Aprendiendo a pedir perdón
Queda claro, tras la cadena de graves errores, que nadie importante y nada importante, debe carecer de controles y de límites. Las personas con demasiado poder vertical,…
Lo más usual en los medios de comunicación actual es prestarse para que todo el mundo acuse a personas e instituciones. Muchas de tales acusaciones son ciertas. Cada vez se destapan más situaciones injustas, degradantes, que lastiman la dignidad humana. Y no parece que esta avalancha de acusaciones esté ni siquiera cerca de terminar. Pero a la vez que se da esta situación tan fatigosa, conviene recoger un fruto que hasta hace muy poco era impensable: personas de la mayor importancia e instituciones de enorme poder están aprendiendo a pedir perdón por sus errores y esto es un gran paso en el crecimiento espiritual de la humanidad. Más allá de las consecuencias penales, económicas o legales de los grandes errores, queremos reflexionar sobre este nuevo aprendizaje que a todos hace bien.
En cuanto a personas de enorme importancia que han tenido que asomarse al escenario a reconocer sus más graves errores caben los más variados: jefes de Estado, líderes religiosos, actores y actrices, personas de los medios policivos y militares, educadores, jefes de instituciones internacionales, incluyendo las que auxilian a los más necesitados, etc. Y entre las instituciones que han tenido que asumir de lleno sus responsabilidades y pedir perdón por sus pasos en falso se cuentan: las iglesias, los estados, las organizaciones internacionales, unas de carácter oficial, otras no gubernamentales, instituciones educativas, etc. Es como si estuviéramos ante una gran conmoción causada por errores enormes que, por fortuna, al menos suscitan un reconocimiento del mal causado y abren camino a la restauración de las personas que resultaron perjudicadas. Proceso muy doloroso, vergonzoso, pero siempre necesario.
La necesidad de pedir perdón permite revisar totalmente los procedimientos de infinidad de personas e instituciones, pero sobre todo de quienes tienen mayor poder sobre las personas, por lo que ofrecen, por lo que hacen, por su carácter imprescindible para las sociedades. Queda claro, tras la cadena de graves errores, que nadie importante y nada importante, debe carecer de controles y de límites. Las personas con demasiado poder vertical, las instituciones con recursos infinitos, pueden llegar a convertirse en grandes enemigos de las personas. Es una gran tentación en la vida humana: adquirir poder, ejercer poder, subyugar, aprovecharse, intimidar. El control debe ser exhaustivo. Desde luego que sería ideal que el autocontrol y la autolimitación formaran parte de cada ser humano e institución, pero a veces todo se desborda como los ríos en el invierno. Controles y límites no pueden faltar en la vida humana pues sin ellos se hace realidad aquello de que el hombre es lobo para el hombre.
Y también ha de ser lección, tanto de los errores, como del pedir perdón, que nada puede estar por encima ni contra la dignidad humana. Nada hay más importante sobre la tierra que el ser humano. Quienes no estén convencidos de esto no deben asumir grandes responsabilidades y quizás tampoco pequeñas. El Estado, la Iglesia, las organizaciones de cualquier orden –nacional o internacional-, las instituciones de todos los niveles de servicio, toda creación colectiva adquiere sentido únicamente sirviendo a la persona humana. Cuando la atropella o violenta o humilla, deja de tener sentido su presencia en el mundo. Es importante lo que a nivel global se está haciendo patente: que pedir perdón es posible, es importante, es necesario. Después sigue responder por el daño hecho. Luego corregir y seguir sirviendo a la humanidad. La ilimitada comunicación que hoy se da en el mundo tiene un poder enorme para que los atropellos a la gente no queden ocultos. Pero puede servir esta comunicación para que el perdón pedido se difunda como una excelente práctica en todos los niveles de la vida humana.
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