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Dos naciones, una sola Iglesia

3 de febrero de 2020

Si la frontera separa dos naciones, la crisis permite ver que la Iglesia, dondequiera esté situada es una sola y está para servir a las personas

Concluyó la semana pasado un encuentro de obispos colombianos y venezolanos, junto con dignatarios del Vaticano, para analizar la realidad de la extensa frontera entre ambos países. El tema, por supuesto, la situación de miles de personas que transitan a diario de Venezuela a Colombia, dadas las pésimas situaciones en que sobreviven en aquella nación. Desde el inicio de esta crisis humanitaria, la Iglesia católica ha estado presente buscando dar respuesta a las necesidades con que se presentan las personas que se ven forzadas a migrar. La intervención ha tocado todos los campos: alimentación, refugio, salud, educación, transporte, asistencia psico-espiritual, orientación, etc. Pero como se constató en el reciente encuentro, la situación no ofrece por el momento indicadores de estar próxima a terminar. Por el contrario, todo parece que se prolongará por mucho tiempo más.

La Iglesia católica tiene una larga experiencia en la atención continuada de situaciones de emergencia humanitaria en los más diversos lugares del mundo. Este trabajo ha dejado siempre varias lecciones. La primera es que la Iglesia como un todo puede ser una fuerza muy grande para responder a las situaciones más apremiantes de comunidades afligidas por conflictos, en este caso, como el que sufre Venezuela. Si la frontera separa dos naciones, la crisis permite ver que la Iglesia, dondequiera esté situada es una sola y está para servir a las personas. La segunda lección tiene que ver con el lugar privilegiado que deben ocupar y de hecho ocupan los más necesitados en el quehacer caritativo de la Iglesia. Desde las lejanas historias bíblicas de las deportaciones del pueblo de Israel, pasando por el destierro de Jesús recién nacido y siguiendo con la difícil suerte de miles de cristianos hoy en día en todo el mundo, hombres y mujeres inspirados en la Palabra de Dios y en la doctrina social de la Iglesia, saben que cada hombre y cada mujer que son expulsados de su propia tierra, deben ser los primeros destinatarios de toda caridad y solidaridad.

Sin embargo, la dimensión descomunal de la migración venezolana hacia Colombia, fenómeno nunca antes visto, hace necesario llamar la atención para que todo bautizado comprometido con su Iglesia busque hacer parte de la solución. El auxilio que se ofrece a los migrantes, los cuales, según algunas cifras, podrían llegar a ser unos tres millones en un plazo más bien corto, es de unos costos inmensos. Las diócesis de la frontera colombo-venezolana, las demás diócesis de ambas naciones, instituciones de la Santa Sede como Cáritas y otras de diferente índole ya están presentes en la respuesta al problema. Pero se hace necesario despertar la conciencia de todos los católicos y de todas las personas de buena voluntad para que contribuyan efectivamente a sostener este esfuerzo humanitario y de clara caridad cristiana. Ningún aporte en dinero o en especie, así como de voluntariado, es inútil. Todo cuenta y todo suma.

¿Cabe hacer algo más desde la Iglesia frente a la crisis de la migración venezolana hacia Colombia? Algunos piensan que el santo Padre podría actuar con más vehemencia sobre la dictadura venezolana. Otros opinan que los obispos podrían tener una mayor intervención en las calles para movilizar la población venezolana en aras de su pronta liberación, junto con su clero. Desde otros puntos de vista se quisiera ver a los católicos venezolanos más unidos y activos en aras de liberar a su país. No es fácil resolver una situación política tan compleja y tan llena de violencia y siempre será cómodo pedir que otros enfrenten al enemigo en la misma calle. Y siempre existirá en la Iglesia el temor de convertirse o de que la conviertan en un instrumento político y este temor es razonable y hay que tenerlo siempre a la vista. Como quiera que sea, en la actualidad hay demasiadas personas que carecen de lo básico para llevar una vida con toda la dignidad humana. Por ellos se está movilizando activamente la Iglesia y así debe ser. Todo el que pueda ayudar en esta tarea es bienvenido. Y sabido es que toda tiranía termina, tarde o temprano.

 

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