El difícil tema de la vida
El hombre no debe atribuirse el poder de destruir la vida, como si él fuera un dios pues simplemente no lo es. Por el contrario. El hombre y la mujer han recibido la…
En un verdadero campo de batalla, por ahora conceptual, se ha convertido el tema de la vida en Colombia. Cada vez son más irreconciliables las posiciones entre las partes en discusión. Y cada una quisiera conquistar adeptos, no solo entre la población en general, sino en las diferentes ramas del Estado, bien sea en el Ejecutivo, el legislativo o el judicial. Tener al Estado como aliado en estos temas parece significar una ventaja notable, al menos como un ente que tiene fuerza y poder para hacer obligatorios sus conceptos. Al mismo tiempo, hay una disputa sobre hasta dónde puede llegar la autonomía de las personas. Unos la ven ilimitada, otros le reclaman límites racionales y razonables. Igualmente, algunos quieren circunscribir, limitar el tema al ámbito de la salud pública, mientras otros lo ven mejor situado en el campo de la ética. Y en medio de todas estas discusiones los médicos, los científicos, los teólogos, los moralistas tratan de encontrar luces para todos.
Es importante, desde la visión cristiana de la vida, no perder de vista lo fundamental. En el pensamiento cristiano la vida siempre ha sido vista como un don de Dios y por eso como una realidad que no debe ser abolida por el ser humano. El hombre no debe atribuirse el poder de destruir la vida, como si él fuera un dios pues simplemente no lo es. Por el contrario. El hombre y la mujer han recibido la inmensa responsabilidad de cuidar su propia vida y la de aquellos que dependen de ellos. Nunca les fue autorizado el decretar la muerte de nadie. Por eso, en tiempos recientes, el papa Francisco ha situado la Iglesia en la orilla de quienes no aceptan por ningún motivo la pena de muerte. Y en los tiempos actuales, existiendo tantos y tan variados recursos, frutos del desarrollo social y científico de la humanidad, no se explica de ninguna manera que el extermino de la vida sea una solución para ninguna situación, por problemática que esta sea. ¡Ya es posible escuchar a personas que temen ir a los centros de salud, especialmente madres gestantes y adultos mayores, ante la posibilidad de que la vida de ellos o de quienes están en gestación sea suprimida, por razones “legales” o simplemente pragmáticas!
Por otra parte, la visión antropológica cristiana de la vida, inspirada en el Evangelio, se pone de parte de la existencia más frágil e indefensa. Si por algo tomó fuerza el cristianismo desde sus inicios fue precisamente por esta apuesta. Desde la obra misma de Jesús, se le ve de parte de los enfermos, los leprosos, los pecadores, los marginados, las mujeres, los excluidos, los que no tenían voz. La Iglesia, en absoluta coherencia con esta huella de Cristo, sigue sosteniendo el mismo principio de protección del más débil. Y débil e indefenso es el niño que todavía no ha nacido, es el enfermo terminal, es el anciano sin fuerzas, es la mujer presionada socialmente para renegar de la maternidad o el padre tentado a desconocer la vida que ha engendrado. Débil es el pobre, el ignorante, el migrante. Y, seamos claros, también es débil quien pese a tener oportunidades, cultura, medios económicos, educación, no conoce a fondo el valor realmente sagrado de la vida. Esa es una gran debilidad.
Y aunque esta discusión sobre el valor de la vida suele derivar en temas jurídicos o médicos, el papa Francisco ha impregnado todo su magisterio por el concepto de la misericordia. Y es la razón que hoy esgrime con más potencia el pensamiento cristiano comprometido a fondo con la Palabra de Dios. Hoy en día, en pleno siglo XXI, se impone la tarea de impregnar de mucha misericordia toda la existencia humana. De lo contrario, como ya se percibe en el ambiente, pueden volver a surgir ideologías y Estados para los cuales el valor supremo ya no es la vida, sino el poder. Y el poder absoluto. Y el hombre y la mujer absolutos, sin más restricciones que las que les dicte su buena o mala voluntad. La misericordia invocada no es un sentimiento lastimero. Es un reto que se propone a la conciencia humana: tratar de corazón lo que de Dios ha recibido y cuidarlo con todo el corazón en todo momento y circunstancia. Pudiera ser que un diálogo en torno al valor de la misericordia, bien entendida, posibilite el encuentro de las dos partes que hoy ven en forma tan diferente la realidad de la vida. Jesús vino para que todos tengan vida y la tengan en abundancia.
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