Hacer misión haciendo, no escribiendo
Atajar al hombre y a la mujer de hoy para evangelizarlos, tiene aires de proeza
En alguna ocasión llegó la crítica al Vaticano, desde el interior mismo de la Iglesia, en el sentido de que había una producción demasiado abundante de textos, documentos, cartas, libros, folletos, directorios, que a la larga no llegaban más lejos de los anaqueles de las bibliotecas eclesiásticas y poco repercutían en la misión evangelizadora de la Iglesia. En aquella ocasión el mismo Vaticano dio una parte de razón a dicha observación. Y esta sigue siendo válida, sobre todo como alerta constante para que la misión deje de ser solo tema de foros, seminarios, encuentros y, en realidad, se transforme en anuncio, predicación, formación de comunidades, construcción de la Iglesia, pueblo de Dios.
En octubre de cada año la Iglesia reaviva su inquietud por hacer más misión. Y se crean lemas para ese tiempo. Pero el peligro sigue latente: buenos deseos y buenas intenciones, más grandes que las realizaciones misioneras concretas. Y ha sido tal vez en las grandes ciudades donde más ha patinado el deseo de hacer misiones concretas de nueva evangelización. Y es que la tarea no es nada fácil. El ciudadano de las urbes, en general, vive supremamente ocupado, escasamente tiene tiempo para nada diferente a su trabajo, estudio, familia, transportarse, etc. Detenerlo unos instantes para escuchar la Palabra de Dios no es tarea sencilla. Ni siquiera los días domingos pues, la esclavitud del trabajo y el estudio hace que los fines de semana -sábados y domingos- estén reservados para menesteres imposibles de atender en semana y desde luego para descansar. Atajar, pues, al hombre y a la mujer de hoy para evangelizarlos, tiene aires de proeza.
Pero siempre se puede hacer algo efectivo y de hecho así sucede. En años recientes han surgido iniciativas de misión serias y muy efectivas. Neocatecúmenos, retiros de Emaús, movimientos juveniles, ejercicios espirituales revitalizados, son apenas algunos de los nuevos impulsos del Espíritu para que la misión también se realice en estos tiempos. Asimismo, hay numerosas iniciativas a través de los medios tradicionales de comunicación – TV, radio y prensa- y en las redes sociales omnipresentes. También allí se ha encontrado un terreno abonado para la misión. Conviene seguir fortaleciendo estas iniciativas exitosas y fomentar nuevas para que las ciudades sientan más la luz y la palabra de Cristo. Es importante, como lo señaló el sínodo de Bogotá del arzobispo Revollo Bravo, que la Iglesia no se sitúe paralela a la ciudad, sino que se sumerja en ella para impregnarla del Evangelio.
Aunque pudiera parecer un método escolar, tal vez hoy habría que sugerir a los promotores de la misión evangelizadora, además de la buena formación de los misioneros, que se les dote de materiales prácticos que les permita concretar sus iniciativas. Material de trabajo, métodos sencillos, pero profundos, señalar tiempos oportunos para la misión, garantizar la permanencia de los agentes evangelizadores por tiempos suficientes para llevar a cabo toda la tarea, son algunas de las condiciones que no deben faltar para que la labor que debe desempeñar la Iglesia pueda producir frutos en abundancia. Curias arquidiocesanas, el secretariado de los obispos, facultades de teología y de misiones, observatorios pastorales y todas estas instancias eclesiales deberían dedicarse a dotar con practicidad y sencillez el alma y las manos de los evangelizadores. Hoy en día el reto no es llenar papeles de párrafos, sino hacer el papel de la misión.
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