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Dosis mínima, pero siempre dañina

24 de septiembre de 2018

Pareciera que algunos sectores de la sociedad les hubieran dado estatus de normalidad a quienes defienden y promueven el consumo de drogas. Pero lo que han hecho es…

Muy al estilo de las discusiones que se dan en Colombia, ahora está a la vista la que tiene que ver con la dosis mínima de drogas alucinógenas. Se quiere autorizar su decomiso, sin castigar al consumidor. Esto cuadra muy bien dentro de ese panorama que, por una parte, se rasga las vestiduras ante el crecimiento inusual de los cultivos ilícitos, pero al mismo tiempo no ve con malos ojos el consumo de las drogas. Entonces, ¿en qué quedamos? Los defensores del consumo de drogas enarbolan la bandera de la libertad personal absoluta y se oponen a cualquier medida que lo impida o castigue. Nunca hablan de las consecuencias personales, familiares y sociales que la drogadicción conlleva y simplemente se limitan a pregonar que cada cual puede decidir si la consume o rechaza.

En el panorama colombiano ha tomado una fuerza inmensa la defensa de las víctimas de toda violencia e injusticia. Ha hecho falta que entre ese grupo de personas afectadas se abra un campo para todos los que han sido inducidos al consumo de drogas, a las familias que se ven destruidas ante la presencia de este mal inmisericorde, a las instituciones que se ven afectadas por algunos de sus miembros esclavizados por este flagelo, a la sociedad que debe invertir ingentes recursos para afrontar este problema, porque lo es, en fin, a todas las personas y comunidades que en la droga han encontrado un enemigo muy difícil de vencer. Y si el Estado no es contundente, sino complaciente en algún aspecto, pues la lucha es todavía más difícil.

Convendría visibilizar a quienes de una u otra manera han sido los grandes promotores del consumo de drogas alucinógenas para que respondan por el mal que han hecho. Pareciera que algunos sectores de la sociedad les hubieran dado estatus de normalidad a quienes defienden y promueven el consumo de drogas. Pero lo que han hecho es sembrar destrucción y degradación de la condición humana. No puede ser que sigan campantes quienes han llevado esta maldición a tanta gente. Deberían ser confrontadas estas personas con las víctimas –drogadictos, familias, sociedad- y responder por el mal que han hecho y sostenido con tanto ahínco y frialdad. Detrás de este mal tan grande están no solo las poderosas mafias que se lucran del narcotráfico. Están también los que con la fachada de ideologías o pensamiento supuestamente político o filosófico predican la “bondad” e inocuidad de las drogas alucinógenas. Han destruido muchas vidas.

Y cabe otra reflexión o pregunta: ¿Por qué han encontrado en la vida actual tanta acogida estas drogas malditas? El Papa Benedicto XVI escribía alguna vez que, aunque estas drogas existen hace miles de años, solo en la era moderna se convirtieron en el mal que todo lo destruye. Y añadía: en otras épocas las personas y la sociedad tenían soporte espiritual e interior. Hoy, en buena medida, no existe eso y el vacío de millones de personas está expuesto a estas falsas acciones de felicidad o plenitud. La Iglesia, todas las iglesias cristianas, las religiones históricas, el sistema educativo, la familia y quizás el mismo Estado, tienen ante sí el reto de ofrecer algo más que solo pan a la gente. Hay que ofrecer también, y, sobre todo, trascendencia, sentido de vida, relaciones humanas sinceras, ámbitos existenciales sólidos o de lo contrario la droga y otros sucedáneos de la real felicidad seguirán haciendo presa fácil de los seres humanos. Pero mientras que se sigue sosteniendo la idea de que la dosis mínima no es mala, la vena seguirá rota.

 

Imagen: El Tiempo

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