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Estado laico, sociedad religiosa

16 de abril de 2018

Del lado de la Iglesia católica, en concreto, cabe una reflexión aún más aguda. ¿Cuál es su papel, el de sus pastores y laicos, en las sociedades modernas? ¿Qué tienen…

Ha tenido lugar en Francia un encuentro especialmente importante entre los obispos católicos y el presidente de la república, Macron. De notable importancia pues Francia, al menos en los estamentos gubernamentales y en las esferas políticas e intelectuales, se ufana desde hace más de un siglo de ser un estado laico y sin relación alguna con la Iglesia u otras congregaciones y confesiones religiosas. Estado laico ha venido a ser, con el tiempo estado laicista, de claro espíritu antirreligioso, aunque la constitución y las leyes vayan por otro lado. Y esto ha llevado a una especie de acción como si la Iglesia –léase los católicos- no existieran en la sociedad francesa, cosa que no es cierta de ninguna manera. Como ha sucedido en muchas naciones de occidente, de una confesión laica se ha pasado a una actitud atea y hasta antieclesial, cosa completamente diferente.

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha afirmado que el estado es laico, pero la sociedad no lo es. Y esta es una observación de enorme importancia. Hoy en día no resulta extraño que muchos países de occidente tengan constituciones y leyes con conceptos altamente antirreligiosos, marcados incluso por un ateísmo militante, pero que sus habitantes, en su mayoría, tengan creencias, vivencia y compromisos de orden religioso. Quiere esto decir que las instancias políticas y legislativas, y también los ambientes intelectuales, han sido copados por grupos minoritarios que quieren imponer con fuerza de ley a sociedades enteras un laicismo y un ateísmo que en realidad no corresponden a la idiosincrasia de sus pueblos. Quiere decir también, que el laicado, en el caso católico, pero también los fieles de otras iglesias y religiones, se han dormido para hacer valer su presencia en la sociedad, como parte de la misma y ya hoy sin el ánimo de imponer nada a la conciencia de nadie.

De la presencia ante los obispos del mandatario galo y de su concepto de estado laico en una sociedad religiosa, se pueden obtener varias reflexiones importantes. Los estados modernos que se precian de ser democráticos no pueden desconocer en modo alguno el hecho religioso que se da en sus habitantes. Es una afrenta contra ellos. La madurez democrática debe establecer puentes y puntos de colaboración entre el estado que representa a la población y la sirve, y las creencias e instituciones que las religiones originan con sus fieles. Es inútil pretender que estas no existen. El diálogo y el respeto deben caracterizar esta relación. Y entre ambas instancias, estado laico y sociedad religiosa, debe haber un profundo respeto en las diferencias, que suelen ser muchas y grandes, aunque también hay puntos en los cuales evidentemente la distancia es insalvable en ciertas ocasiones.

Pero del lado de la Iglesia católica, en concreto, cabe una reflexión aún más aguda. ¿Cuál es su papel, el de sus pastores y laicos, en las sociedades modernas? ¿Qué tienen para aportarle a las comunidades humanas en la actualidad? En el fondo, el laicismo y quizás el ateísmo, se hacen esas preguntas. ¿Qué podemos responder? Bien vale la pena reflexionar a fondo para dar una respuesta consistente e iluminadora desde tantas vertientes que nutren la vida eclesial. No basta con decir que se aporta el Evangelio o se realiza la caridad. Hay que desglosar la respuesta para construir de nuevo puentes y puntos de encuentro. Esto podría servir para que el Estado quizás comprenda qué aporta el componente religioso a la sociedad. Y podrá servir, sobre todo, para que el creyente se sitúe todavía con más claridad y alegría en medio de su sociedad.

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