Dividir, la gran tentación
No hay en realidad nada que genere más unión en la Iglesia que la oración y la celebración de la eucaristía. Y si esto va alimentado con un verdadero espíritu de…
No solo desde la fundación de la Iglesia por Jesucristo, sino desde los mismos patriarcas del Antiguo Testamento, la gran tentación y el mayor peligro que acecha al pueblo de Dios es la división. Esto contraría claramente el deseo de Jesús, manifestado en el Evangelio de San Juan, de que todos sean uno como Él y su Padre son uno. E, infortunadamente, no obstante, esta exhortación del mismo Señor, no son pocas las divisiones que se han dado en la Iglesia y las que amenazan con llegar. Lo más triste es que muchas de las divisiones o separaciones están inspiradas, supuestamente, en el ánimo de mejorar las cosas cuando hay graves problemas. El resultado es desde todo punto de vista lamentable: miles de iglesias y confesiones cristianas esparcidas por el mundo acaso debilitando, más que fortaleciendo, al pueblo santo y al testimonio que debería estar dando del amor a Dios y al prójimo.
Hoy en día la división también amenaza de manera creciente. Por una parte, el escándalo, cualquiera sea su naturaleza y expresión, tiende a llevar a no pocas personas a buscar vivir su fe por fuera de la Iglesia, bien sea en forma individual o creando nuevas comunidades apartadas de la comunión eclesial. Por otra parte, los supuestos reformadores o correctores de la Iglesia tienen la tentación inmensa de convertirse en especie de superestrellas a las cuales los medios y la opinión pública exaltan en forma desbordada y terminan por convertirse en atacantes feroces de la comunidad que los engendró para la fe. Así, aunque de labios para afuera se digan en comunión con la Iglesia, de hecho, rompen con ella de corazón, la lesionan y a la larga su propósito de perfeccionar produce otro mal para la misma Iglesia. Esto último está muy en consonancia con la dinámica del mundo contemporáneo que parece llevar dentro de sus entrañas la semilla de la división, el choque, la fractura. Y en todo esto quien pierde es el hombre, es la mujer de fe, que al final del día se siente como desamparado espiritualmente.
“Cuando un miembro sufre, todos sufren” ha escrito el papa Francisco recientemente en el contexto del dolor que se experimenta en la Iglesia a causa de los escándalos de las últimas décadas. Es absolutamente cierto. Como lo es también, desde el mismo Evangelio, que el cuidado, la reparación, la salud de la Iglesia, se logran permaneciendo en ella, trabajando por su perfeccionamiento, promoviendo la conversión y la santidad. No se repara la Iglesia acusando a los hermanos en público, atacando al Santo Padre, humillando a las personas. Si en este proceder no se sigue la enseñanza de la Palabra de Dios, la del Evangelio, los miembros críticos de la Iglesia se convierten en sus más feroces enemigos lo cual no ayuda a reparar la que es su propia casa y es también la de Dios en la tierra. Cuando hay sufrimientos en la Iglesia, todos los bautizados están llamados a buscar, siempre en el marco de la caridad, las mejores soluciones, sin que eso signifique omitir la justicia, las penas y castigos. Pero ni el Evangelio lo enseña ni debe ser la práctica de la Iglesia, aplastar a nadie, mucho menos a quienes hacen las cosas bien, por diferencias de criterios o de pensamiento.
El papa Francisco ha pedido con mucha razón orar intensamente por la Iglesia. El mal la ha golpeado con fuerza y el Tentador está conquistando con facilidad a algunos de sus miembros. Y, como siempre sucede, algunos de los que ven la debilidad del pueblo santo, aprovechan para sacar provecho y tratar de erigirse a sí mismo como los iluminados. No hay en realidad nada que genere más unión en la Iglesia que la oración y la celebración de la eucaristía. Y si esto va alimentado con un verdadero espíritu de conversión y santidad, la luz no se apagará.
Imagen: rockandpop
En el momento actual de la Iglesia y ante la amenaza fuerte de divisiones, la gran tentación es la de creerse superior a ella y despreciarla por sus manchas. El reto desde el Evangelio consiste en mirar de nuevo la cruz de Cristo, querer asimilarse a Él, incluso cargando el pesado leño, y seguir el camino confiando siempre en la Providencia divina. La Iglesia no necesita superhéroes ni jueces de quien es su madre en la fe. Necesita santos y santas que la iluminen para los tiempos actuales y los que vienen.
Fuente Disminuir
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