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Cuando la Iglesia está en problemas

3 de septiembre de 2018

La avalancha que hoy arrastra dolorosamente a la Iglesia se ha asomado a las mismas puertas del despacho pontificio. Ha sido una época llena de dolor y decepción tanto…

Hace muchos años o quizás siglos que la Iglesia católica no se veía en una situación tan crítica como la que hoy vive a causa de los abusos del clero en materia sexual y que se ha vuelto la presa rota para que caigan sobre ella, no solo sus propias culpas y responsabilidades, sino también los juicios implacables del estamento civil en diversas partes del mundo y, quién lo creyera, de algunos de sus propios ministros.

La avalancha que hoy arrastra dolorosamente a la Iglesia se ha asomado a las mismas puertas del despacho pontificio. Ha sido una época llena de dolor y decepción tanto dentro como fuera de la misma institución eclesial. Y, sin embargo, el gran reto de todos los miembros de la misma comunidad creyente es ver la manera de devolver la salud a la Iglesia pues no hay quién dude que si muchos de sus miembros han fallado en materia grave, esa nunca ha sido la enseñanza ni el proceder habitual de los seguidores de Cristo.

Cuando la Iglesia está en problemas es importante, para sus miembros, tener varias cosas en claro. La primera es la capacidad de reconocer errores en su verdadera dimensión. Ya no son estas épocas para tapar lo que está mal ni para secretismos que no hacen sino prolongar los males. Una vez reconocidos los errores, también es importante ver su connotación exacta, es decir, si se trata de problemas morales, doctrinales, disciplinares o si, como se ha visto ahora, tienen carácter penal. Y según el caso y el tipo de error, darles una solución correspondiente. Ha sido un aprendizaje muy duro para la Iglesia, sobre todo en el campo penal, pero así debía ser. En tercer lugar, se hace necesario responder por los errores y por los delitos. La autoridad civil debe ser vista en este caso como una instancia que puede servir mucho a la purificación de la Iglesia y no hay que ver en ella de buenas a primeras una enemiga de la Iglesia.

Por otra parte, es de la mayor importancia que quienes están al mando de la Iglesia, actúen siempre pensando en el bien de ella, porque ni siquiera en las situaciones más difíciles se deben abandonar los principios de caridad y justicia. Sería terrible que los prelados de la Iglesia terminaran devorándose unos a otros a causa de las dificultades. Se requiere en estos momentos una gran serenidad para que entre todos se busque la verdad en todo sentido y se actúe conforme a ella. La Iglesia no tiene por costumbre hacer escarnio público de nadie ni suele entregar sus hijos a las fieras. Esto no quiere decir que cada uno no deba responder por sus actos ante Dios y ante los hombres. De lo que se trata es de que brille la justicia para todos y que, en el caso de los culpables, una vez sancionadas canónica o penalmente, también se les ofrezca un camino de redención, aún en medio de las condiciones de castigo que imponga la autoridad civil o eclesiástica.

El Santo Padre Francisco ha asumido con valor la purificación de la Iglesia y se ha cargado con los pecados de muchos de sus miembros, a quienes ni siquiera conoce. Sería totalmente injusto endilgarle encubrimiento o cosa parecida. Por eso, en esta crisis de la Iglesia, es muy importante que el pontífice romano sea rodeado por todos sus hermanos obispos, por las conferencias episcopales nacionales y continentales, por los prelados de la curia vaticana y por todos los bautizados que aman la Iglesia. En estas crisis existe la tentación de huir, de caer sobre el leño caído, de querer ganar réditos ante los medios. Nada de eso es cristiano. Si alguien quiere saber cuál es la actitud apropiada en estas circunstancias tan difíciles pues que vuelva su mirada sobre el mártir del Calvario y que ayude a cargar esta cruz pesada. No nos cabe la menor duda de que la Iglesia ya está en proceso de purificación, pero seguramente quedan todavía muchos días y muchas noches de dolor y desolación para salir de la esclavitud del pecado. La perseverancia, enseña el Evangelio, traerá salvación.

 

Imagen: Vatican news

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