Llega de nuevo el tiempo de la Cuaresma. En la mente de la Iglesia quiere ser un tiempo de especial ejercicio espiritual. Y quizás del ejercicio más difícil y exigente, pero el que da los frutos más extraordinarios: el de la conversión. Recientemente, en la liturgia, la Iglesia ha recorrido el inicio del Evangelio de San Marcos y se encuentra, párrafo tras párrafo, con toda clase de liberaciones hechas por Jesús. De todo tipo de males. El peor y más esclavizante de todos es el pecado.
La Cuaresma es una invitación para ejercitarse en la lucha frontal contra el pecado para lograr la verdadera conversión.
Los cristianos están hoy en día ante un reto formidable para vivir a fondo su fe. La cultura actual tiene una capacidad enorme de hacer creer que todo lo que ella ofrece y todo lo que inspira como modelo de acción, es lo normal y es lo debido. La fe cristiana sabe de sobra, porque se ha movido en infinidad de culturas, que eso no es del todo cierto.
Como siempre, el reto actual es volver una y otra vez sobre las fuentes de la fe, entiéndase la revelación divina, la Palabra de Dios, la vida de Jesucristo y su misión, y la enseñanza de la Iglesia, para dejar que todo eso le dé forma a su corazón, a su mente y a sus acciones. No hay que amoldarse a este mundo, dice la Sagrada Escritura.
La Cuaresma de la Iglesia hace un llamado concreto a la vida de los bautizados. Ese llamado contiene varios ejercicios, para realizarlos cada vez con más dedicación y empeño. El primero es a incrementar la oración, el encuentro íntimo con Dios que se revela en el silencio y el recogimiento, y allí ilumina con fuerza la vida de cada persona. El segundo es al ayuno y a la penitencia, con el fin de recordar “que no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Este ejercicio tiene la virtud maravillosa de recordar al cristiano cómo necesita siempre de Dios y de su gracia. Y el tercer ejercicio es el de la caridad. La vida cristiana no se entiende ni se realiza en plenitud sin el potente condimento de la caridad. Es esta la que la debe distinguir cada momento y cada acción de los bautizados.
El ejercicio de la Cuaresma también es comunitario. Por esta razón, en la Arquidiócesis de Bogotá, en cada una de sus parroquias, se realizará la campaña de comunicación cristiana de bienes. Cada año, se lleva a cabo para apoyar una obra de solidaridad con los más necesitados. Este año se quiere dar una mano al proyecto de un comedor comunitario para niños en la ciudad de Riohacha, bajo el cuidado de la Diócesis y obispo de esta hermosa ciudad.
Hace bien la Iglesia, cada bautizado en particular, en refrescar este ejercicio de la caridad para que lo que parece ser solo una obra material se convierta en lo que realmente es: un sembrar esperanza real en personas que quizás no la ven tan cercana ni tan posible. Y si se trata de niños, pues mejor aún.
Hora, pues, la de la cuaresma, de ponerse el traje de ejercicio espiritual para que los frutos de la oración, el ayuno, la penitencia y la caridad, sean más visibles y la conversión no se oculte para nadie.
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