La Doctrina Social de la Iglesia es un "saber" que se ha construido en la tradición

En los días pasados, Francisco intervino expuso sobre la integración social, tema que ha abordado en el Mensaje a la Sra. Margaret Archer, presidente de la Pontificia…
A menudo se piensa que para los cristianos presentes en el mundo social y político el impulso de la caridad sea suficiente ante los grandes desafíos presentes, que el Papa nos recuerda continuamente con palabras realistas. Ciertamente, la caridad es fundamental y, de hecho, la propia Doctrina Social de la Iglesia es expresión de la caridad cristiana y del amor de la Iglesia por el mundo, siguiendo el ejemplo de Jesucristo. Pero la Doctrina Social de la Iglesia es, también, un "saber" que se ha construido en la tradición de la Iglesia, saber que expresa categorías de valoración y orientativas, y que requiere la mediación de las competencias científicas y operativas para alcanzar la concreción de los problemas y de las soluciones. El Papa Francisco, en el Mensaje a la Sra. Archer, se remonta a este saber de la Doctrina Social de la Iglesia, recuperándolo en muchos aspectos y actualizándolo en otros. De este modo, el resultado es un importante conjunto de reflexiones y orientaciones adecuadas para nuestro tiempo. Son notables también las referencias explícitas, y sobre todo implícitas, a la Encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI.
Un primer punto tocado por el Papa es el de la justicia, que no duda en llamar "virtud" ("de las personas y las instituciones", como escribe); por desgracia, con frecuencia es asignada a mecanismos impersonales. La justicia es una virtud, es decir, un modo de actuar habitualmente conforme al bien. Al llamarla "virtud", el Papa la devuelve a su álveo legítimo, el moral, en el que encuentra su finalización al bien (común).
Haciendo referencia implícita a conceptos expresados en la Encíclica Caritas in veritate, además de la citada por él Gaudium et spes, según la cual la justicia no debe situarse al final del proceso económico bajo forma de distribución, sino que debe implicarse en él por completo y desde el principio, Francisco redacta una inédita diferencia entre solidaridad y fraternidad, cuyas premisas están contenidas en Caritas in veritate. El "código de la solidaridad" corre el riesgo de contraponerse al "código de la eficiencia", cuando, en realidad, sólo el código de la fraternidad es capaz de superarlas ambas en algo verdaderamente nuevo y beneficioso para la convivencia social. Es muy bella la siguiente expresión del Papa: "la solidaridad es el principio de planificación social que permite a los desiguales convertirse en iguales; la fraternidad es lo que permite a los iguales ser personas distintas". En otras palabras, la solidaridad tiene como objetivo hacer que todos los hombres sean iguales en su dignidad; la fraternidad, en cambio, parte de esta igualdad para abrirlos a dar según la diversidad de su vocación. La primera va de la diversidad a la igualdad; la segunda de la igualdad a la diversidad allí donde, naturalmente, la palabra diversidad asume dos significados distintos. Es como decir que una vez la solidaridad ha sido ejercida y aplicada, aún queda mucho por hacer intentando vivir la fraternidad, que ya era, sin embargo, el motor oculto de la propia solidaridad. Este nuevo planteamiento no está en contraste con lo que enseñó Juan Pablo II, que definía la solidaridad como "la voluntad de sentirse responsable de todos", si bien concretiza y aclara que dicha responsabilidad incluye no sólo conseguir una sociedad más igual, sino también más distinta, en el sentido de una sociedad en la que cada uno -que hay que entender como persona y como sociedad natural y grupo social- pueda ser sí mismo en respuesta a la propia vocación.
Este concepto de libertad como respuesta a la vocación lo introduce el Papa Francisco en la segunda reflexión de su Mensaje a la Sra. Archer. Hay un concepto de libertad que se entiende como respuesta a una vocación (es decir, como libertad "para"), pero también como libertad negativa (o libertad "de"), es decir, sin impedimentos ni límites, o como libertad positiva (o libertad "de"), entendida como pura libre elección según la propia absoluta discreción. Una forma degenerativa de la libertad sin vocación es, según el Papa Francisco, el moderno libertarismo individualista, que exige no estar atado por ningún vínculo. En el fondo, como observa el Papa, aquí hay una confusión entre "vínculo" y "unión". El vínculo es la limitación extrínseca a la libertad; la unión es, en cambio, la posibilidad concreta de su realización, dado que determina de hecho la vocación, haciendo de ella verdadera libertad, libertad "para". En estas observaciones del Papa Francisco encontramos los ecos de toda la visión cristiana tradicional, filosófica y teológica, de la libertad, con el fin de que no sea una libertad vacía y, por consiguiente, esclavitud hacia "sí mismos y los propios deseos", sino libertad verdadera, hecha tal por el bien y la verdad. La vocación, de hecho, no es fruto de "auto-causación", como dice el Papa Francisco con una expresión inédita, sino que nace de un proyecto sobre nosotros que no hemos hecho nosotros. Este es el motivo por el cual la libertad requiere uniones y, por lo tanto, requiere la justicia y el bien común, inicio el Mensaje.
Concretamente, estos aspectos son visibles en el mundo del trabajo. Éste, escribe el Papa Francisco, no es sólo un derecho, sino que sobre todo es "una capacidad y una necesidad que no se puede suprimir de la persona". En otras palabras, una vocación. Los derechos pueden revocarse, escribe el Papa, pero las necesidades connaturales con el ser del hombre, no. Y es de esto, de la naturaleza humana, de donde mana su vocación, incluido el trabajo. Visto de este modo, el trabajo tiene una primaria dimensión moral sobre la que se plantea la búsqueda de su justicia.
El título de la Asamblea plenaria de la Academia era: "Hacia una sociedad participativa: nuevos caminos para la integración social y cultural". Las expresiones utilizadas en el título podían dar la impresión de una consideración prevalentemente sociológica y horizontal de la problemática. El Papa, en su Mensaje, pone en evidencia que la participación sin vocación no produce verdadera integración, sino yuxtaposición o suma aritmética de individuos aislados y libertarios. La integración requiere la participación según la justicia, el bien común y, sobre todo, la fraternidad; todas ellas cosas que los hombres no se dan a sí mismos. A pesar de que en el Mensaje no se mencionen ni a Jesucristo ni a Dios, la referencia a lo transcendente es evidente.
Gianpaolo Crepaldi | Presidente del Observatorio Cardenal Van Thuan
Imagen: humanitas
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