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LITURGIA Marzo 25 Murió por lo que vivió y vivió para darnos vida

22 de marzo de 2018
LITURGIA Marzo 25 Murió por lo que vivió y vivió para darnos vida

El domingo de Ramos en la pasión del Señor, que es como la liturgia nombra este domingo, marca el inicio de la parte final de la Cuaresma, después de haber preparado…

 

Una vez bendecidos los ramos, nos dirigimos en procesión hacia la iglesia en donde celebramos la Misa: palabra y eucaristía. Por la procesión nos unimos sacramentalmente a la entrada de Jesús en la ciudad santa; en la liturgia de la palabra los textos de la Escritura nos hacen presente aquí y ahora el sentido de la pasión y muerte de Jesús, luego, en la liturgia de la Eucaristía compartimos la mesa con el Resucitado. Estos ritos nos permiten seguir a Jesús para que participando de los frutos de su pascua tengamos nosotros parte en su resurrección.

La celebración de este domingo es el pórtico de la Pascua. La oración colecta de la Misa proclama la Pascua como desarrollo salvífico de la Encarnación del Hijo de Dios: «se hizo hombre y murió en la Cruz para dar al género humano ejemplo de humildad», con base en ello la oración pide al Padre del cielo que por la gracia de la Pascua de Jesucristo los hombres reconozcamos en nuestra misma humanidad el camino de Dios que nos lleva a la verdadera vida.

En la primera lectura de la misa oímos el tercer cántico del siervo de la profecía de Isaías (50, 4-7). Este siervo se presenta como profeta, como el hombre de la palabra: «el Señor me ha dado una lengua de discípulo», enviado con la misión de consolar, para ello lleva una palabra de aliento que proviene de Dios mismo. Es enteramente obediente a Dios y disponible para la misión, sin embargo, los hombres no reconocen su misión y lo injurian. En medio de sus sufrimientos, el siervo no pierde la certeza de estar protegido por Dios. Estos versículos evocan el conflicto entre Jesús y las autoridades judías de su tiempo que hemos venido siguiendo en la lectura del evangelio de la misa de los días anteriores.

La segunda lectura corresponde a un cántico de las celebraciones litúrgicas de las primeras comunidades cristianas que el apóstol San Pablo transcribe en su carta a los filipenses (2, 6-11). Podemos reconocer en este cántico un doble movimiento: descenso / ascenso. El primer movimiento contrasta a Cristo con Adán en cuanto que el primer hombre quiso ser como Dios y desobedeció; el ascenso se describe como exaltación de Jesús por encima de toda la creación.

En el centro de este doble movimiento aparece la muerte en cruz; en este contexto hay que entender «muerte de cruz» como la muerte que el imperio romano inflige a quien se declara enemigo de la sociedad; de modo que el Hijo de Dios desciende hasta la realidad que los hombres consideran como la situación más infrahumana, el abismo más hondo. Y es desde esa situación precisamente comienza el retorno hasta Dios. Con ello comprendemos que ninguna situación alejada o de sinsentido humano es ajena a la redención que ofrece el Hijo de Dios hecho hombre.

Los hechos de la pasión y muerte de Jesús que leemos en el evangelio de la misa de este día son la culminación del relato de Marcos que venimos leyendo domingo a domingo. Comprendemos, entonces, que Jesús murió por lo que vivió, por el estilo de vida que asumió, por lo que dijo, por lo que hizo. En la lectura del relato de Marcos venimos siguiendo la misión de Jesús anunciando y haciendo presente entre los hombres el Reino de Dios, y también el rechazo y la descalificación de parte de las autoridades y la gente religiosa de su tiempo; este conflicto se resuelve con la entrega de Jesús, su muerte y su resurrección.

Si la liturgia de la palabra nos pone delante de la pasión y muerte de Jesús, la liturgia de la Eucaristía nos hace presente el banquete pascual del resucitado. En la comunión eucarística

recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor resucitado, del vencedor de la muerte, y esta comunión fortalece en nosotros la esperanza de poseer la plenitud de vida que Dios quiere para todo ser humano.

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