A ejercer la democracia
Como representantes a la cámara o como senadores. Las circunstancias políticas actuales, tanto a nivel interno como externo, ameritan que los ciudadanos se tomen muy en serio su derecho y deber a votar y escoger libremente a quienes consideren lo pueden hacer de la mejor manera posible.
No es suficiente la crítica feroz que suele darse en torno al Congreso. En todo caso, este cuerpo colegiado es el origen de las leyes de las República y no es sabio desentenderse de su composición. Además, tiene la tarea de ser como el garante de la democracia en nuestra nación, y todos los analistas coinciden en señalar que ésta se encuentra bajo asedio en el mundo entero.
Vale la pena destacar que la democracia colombiana, aun siendo bastante imperfecta, permite tanto las campañas como la libre elección por parte de los nacionales. Debates, concentraciones, foros, publicidad, publicaciones políticas, todo esto que ahora es tan visible, es signo de que tenemos una democracia palpitante y que abarca a la mayoría del territorio del país.
Todo lo que conllevan las campañas políticas es un buen indicador de que en Colombia hay gusto por la democracia y que hoy, prácticamente nadie, está dispuesto a ser gobernado a nivel local o nacional, sin ser antes escuchado y tenido en cuenta. De la misma manera, desde aquí debe nacer la capacidad de reconocer a quienes triunfan y la de darle espacio a las llamadas oposiciones, las cuales finalmente sirven para controlar posibles desmanes de las mayorías.
Y no está de más que el ciudadano se haga consiente de lo importante que es su presencia en las urnas para dar paso a personas que realmente merezcan por méritos e integridad realizar la tarea legislativa de la nación. Y, al mismo tiempo, cerrar el paso a quienes han hecho de la política un negocio, un nido de corrupción sin límites, una actividad hereditaria, una toma del poder para su propio provecho.
Hoy, cada persona mayor de edad llamada a elegir cuenta con muchos medios para informarse verazmente de los programas de los candidatos a senado y cámara, lo mismo que de su probidad ética para aspirar a ocupar una curul. Se requiere una ciudadanía cada vez más activa en este sentido o de lo contrario sus quejas caerán en el vacío o se le devolverán al no participar debida y cuidadosamente en la contienda electoral. ¡Cuánto mal hace cada voto cambiado por un tamal, un mercado o unas tejas! Mucho más de lo que el “beneficiario” pudiera imaginarse.
La Iglesia, en su largo deambular por la historia, ha realizado su misión bajo todo tipo de modos de gobiernos y ninguno le es desconocido y tampoco absoluto. En medio de la limitación de cada uno de ellos, sin embargo, ha visto en la democracia un modelo político que abre muchas posibilidades a todos los ciudadanos, cuando funciona bien. Y por eso mismo la Iglesia anima, como ya lo han hecho recientemente los obispos católicos de Colombia, a que todos los bautizados y a todas las personas de buena voluntad se conviertan en verdaderos actores políticos de su propia vida, de sus familias y de toda la sociedad. Hay campo para ello y es necesario aprovecharlo para que no sea ocupado indebidamente por nadie. Y la Iglesia también conoce los dolores y despojos del autoritarismo y de las dictaduras y por eso los desaconseja de plano.
Que cada colombiana y cada colombiano manifiesten su amor a la patria haciéndose verdaderos actores de la democracia, con el voto libre e informado. No es poco lo que está en juego y a todas luces está claro que se requieren mujeres y hombres nuevos, íntegros y capaces, para darle más impulso al progreso de Colombia.
En la actualidad, más que el miedo, lo que debe mover a la ciudadanía es un sueño de construcción del bien común, de la convivencia pacífica y de la justicia social extendida hasta el último rincón de Colombia. Y de la protección de la libertad. Imposible ser pasivo en esta hora crucial de la nación.
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