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Leer a Chateaubriand 

1 de octubre de 2024

Hace un tiempo descubrí a un grande. En verdad ya lo había descubierto mucho antes, pero cosas de la vida, lo dejé escapar. Seguramente no estaba preparado para tanto. Les propongo una pequeña provocación a la lectura de Chateaubriand, pensador francés, político, reaccionario, novelista, pero sobre todo poeta. Después de sumergirse en sus Memorias de Ultratumba, dan ganas de buscar al viejo y cínico Diógenes, llevarlo de la mano y decirle: He ahí un hombre. 

Admirador de Montaigne; nacido un 4 de septiembre de 1768, cuando su madre le “infligió la vida”,Chateaubriand heredó a una posteridad ingrata una obra colosal. Es un buen material para evadirse, para leer por leer, para alimentar el alma, para avergonzarse de la propia superficialidad, para asomarse al alma viva de un hombre de esa raza extinta, que se preguntaba y que intenta responderse.

Les propongo autores muertos -que son los mejores- y entre todo el ejército de prodigios que conforman hoy el polvo de la Tierra, les traigo uno de los más grandes: Chateaubriand, que debe ser resucitado -en el último día, porque lo anheló- y honrado ya en los días del temblor. Se lo merece Chateaubriand y lo necesitamos nosotros, porque su lectura puede ser antídoto ¿a qué? a tres venenos que si no nos matan, sí nos enferman. 

El primero: el cristianismo siempre ha sido esperanzador -sobra evidencia-, pero obligarse siempre a la esperanza es inhumano: hacer coincidir a cada dolor una respuesta, a cada oscuridad humana un resplandor divino, es una actitud sospechosa. Ser optimista a toda costa, y sin mengua, le niega a la existencia humana todo su drama. Ante el optimismo radical, aparecen refrescantes ciertos pesimismos, ciertos cristianos prudentes que lo fueron, pero no de forma absoluta. 

Pesimismos bellos como el de Chesterton, como el de Chateaubriand: “en nuestro valle de lágrimas, así como en los infiernos, se oye no sé qué queja eterna, que hace de fondo o de nota dominante a los lamentos humanos; se la oye sin cesar, y continuará cuando todos los dolores creados enmudezcan por fin”.

Sin dejar de lanzar aclamaciones al cielo, de trasmitirnos las más bellas palabras sobre la fe -como en El Genio del Cristianismo- empata luego con sentencias desesperadas, párrafos cargados de tinieblas -como las del Pombo olvidado-, una dosis eficaz para descansar los ojos en tiempos en el que relámpago está de moda, donde ser positivos es casi una obligación y se desconfía del hombre cansado. 

La segunda: Chateaubriand fue un hombre que vio cara a cara al cambio. Vivió -padeció- la Revolución Francesa, y se lamentó de su fuerza nefasta -como lo hizo de Maistre-. Se despidió de sus muertos, que quedaron de ese lado del mundo que se desprendió, quedando él vivo en uno nuevo, lamentando la pobreza en la que se regodeaban sus contemporáneos. Fue un hombre de transición entre dos mundos y puede enseñarnos a encarar la decadencia. Siendo un superviviente que se lamentaba de serlo, es un hombre que sabe de nuestro siglo.

Decía, en sus Memorias: “los ancianos de antaño eran menos desdichados y estaban menos solos que los de hoy: al quedarse en el mundo habían perdido a sus amigos, pocas cosas más habían cambiado a su alrededor.  Ahora, un rezagado de este mundo no sólo ha visto morir a los hombres, sino que ha visto también morir las ideas… Es de una raza distinta al género humano en medio de la cual termina sus días”. 

Tercera y última: en tiempos de tanto correr, de tanta responsabilidad, Chateaubriand es la mejor excusa para fomentar el espíritu, es el mejor para defender el derecho al ocio. De una prosa íntima, de una poesía delicada pero omnipresente, Chateaubriand es profundo, y humilde: “No conozco en la historia una celebridad que me tiente: …de haber podido yo modelar mi propia arcilla, quizá me habría creado mujer, por la pasión que siento por ellas… Por simple precaución contra la hastío, mi encarnizado enemigo, me habría convenido bastante ser un artista superior, pero desconocido, sin emplear mi talento más que en favor de mi soledad”.

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