Cuando no vemos ni escuchamos al Santo Padre
La prolongada estadía del papa Francisco en el hospital genera una sensación de orfandad en buena parte de la humanidad, y no solo en la Iglesia católica. A estas alturas de la vida y de la edad del papa Bergoglio, su figura es como la del anciano sabio de la tribu, quien al enfermar y tener que callar, la ausencia de su imagen y su voz tienden como un manto de tristeza sobre la comunidad.
Mientras la humanidad, y en ella la Iglesia, tenga un pastor sincero y audaz, valiente y entregado, voz de los que no tienen voz, fuente de esperanza, el camino se puede seguir con seguridad y sin dudas importantes. La verdad sea dicha, el papado, los papas de los últimos 170 años o más, han sido verdaderos faros para la humanidad entera y buena parte de sus sufrimientos – los de la humanidad- han sido fruto de la sordera ante estos pastores de Dios.
En la actualidad sí que se nota la ausencia del Papa. El mundo entero está más o menos en manos de unos orates de cuyas decisiones y acciones se puede esperar lo peor de lo peor. Dinero, guerra, explotación de recursos naturales, expansiones territoriales, ideologías trasnochadas, narcisismos sin límites, son apenas algunas de las características de quienes hoy están al frente de gran parte de las naciones del mundo. Y los efectos nocivos no se hacen esperar: migraciones masivas, muertos, heridos y desaparecidos en las guerras internacionales y locales, hambrunas, desesperanza, violación de derechos humanos individuales y colectivos, etc. No está pasando el mundo por un buen momento en lo que a los gobernantes respecta.
Este panorama es el que ha hecho que el papa Francisco destaque con especial relevancia en este momento de la historia y que su ausencia cree la sensación de orfandad. Su pontificado, al mejor estilo bíblico y profético, ha sido el de una voz que clama en el desierto a favor de la paz y de los pobres, que grita en busca de la sensatez humana y contra la soberbia de los poderosos.
Es la figura de un hombre coherente entre lo que cree, predica y realiza, la de un pastor que se erige como modelo para los demás pastores del pueblo de Dios. Es el reflejo de quien tiene en Dios y en su Palabra las guías supremas de su vida y misión. Y como se ha señalado en otras ocasiones y con otros hombres de su talla, la vejez y la enfermedad, lo mismo que su valentía en la crisis, no hacen cosa diferente a realzar la figura luminosa que encarna para toda la humanidad.
No cabe la menor duda de que el Papa es elegido por el Espíritu Santo y que su elección nada tiene que ver con las películas ridículas con que una y otra vez se trata de mancillar a la comunidad creyente que pide de Dios pastores santos y entregados. Y está clarísimo con el papa Francisco, como con todos los anteriores, que ese mismo Espíritu Santo sabe qué le conviene en cada momento de la historia a su Iglesia y a la humanidad, y va suscitando los pastores conforme a su divina sabiduría. El papa Bergoglio ha sabido ser luz y esperanza para la humanidad entera en medio de una noche oscura de gobernantes en la mayor parte de las naciones del mundo. Cierto es que Dios no abandona a su pueblo.
Hace bien la Iglesia, toda, en orar por la recuperación del Santo Padre y en apoyarlo por todos los medios para que su misión, en medio de la limitación, siga iluminando a la humanidad entera.
Este momento difícil del Papa no hace sino proyectar la luz de la cruz de Cristo, de donde vino la salvación del mundo.
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