LITURGIA Junio 24 La historia del hombre como cumplimiento de la promesa de salvación

Debido a las normas sobre la precedencia dentro del calendario litúrgico, la celebración de este domingo cede su lugar a la solemnidad del Nacimiento de San Juan…
Según la narración del evangelio de según san Lucas, a los seis meses del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, hijo de Zacarías e Isabel (Lucas 1, 13), el ángel anunció a la Virgen María el nacimiento de Jesús (Lucas 1, 26); por ello, a mediados del siglo III, a los cristianos que comenzaron a celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre les resultó procedente celebrar el nacimiento de Juan el Bautista en la fecha del 24 de junio, seis meses antes de la Navidad.
Los textos litúrgicos para las celebraciones de los santos suelen destacar del santo que se venera su misión dentro de la historia de salvación, por ello las oraciones para la solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista destacan su vocación y ministerio de profeta preparando para el Mesías del Señor una comunidad dentro de Israel y luego introduciéndolo dentro de aquella comunidad expectante. Es importante notar que las oraciones del misal presentan la misión de Juan el Bautista en un ambiente de alegría espiritual.
Los textos bíblicos giran en torno a la figura de un profeta. La primera lectura (Isaías 49, 1-6) es el inicio del llamado ‘Segundo cántico del siervo’, allí se narra en primer término la vocación del profeta y su habilitación para la misión. En este texto sobresale el carácter íntimo de la experiencia de la vocación: «Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó»; y Dios que llama habilita con sus dones para la misión, esta preparación decidida y eficaz, no es ostentosa: «me escondió en la sombra de su mano (…) me guardó en su aljaba».
En un segundo término, dentro del mismo texto, lo duro que puede resultar la misión lleva al profeta a recordar que la fuerza para el trabajo le viene de esa íntima presencia de Dios: «Mientras yo pensaba: ‘En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas’, en realidad mi derecho lo llevaba el Señor». El salmo 138, que hace eco de la primera lectura, continúa con el ambiente íntimo de la presencia y actuación de Dios.
El texto que escuchamos en la segunda lectura (Hechos 13, 22-26) hace parte del anuncio kerigmático de San Pablo a los judíos en la sinagoga de Antioquia de Pisidia. San Pablo les viene recordando a sus oyentes el desarrollo de la historia de salvación, los versículos que escuchamos en este día refieren la misión de Juan el Bautista en orden a presentar a Jesús como el Mesías prometido en la historia del pueblo hebreo.
Es probable que el estilo de vida y la predicación de Juan el Bautista hayan dejado honda huella dentro de algunos judíos hasta el punto de preguntarse si no sería Juan el Mesías (véase Lucas 3, 15), de ahí la insistencia en los escritos de Lucas diciendo que Juan afirmaba: «Yo no soy quien piensan».
En el evangelio de esta celebración (Lucas 1, 57-66.80) reconocemos tres partes, la primera da cuenta del tiempo cumplido para el parto de Isabel, la segunda contrasta un hecho habitual con la novedad que representa la manera de llamar al neonato y la tercera es un breve resumen que prepara al lector para conectar la escena narrada y el ministerio propiamente de Juan el Bautista.
El evangelio de hoy se abre presentando el cumplimiento, no solo de un plazo temporal –los nueve meses del embarazo– sino fundamentalmente de la promesa divina a los ancianos Zacarías e Isabel (véase Lucas 1, 13-17). Esto nos lleva a comprender que el desarrollo de la historia humana es el cumplimiento de la promesa de salvación.
La segunda parte se inicia dando cuenta de un hecho habitual dentro del cual se manifiesta la novedad de la intervención de Dios, hay una tensión entre lo que se acostumbra y la manera como Dios salva en la historia. La comunidad judía introduce en su seno un niño cuyo nacimiento es
interpretado como una gran misericordia, y la manera de introducirlo es llamándolo como su padre. En la Escritura imponer un nombre es crear una relación.
Pero el plan de Dios es diferente, la intervención de Zacarías y su liberación –«inmediatamente se le soltó la boca y la lengua»– confirma que Dios está abriendo un camino nuevo en la historia del pueblo y por ello los testigos intentan conocer el plan de Dios sobre este niño, porque reconocen que la mano de Dios estaba con él.
Comienza a desplegarse la misión del profeta estimulando en primer lugar a los vecinos de la montaña de Judea a reconocer el actuar de Dios a partir de lo que estamos habituados. El profeta es el hombre de la íntima relación con Dios y a partir de esta comunión sus actos y sus palabras animan a descubrir el camino por el que Dios se está acercando a cada uno de nosotros.
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