afirmación, la declaración recorre, no solo la enseñanza permanente de la Iglesia sobre este tema, sino también los aportes dados a partir de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, año 1948, por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero el punto inicial es absolutamente claro: la dignidad humana de toda persona es intocable y siempre respetable.
Muchas son las razones de la Iglesia, a través del servicio que presta su magisterio, para detenerse, una vez más, sobre un tema tan delicado. Tal vez la primera es que hoy se habla de dignidad como nunca antes, pero al mismo tiempo se quiere imponer teorías, prácticas, leyes que, aparentando proteger dicha dignidad, no hacen más que menoscabarla hondamente. En segundo lugar, los hechos mencionados al comenzar esta columna y otros más, revelan que a una parte muy numerosa de los seres humanos hoy en día se le atropella en su dignidad y son pocos los que levantan la voz para defenderlos y denunciar ese tipo de injusticia. Además, un cierto y potente ámbito cultural ha logrado crear la mentalidad de que hay circunstancias particulares en que la dignidad humana no es inviolable ni debe ser protegida.
A medida que se va haciendo más evidente este deterioro en el cuidado de la dignidad humana, la Iglesia se hace más consiente de la necesidad de abogar a fondo por ella. Pero también se da cuenta de que tiene, en la Palabra de Dios, en la enseñanza y vida de Jesús, en el magisterio pontificio, especialmente de las últimas décadas, una palabra importante que debe hacer conocer en todas las instancias de la sociedad, pero especialmente en aquellas donde debe ser más evidente el respeto por la vida; en donde se legisla para naciones enteras, en donde se toman decisiones de orden médico y científico y también donde se toman las decisiones para que la paz prime sobre toda violencia.
Y la Iglesia siente también la urgencia de hacer llegar esta enseñanza a cada bautizado para que nunca asuma esta dinámica de subordinar la dignidad infinita de la persona humana a intereses particulares, a circunstancias cambiantes, a sentimientos confusos.
Vale la pena invitar a nuestros lectores a conocer la Declaración “Dignitas infinita sobre la dignidad humana” para obtener luces con respecto a realidades que tocan el diario vivir de todas las personas. También, para que todo bautizado, que tiene la inigualable condición de hijo de Dios, se haga más consiente de la grandeza del don de la vida que ha recibido, y también los demás. Crezca en la consciencia de agradecer el don, velar por el suyo y por el de los demás con todas las fuerzas de su corazón.
Fuente Disminuir
Fuente