La condición religiosa de Colombia
Una persona atea. Un hombre no creyente o una mujer no creyente. Dentro del espíritu plural que en teoría caracteriza a las sociedades contemporáneas es una discusión válida y necesaria. Decimos teórica porque resulta que en no pocas ocasiones los que abogan por la pluralidad, una vez están al mando, se olvidan de ella y se comportan como los más dogmáticos e intolerantes. Sin embargo, es innegable que en Colombia el panorama religioso ha cambiado bastante y que hay una franja de personas, muy pocas en realidad, que en uso de su libertad han abandonado la fe religiosa o nunca la han tenido y también hacen parte de la ciudadanía.
Para enriquecer una discusión racional sobre la posibilidad de que un no creyente esté al mando de Colombia cabe proponer varias consideraciones:
La primera de ellas consiste en reconocer, sin ambages, que la gran mayoría de los colombianos y colombianas profesan la fe en Dios. En este grupo inmenso, los católicos son el más numeroso y le siguen las nuevas iglesias cristianas de diverso origen y orientación, especialmente evangélico, más que de las iglesias históricas.
Han llegado otras confesiones de diversa índole, pero aún son poblaciones muy pequeñas en número de personas a ellas afiliadas. Como quiera que sea, los habitantes de Colombia son por lo general religiosos, así sea que la forma de profesar y vivir esa realidad espiritual tenga expresiones muy variadas. Hoy en día, por ejemplo, hay entre la gente joven una tendencia a una espiritualidad no institucional. Pero esto no significa no creencia.
La segunda consideración importante es la innegable caracterización cristiana de la vida espiritual colombiana. Si bien hoy en día es muy difícil sostener que la comunidad nacional sea un ejemplo de vida cristiana, tampoco se puede negar que el cristianismo como espiritualidad, como institucionalidad religiosa, como inspirador de la cultura, como cohesionador de la nacionalidad, sigue siendo elemento muy fuertes en todo el país. Esto suele verse a lo largo y ancho de Colombia y se puede afirmar que solo en las grandes capitales y en ciertos sectores ha aflorado la tendencia al ateísmo o a la no presencia de lo religioso en algunas personas e instituciones. La idiosincrasia de los colombianos está imbuida, al menos teóricamente, de valores, prácticas y costumbres cristianas. Cualquier gobernante debe tener esto en cuenta.
Y una tercera consideración tiene que ver con lo que inevitablemente será una fuente de mayores tensiones por temas que de tiempo atrás se discuten en el país. Son aquellos que giran en torno al derecho a la vida y dignidad de las personas, en los cuales los desacuerdos son innegables.
También temas como la justicia social, la distribución de la riqueza, los derechos de los pobres, en los cuales los creyentes tienen luces muy importantes que pudieran no ser las mismas que alumbren a quienes no ven en las personas la imagen viva de Dios y de su obra. Pero podrían encontrarse puntos de convergencia. El creyente encuentra en su fe un proyecto de vida individual y social que siempre hace referencia a Dios y a los valores por ÉL revelados. La idea de persona y sociedad dará para una discusión muy interesante entre creyente y los que no lo son.
Como conclusión digamos que la posibilidad de que Colombia llegue a tener un jefe de Estado ateo no sería extraña hoy en día. Al mismo tiempo, no hay que temer a ventilar el tema con sus consecuencias amplias y en el marco de los valores democráticos. La Iglesia católica, por impulso del papa Francisco, quiere sentarse en el mundo entero en un ejercicio de diálogo y amistad social y seguramente allí se puede aportar mucho para que, no obstante tantas diferencia, todos quepan en paz en esta casa común.
Fuente Disminuir
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