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LITURGIA Marzo 4La identidad de Cristo y la identidad de los cristianos

1 de marzo de 2018
LITURGIA Marzo 4La identidad de Cristo y la identidad de los cristianos

Al iniciar nuestro trabajo cuaresmal precisábamos que así como la experiencia de los cuarenta años del desierto sirvió al pueblo de Israel para consolidarse como el…

La primera lectura de la misa de este domingo (Éxodo 20, 1-17) nos refiere que Dios entrega a Israel los mandamientos. Es de esperarse que cuando se proponen unos mandatos o mandamientos éstos fueran frases que ordenan hacer algo, pero el Decálogo de Israel tiene mayoritariamente una formulación en negativo: No tendrás dioses, no te fabricarás ídolos, no matarás, no robarás…, la excepción es la veneración a los padres, está sí está en positivo: «Honra a tu padre y a tu madre».

Al abordar el texto desde esta perspectiva nos damos cuenta de que la intención central del Decálogo es definir la identidad del pueblo de Israel; porque Israel es el pueblo de Dios, los israelitas no tienen otros dioses, no pronuncian el nombre de Dios en falso, no roban, no mienten, etc.

Establecer la alianza sobre el acontecimiento liberador de la esclavitud de Egipto y delinear esta misma alianza a partir de las cláusulas que propone el Decálogo hace que el pacto que Dios ofrece a Israel no solo sea la garantía de la supervivencia del pueblo, sino que define su identidad. De modo que mientras Israel viva según el Decálogo, mantendrá su identidad, es decir, se le reconocerá como el pueblo de Dios.

El salmo de meditación propone la Ley como sabiduría que orienta la vida, que «instruye al ignorante, que da luz a los ojos». En el sermón de la montaña Jesús lleva a la plenitud esta ley fundamental del pueblo de Dios y esta plenitud de la Ley es la propone para quienes quieren ser discípulos suyos.

En los versículos de la primera carta de San Pablo a los corintios, que escuchamos en la segunda lectura (1 Corintios 1, 22-25), esta sabiduría de Dios para guiar a los hombres se manifiesta en la cruz de Jesucristo, y con ello en el estilo de vida que llevó Jesús y que lo condujo a la cruz. La plenitud del Decálogo está en vivir como Jesús vivió, en relacionarnos como Jesús se relacionó con las personas, con las instituciones, con las cosas y con Dios.

En este contexto llegamos a que nuestra identidad de cristianos está en asumir el Evangelio de Jesucristo. Los cristianos católicos aparecemos con una identidad poco definida en el mundo y la cultura de hoy como consecuencia de nuestro alejamiento del estilo de vida de Jesús.

En el evangelio de la misa de este domingo (Juan 2, 13-25) tenemos un gesto profético de Jesús. Ya desde el Antiguo Testamento los profetas acuden a gestos o acciones simbólicas para comunicar el mensaje de Dios; estas acciones simbólicas están conformadas por un gesto propiamente dicho y por una palabra explicativa. Nos refiere el evangelista que Jesús expulsa a quienes vendían animales para los sacrificios y tira por el suelo las mesas de las monedas que se cambian para las ofrendas en el templo. Este gesto se complementa con unas palabras que tiene tono de denuncia: «No conviertan en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús pone en evidencia que la relación con Dios ha llegado a convertirse en un mercado e invita a quienes así lo hacen a que dejen esta especie de relación de mercado. La relación con Dios de tipo mercantil lleva a pensar que la religión o la identidad cristiana consisten en mantener vínculos de tipo comercial con Dios en los que se ofrecen rezos, sacrificios, ofrendas esperando que Él

retribuya con bienes, prosperidad o cosas que la sociedad hace que deseemos. «¡Quiten esto de aquí!», no los animales sino el intercambio de ofrendas por milagros o prosperidades.

Las autoridades del templo entienden el actuar de Jesús como un gesto de denuncia profética y le piden a Él que se acredite en cuanto profeta: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?», es tanto como pedirle a Jesús sus credenciales de profeta. Jesús no promete milagros o señales para acreditarse, en su lugar lanza un desafío a las autoridades religiosas: «Destruyan este templo y en tres días lo levantaré». El paréntesis de narrador –«Él hablaba del templo de su cuerpo»– nos conduce a la Pascua de Jesús.

Esta respuesta de Jesús anunciando la cruz y la resurrección nos permite comprender que la Pascua de Jesús es el nuevo templo, es decir, el nuevo ‘lugar’ o modo de relacionarnos con Dios. El estilo de vida que llevó Jesús y que lo condujo a su muerte y resurrección es la manera como el cristiano entra en relación profunda con Dios.

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