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Ciudad e Iglesia en cambio

1 de enero de 2020

La capital de Colombia es una inmensa comunidad humana en constante movimiento, cambio, evolución y desarrollo.

Quienes viven en Bogotá se pueden dar cuenta fácilmente que la ciudad está evolucionando en muchos sentidos y que para habitarla se requiere una gran capacidad de adaptación y mucha resistencia. Bogotá significa multitud de personas en todas partes, centenares de instituciones educativas, muchos centros de salud, todos siempre abarrotados de gente, transporte masivo y casi siempre desbordado de usuarios. Bogotá significa mucho espacio público, nuevos parques, coclovías y ciclorrutas. Pero también mucha contaminación, tráfico muy lento. Bogotá contiene infinidad de gente joven y también una población mayor creciente. Bogotá es lugar de oportunidades, el mayor centro económico del país y es la indiscutible sede del gobierno nacional en todo sentido. En síntesis, la capital de Colombia es una inmensa comunidad humana en constante movimiento, cambio, evolución y desarrollo.

Cabe preguntarse si la Iglesia católica en Bogotá va al mismo ritmo de la ciudad. Y si lo hace por la misma vía. Recordemos que el arzobispo Salazar Gómez ha manifestado su temor de que la Iglesia viva en paralelo a la ciudad y no dentro del mismo camino que esta recorre. Al menos en el ejercicio de pensarse a sí misma, la arquidiócesis de Bogotá está convencida en sus pastores, religiosos y religiosas y laicos comprometidos, que es necesario romper viejos paradigmas de evangelización para no perderle el ritmo a la urbe y que finalmente deje rezagada a la Iglesia. De esta convicción se debe seguir un modo nuevo de actuar para hacer parte de la ciudad en sus ritmos imparables, en sus nuevos horizontes, en sus nuevas propuestas de vida para los ciudadanos. Quizás un primer elemento que la Iglesia debe asimilar de la ciudad actual es su constante dinamismo y movimiento y es precisamente dentro de ese ir y venir incesantes que también, debe situarse el quehacer misionero de la Iglesia.

Muchas de las estructuras y modos de acción de la Iglesia obedecen a ámbitos rurales, tranquilos, en los cuales las ocupaciones no eran tan absorbentes, con abundante disponibilidad de tiempo y con preocupaciones bastante limitadas. Esto ya nada tiene que ver con la vida de una ciudad como Bogotá. Entonces, ¿cuál será la fórmula ideal para llegar a la mente, al corazón y al espíritu del bogotano de a pie? ¿Cómo sembrar de nuevo en su corazón el Evangelio de Jesucristo de un modo eficaz y duradero? ¿Qué le debe presentar y qué puede ofrecerle hoy la Iglesia a este ciudadano que vive de afán, que tiene poco tiempo disponible y que, al mismo tiempo, tiene a su alrededor muchas propuestas atractivas para sus tiempos que no corresponden al trabajo y al estudio? ¿Cómo lograr que las personas detengan por un momento su acelerado caminar para escuchar la Palabra de Dios, para orar, para celebrar los sacramentos, para vincularse a la caridad? Todo parece indicar que la Iglesia tiene que seguir aprendiendo a hacer su misión en movimiento pues la vida de una ciudad como Bogotá ya no se detiene casi nunca.

Pese a que todo parece haberse complicado para la evangelización, la verdad es que el mismo sistema de vida actual en las grandes urbes, también ha generado en las personas cierta sed de vida espiritual. Y es allí donde la Iglesia, y en concreto el aparato evangelizador de la arquidiócesis de Bogotá, debe concentrarse: ofrecer espiritualidad, crear escenarios de encuentro con la Palabra y con los sacramentos, fomentar espacios de reconciliación, quizás también favorecer la existencia de pequeñas comunidades para compartir la fe y para realizar la caridad. No hay necesidad de volver demasiado compleja la acción de la Iglesia. Mirando a su Divino Fundador, el método es sencillo y fácilmente practicable: convocar, anunciar, orar, levantarse e ir a otros más, asistir a los más pobres y débiles, volver a orar y volver a comenzar … y nunca cansarse. Quizás el cambio que siempre se le pide a la Iglesia no consista en nada diferente a volver a mirar a Jesús y su trasegar apostólico, para prolongar de esa misma manera la única tarea que le da sentido a la existencia de la Iglesia, y en ella a la arquidiócesis de Bogotá: evangelizar. Para eso existe la Iglesia.

 

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