En la raíz de la vida cristiana está la virtud de la humildad: Papa Francisco
“Ella es la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia. Mientras el orgullo y la soberbia hinchan el corazón humano, haciéndonos parecer más de lo que somos, la humildad devuelve todo a su justa dimensión: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con virtudes y defectos”, agregó el Papa recordando que en la Biblia se nos recuerda, desde el principio, que somos polvo y al polvo volveremos (cf. Gn 3,19).
A los fieles, reunidos en la Plaza de San Pedro, les describió sus características, se detuvo en la Virgen María, la mujer humilde por excelencia, y luego resumió los frutos que brotan de la “pequeñez interior”.
“Hermanos y hermanas, la humildad lo es todo. Es lo que nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Donde no hay humildad hay guerra, hay discordia, hay división. Dios nos ha dado un ejemplo de ella en Jesús y María, para nuestra salvación y felicidad. La humildad es la vía y el camino a la salvación”.
“La gran antagonista del más mortal de los vicios: la soberbia”
Refiriéndose a la virtud como eje central en la pureza del corazón, que hace posible reales y fraternas relaciones humanas, Francisco alentó a las personas a que guardan en su corazón la percepción de su propia pequeñez: “estas personas se preservan de un vicio feo, la arrogancia”, explicó.
Seguidamente recordó que, en sus Bienaventuranzas, Jesús parte precisamente de ello: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). Es la primera Bienaventuranza porque es la base de las que siguen: de hecho, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón surgen de ese sentimiento interior de pequeñez. La humildad es la puerta de entrada a todas las virtudes.
“En las primeras páginas de los Evangelios, la humildad y la pobreza de espíritu parecen ser la fuente de todo. El anuncio del ángel no tiene lugar a las puertas de Jerusalén, sino en una remota aldea de Galilea, tan insignificante que la gente decía: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). Pero es desde allí desde donde renace el mundo. La heroína elegida no es una pequeña reina criada entre algodones, sino una muchacha desconocida: María. Ella misma es la primera en asombrarse cuando el ángel le trae el anuncio de Dios”.
“Jesús responde siempre: «Bienaventurados los humildes». Ni siquiera la verdad más sagrada de su vida se convierte en motivo de jactancia (…) La pequeñez que nos da la humildad, también pensamos en María, es su fuerza invencible: es ella quien permanece a los pies de la cruz, mientras se hace añicos la ilusión de un Mesías triunfante”.
Recuerden, concluyó, “la humildad nos ayuda a ubicar todo en su justa medida: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con cualidades y defectos. “Humildad es andar en la verdad”, decía santa Teresa”.
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