Jornada democrática
Aunque las campañas políticas, al final, son un poco agotadoras para todas las personas, lo primero que hay que hacer en Colombia es celebrar el hecho de que se puedan…
El próximo 27 de mayo de 2018, los colombianos están llamados a hacerse presente en las urnas para elegir, en una o dos vueltas, su nuevo presidente. Aunque las campañas políticas, al final, son un poco agotadoras para todas las personas, lo primero que hay que hacer en Colombia es celebrar el hecho de que se puedan hacer. Es decir, es muy positivo el que pueda hacerse una campaña por la presidencia con candidatos de diversas procedencias, que ellos puedan exponer sus ideas sin contratiempos, que puedan presentarse juntos en foros y debates sin más armas que sus ideas. Igualmente positivo es el hecho de que puedan salir tranquilamente a las plazas públicas a “echar discursos” y que la gente se entusiasme con ello. Y los periodistas pueden escribir mil cosas sobre cada uno, a favor o en contra, pero ayudan al vigor de la campaña. Y el ciudadano del común puede hablar, comentar, gritar a favor o en contra de uno u otro, y la vida sigue con normalidad. Felicitémonos, pues en Colombia porque existe la democracia, con sus mil virtudes y mil defectos, pero garante de la libertad y del respeto por las decisiones individuales.
En ese ambiente, la cuestión es cuál de los candidatos se ajusta más a las preferencias de los votantes. En el caso de los ciudadanos católicos, los obispos colombianos, según una usanza ya larga, han emitido un comunicado dando unas orientaciones para ejercer bien el derecho a votar. Se ocupan en dicho documento de tres preguntas: ¿Por qué votar?, ¿cómo votar? Y ¿por quién votar? El voto es un derecho y un deber, anotan allí. Y es sustento de la democracia. Para votar se recomienda evitar la indiferencia, orar, mirar si hay soluciones válidas en lo que se ofrece al país, no dejarse manipular, alejarse de todo fanatismo y mirar si hay coincidencias entre lo que se propone y los valores que enseña el Evangelio. En síntesis, los obispos invitan a que el ciudadano sea muy dueño de su opción, hecha a conciencia y, en el caso de los creyentes, en armonía con su fe católica que, en temas políticos, es partidaria irrestricta del bien común.
A la hora de escoger la persona por la cual se depositará el voto, los prelados ofrecen también algunas indicaciones. Que lo muevan el bien común, el respeto a la soberanía nacional, el deseo de justicia y reconciliación, que sea capaz de convocar a toda la nación, que promueva la solidaridad y que contemple los valores éticos y sea capaz de “promover políticas claras a favor de la dignidad de la persona, la protección de la familia, la defensa de la vida en todas sus etapas, el derecho de los padres a la educación de sus hijos, el cuidado de la naturaleza”. El perfil que plantean los obispos para un futuro presidente es claro desde el punto de vista de la fe y en la medida de lo posible el elector católico debería tratar de encontrar a quien mejor lo represente. Sin embargo, está también claro que cada vez es más difícil para los bautizados comprometidos con su fe, encontrar quién encarne lo más altos ideales del Evangelio. Desde siempre los creyentes han tenido que nadar en esas aguas revueltas en medio de las cuales quiere también avanzar la nave de Cristo, su Iglesia.
Como quiera que sea y en medio de las siempre imperfectas realidades humanas y colombianas, conviene que la ciudadanía asuma la tarea de seguir construyendo una vida en democracia verdadera. Valores como la libertad, la conciencia, la religión, la familia, la propiedad privada con sentido social, la atención preferencial de los pobres, la ética pública, la paz y la justicia y todos lo que permiten a las personas desarrollarse individual y socialmente en un marco de libertad y respeto, son los que hay que seguir apoyando, protegiendo y ejerciendo. En la Iglesia creemos que la democracia, sin ser perfecta, es un buen medio para crear condiciones favorables para la vida de todas las personas y por eso los obispos invitan a ejercer el derecho al voto y a responder por lo que cada uno elegirá. Nos auguramos una fiesta de la democracia en paz, con ganador claro y perdedores nobles que sigan siendo sobre todo buenos ciudadanos de la República.
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