Hay que tomar en serio las protestas
El Presidente de la República ha creado unas mesas de conversación nacional. Está bien el diálogo, pero en Colombia ha sido más causa de frustración social que de otra…
Después de las marchas, paros y protestas violentas del año pasado, las respuestas a nivel del gobierno nacional y de los agentes generadores de empleo y riqueza no han sido las esperadas. Alguna disminución en los aportes de los pensionados y otras medidas menores se han tomado. Nada que sea capaz de responder efectivamente a los innumerables reclamos sociales que hay en la población colombiana. El tema ha sido desviado a la conveniencia, innegable, de que no haya vandalismo ni destrucción de los bienes públicos y privados. Pero los males de fondo siguen latentes. Y, como se anotó al inicio, no se ha visto una respuesta clara a las necesidades que en verdad se pueden solucionar. Otras tomarán mucho tiempo y la disposición de nuevos recursos que de momento no tiene el Estado. Pero es urgente que se tome en serio la protesta ciudadana.
La verdad es que la gran mayoría de los colombianos vive, además de trabajando de sol a sol, esperando unos gestos radicalmente nuevos de parte del Estado y de los poseedores de la riqueza nacional en sus diversos campos. Dichos gestos no tienen que ver con que les regalen nada. Más bien con que el trabajo de las personas se vea justamente remunerado, que el dinero disponible en la sociedad llegue más equitativamente al mayor número de persona posible, que los servicios sociales, comenzando por el de la justicia, logren realmente beneficiar prontamente a los ciudadanos, que la educación suba realmente de calidad, que los temas de la salud no se conviertan en otra enfermedad, etc. y la ciudadanía también aspira a que su diario vivir sea más digno y amable: que los sistemas de transporte sean dignos de seres humanos, que la seguridad sea real, que la vida de las familias goce de buen tiempo y recursos suficientes para su subsistencia. Pero las respuestas son vagas e imprecisas.
El Presidente de la República ha creado unas mesas de conversación nacional. Está bien el diálogo, pero en Colombia ha sido más causa de frustración social que de otra cosa. Hay que escuchar y poner manos a la obra. Existe el riesgo, y quizás la estrategia política, de diluirlo todo en una charlatanería que no produce resultados efectivos. Es una vieja costumbre nacional, de la dirigencia: mesas de diálogo, paneles, seminarios, asambleas, que generalmente no conducen a nada nuevo ni real. Pero estas acciones insignificantes hoy en día no hacen más que añadir nueva presión social al malestar de gran parte de la sociedad colombiana. Tanto el Presidente de la República, como sus ministros, la dirigencia del Estado, la dirigencia económica e industrial del país, tendrían que situarse en una posición de grandeza y hacer todo lo que esté a su alcance para que la vida de millones de personas mejore, aunque sea un poco y dentro de las posibilidades reales del país. Pero ciertamente no se trata de ahorrarle 30 o 40 mil pesos a algunas personas cada mes. Esto es un poco ofensivo y hasta ridículo.
En la nación colombiana, entre los que cuentan con suficientes medios para vivir bien, hay un temor latente de que el país pueda convertirse en un estado socialista del siglo XXI o en algún adefesio de esa naturaleza. Por eso muchos se han llevado el dinero y otros han optado por adquirir otra nacionalidad, para huir en caso de revolución. Esa no es la solución. Y mucho menos es solución el matar a todos los que luchan por el bienestar de las comunidades más pobres. Y, claro, la peor de todas las soluciones es la corrupción que se está llevando billones de pesos cada año, según datos de la Contraloría de la República. Ojalá no sea demasiado tarde, pero ya se ve el ocaso de los sistemas viejos de manejar el país y es inútil negarlo. Estado, dirigencia en todos los niveles, propietarios, rentistas de capital, políticos, gobernantes, deben comprender más temprano que tarde que es necesario acelerar el cambio para el bien de las grandes mayorías. Se pueden hacer ahora muchos cambios importantes, quizás no todos los deseados. Pero si los que se pueden se demoran más, por razones políticas –miedo- y por egoísmo visceral, a nadie le extrañe que vengan días muy difíciles para Colombia.
Imagen: El Tiempo
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