LITURGIA Mayo 12 El Padre del cielo nos confía en las manos de Jesús
Cambia el colorido de los domingos de Pascua, pues en los tres primeros domingos la liturgia nos ha venido invitando a reconocer la presencia del Resucitado en medio de…
Evocando la metáfora bíblica del pastor y el rebaño, la oración colecta de este domingo pide del Padre celestial la gracia para que a donde ya está glorificado el Pastor lleguemos también nosotros que somos su rebaño y de esta forma entremos a participar de la misma gloria de Cristo resucitado. En el evangelio de la misa Jesús manifiesta que la unión entre Él –pastor– y sus discípulos –rebaño– no se quiebra porque el Padre lo ha revestido de poder para dar vida divina a los suyos.
Pero antes de ir al mensaje del evangelio, en la primera lectura (Hechos 13, 14.43-52) escuchamos de las dificultades para el establecimiento de la comunidad cristiana en la ciudad de Antioquia de Pisidia; hasta allí llegaron Pablo y Bernabé para anunciar el Evangelio, como consecuencia de la acogida de este primer anuncio se va formando una comunidad cristiana; sin embargo, los dirigentes judíos orquestan un rechazo a Pablo y Bernabé y terminan expulsándolos de la ciudad. La unidad de esta naciente iglesia en Antioquia se ve amenazada.
En la segunda lectura de estos domingos de Pascua venimos escuchando apartes importantes del libro del Apocalipsis, los versículos que se leen en la misa de hoy (Apocalipsis 7, 9.14b-17) dan cuenta de la victoria de los discípulos que tuvieron que padecer persecuciones por seguir el camino de Jesús, pero permanecieron fieles y se mantuvieron en comunión con el destino del Mesías.
Esta lección del Apocalipsis nos enseña que si bien la comunión de los discípulos con Jesús –la unidad del pastor y el rebaño– está amenazada, los discípulos que se dejan conducir por el pastor ciertamente llegarán a poseer la verdadera vida, pues «el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas».
La amenaza que atenta contra la unidad pastor ‒ rebaño se concretiza en las presiones para silenciar las exigencias del Evangelio y buscar mejor una relación con un dios que se acomode a los caprichos de la persona, un dios que con milagros evite tener que «lavar y blanquear las túnicas en la sangre del Cordero». Es importante notar que entre los vencedores se menciona una multitud incontable que no se limita necesariamente a los cristianos, el texto nos permite incluir entre los que participan del destino del Mesías (el Cordero inmolado que está vivo) a quienes sufren las injusticias de poderes que hoy estarían causando la condena del Justo. Poderes antihumanos que atentan contra la verdad del hombre que revela el Evangelio.
En los versículos del evangelio según San Juan que se proclaman en la misa de este domingo (Juan 10, 27-30) Jesús manifiesta que la unidad que hay entre Él y el Padre es la garantía de la unidad entre Él y los discípulos, de manera que ninguna amenaza contra esta unidad prevalecerá. Sin embargo, es necesaria la obediencia de cada persona a la Palabra, pues es a través de la escucha atenta y dócil a la palabra como el Padre nos conduce para llegar a formar parte de la comunidad de discípulos de Jesús.
En el relato del cuarto evangelio, estos versículos hacen parte de una controversia entre Jesús y las autoridades del judaísmo de su tiempo, de manera que la intención inicial de estas frases de Jesús es señalar quiénes forman la comunidad de sus discípulos: los que obedecen cuando él llama, es decir, los que, entre las múltiples voces del mundo diferencian la llamada de Jesús y asumen el estilo de vida que propone el Evangelio.
Así que esta gracia de la comunión de vida con Dios comienza a manifestarse en el silencio profundo de cada persona, allí donde cada uno es capaz de reconocer la llamada del Padre del cielo para seguir a Jesús (véase Juan 6, 44-45). Tenemos entonces que el Padre, para que cada hombre o mujer tenga vida, lo conduce hasta Jesús lo pone en manos de él. Por su misterio pascual, Jesús ha recibido del Padre el poder para evitar que nadie que le ha sido confiado se pierda.
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