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Ministerios de la mujer en la Iglesia

18 de enero de 2021
El reconocimiento a una práctica extendida

Padre Tadeo Albarracín

La Iglesia reconoce que Cristo quiso para ella pastores para dirigir y hacer progresar al pueblo de Dios, esta es la base de su ministerialidad. Durante quince siglos y hasta el año 1968 la Iglesia estructuró este servicio en 7 órdenes, 4 de ellas llamadas menores (por estar orientado su servicio hacia los fieles laicos: ostiariado, exorcistado, lectorado y acolitado) y 3 órdenes mayores relacionadas directamente con el servicio al altar (subdiaconado, diaconado y presbiterado). Esta organización estaba estrechamente vinculada a la celebración de la misa. Atendiendo a las determinaciones del concilio Vaticano II, el papa Pablo VI publicó en 1968 el ritual que asume la renovada teología sobre el sacramento del Orden, y en virtud de ello reintegró el episcopado al sacramento y suprimió las llamadas órdenes menores, de modo que el sacramento del Orden se plasma desde entonces en 3 grados u órdenes: obispos, presbíteros y diáconos. Al no haber ya órdenes menores, el mismo papa determina en 1972 organizar los ministerios no vinculados al sacramento del Orden y mediante el Motu proprio ‘Ministeria quaedam’estableció el lectorado y el acolitado como ministerios laicales. En virtud de ello la Iglesia ha venido confiando a laicos (no clérigos), mediante un rito llamado ‘institución’, el ministerio estable del lectorado con funciones de preparar a los fieles para la liturgia y los sacramentos, además de proclamar los textos de la sagrada Escritura en la celebración. Del mismo modo se le confía al acólito la función de ayudar al sacerdote a preparar el altar para la misa y distribuir la Comunión.

La aplicación del Motu proprio de Pablo VI se vio constreñida por dos barreras, en primer lugar, dejaba de lado a la mitad de los fieles laicos, pues lectorado y acolitado solo se les podía confiar a los varones. De otra parte, estos ministerios ‘laicales’ no lograban desprenderse del todo de la clericatura, pues se les confiaba a quienes avanzaban hacia el diaconado o el presbiterado.

A los organismos rectores de la Iglesia les ha costado admitir a la mujer en el altar. El Misal Romano (libro que rige la celebración de la misa) en la edición de 1969 determinaba que la dignidad de la sagrada Escritura pedía que en la nave de la iglesia hubiese un lugar reservado para proclamar los textos de la Biblia en la celebración: el ambón; pero si era una mujer quien proclamaba las lecturas, ella debería leer desde un sitio fuera del presbiterio (IGMR, 68, en la edición de 1969). Esta recomendación fue retirada en la edición de 1975. Aún en 1980 la congregación para los Sacramentos y el Culto divino prescribía que durante la celebración de la misa las mujeres no podían ejercer ministerio alguno en el altar (Instrucción Inaestimabile donum, n. 18).

En la casi totalidad de nuestras iglesias son en su mayoría mujeres que con competencia proclaman las lecturas bíblicas anteriores al evangelio y quienes con piedad ayudan al celebrante principal a distribuir la Comunión. También los grupos parroquiales de monaguillos están conformados por niñas, niños y adolescentes.

La reciente modificación del papa Francisco al Código de Derecho Canónico (canon 230, 1) establece que los ministerio laicales se les pueden confiar institucionalmente tanto a mujeres como a varones. Con esta determinación se viene a ‘canonizar’ una práctica asumida en muchos lugares del mundo. Durante las deliberaciones de varios sínodos, ya algunos obispos venían pidiendo su institucionalización. Sin embargo, no es tan claro que esta inclusión represente de por sí un primer paso hacia la admisión de mujeres al sacerdocio. Hay otros puntos a considerar. Los textos del Vaticano II llaman a los cristianos a asumir el bautismo como germen de vida cristiana con la consecuente expresión de esta vivencia en el servicio a la evangelización por parte de todos los bautizados, no solo de los ministros ordenados. Aquí sitúa el papa Francisco la intención de la reforma de días pasados. Simultáneamente el peregrinar de la Iglesia viene trayendo la identidad del sacramento del Orden hacia el trabajo de la evangelización como el servicio que la Iglesia ofrece al mundo, sustrayendo esta identidad de una casi exclusiva vinculación con la misa. Al interior de las comunidades cristianas el ministerio de obispos, presbíteros y diáconos es presentado en el Concilio, más que como cuestión de honor, como servicio a los bautizados precisamente en orden al crecimiento y maduración de la gracia bautismal.

Es posible que en próximas celebraciones pontificias desde la basílica Vaticana haya mujeres que revestidas con traje litúrgico sirvan al papa y a los diáconos durante la misa, como ya se vio en la visita de Francisco al santuario de Fátima en mayo de 2017.

 

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